miércoles, 19 de marzo de 2008

El amor después del amor


El título de una canción de Fito Páez me sirve para nombrar esta entrada que he tenido en la cabeza dándome vueltas y sin oportunidad de escribir. Ahora que son vacaciones puedo hacerlo con un poco más de calma.

Finalmente Audrey apareció de nuevo en mi vida y por lo que se ve, quiere instalarse e intentarlo de nuevo. Yo no estoy tan seguro de hacer un intento por vez ¿número...? En fin, ese no era el tema que quería plantear acá.
Un día, de esos de fin de semana que se ha quedado en casa y que nos la hemos pasado haciendo el amor como chamaquitos, ella de pronto sacó un lindo tema sobre las sutilezas del sexo. Antes debo decir que a Audrey le encanta hablar de sexo y plantear sus puntos de vista y conocer otros, bueno, por lo menos conocer el mío y eso está bien porque a mí también me gusta intercambiar ideas sobre el sexo, la sexualidad y los misterios del amor. Lo digo por si alguien a esta altura de este blog no se ha dado cuenta.
Ella dijo de repente:
-El otro día estaba platicando como mi amiga La Gordita Norteña sobre estos asuntos del sexo y yo le decía que me encanta cómo es que una como mujer puede darse cuenta perfectamente de que, en plena relación sexual, un hombre deja de dar placer y comienza a moverse de manera distinta, buscando su propio placer, entonces una deja de ser receptora de placer y se convierte en proveedora, y eso también da placer.
Esto que dijo me pareció que era un planteamiento muy sutil, muy inteligente, muy de esos que me gustan de Milán Kundera, por ejemplo. Algo tan pequeño, tan íntimo, que incluso podría no tener mucha notoriedad pero que en el fondo encierra un montón de misterio, un mundo alucinante, diría Antonio Skármeta.
-Lo que cambia es la intención -le contesté yo, mientras me quedaba pensando en lo que ella acababa de decir- a veces ni siquiera cambia el ritmo, pero sí, en efecto, cambia la intención de cómo uno está haciendo el amor o para qué se está moviendo. A veces es algo casi imperceptible, pero igual se siente. Es un punto de inflexión que a veces sucede gradualmente, como casi sin proponérselo. Otras, el cambio es rápido, muy marcado, muy claramente identificable.
Es cierto, en ese punto los papeles cambian. No se invierten, sino que cambian. Yo normalmente soy el sujeto que da placer, el que acaricia, el que besa, el que desnuda y el que excita a la otra persona. Sea que esté con un hombre o con una mujer, mi personalidad en la cama es básicamente activa, dominante. Soy el proveedor de placer. Puedo estar mucho tiempo besando, acariciando, tocando, abrazando e incluso puedo no tener erección durante todo ese tiempo. Puedo también tener una buena erección y disfrutar de una sesión penetrativa con calma, provocando un movimiento ondular, suave o hacerlo un poco más rápido y con golpes finales más o menos violentos, pero todo ello es para el placer de la otra persona. Si bien yo disfruto de todo, sé que no voy a llegar al orgasmo así. Para eso tiene que pasar algo, tiene que suceder un cambio, tengo que hacerme cargo de mi propio placer, egoísta, individual. Llega un punto en el que te das cuenta o simplemente decretas que ya diste mucho placer. Yo me doy cuenta que Audrey se ha venido varias veces y estoy seguro que podría seguir haciéndolo, pero también estoy yo, y a veces, casi siempre, la decisión es unilateral. No sé qué pienso en ese moemento pero es algo así como "bueno ya, voy yo".
Entonces la cosa cambia y lo que fue el personaje generoso y complaciente, se convierte en otro egocéntrico, solitario. Estoy con ella pero sobre todo estoy conmigo, buscando en mi propio ser, en mis sensaciones, en mis fantasías, en mis recuerdos aquello que me haga llegar a un orgasmo. Entonces, el movimiento toma una forma distinta. Ya no es para ella, es para mí y ella se da cuenta del cambio, en ese momento ella percibe que los papeles han cambiado, que ella se ha convertido en fuente de placer más que en objeto que recibe la acción del sujeto activo que soy yo. Es un cambio que dura poco tiempo, casi siempre. Voy tras la búsqueda de mi orgasmo y sé que voy a tener una batalla conmigo mismo, una especie de encuentro personal. Es cierto que muchas cosas externas influyen, claro, como los ruidos de ella, los olores, las sensaciones en el cuerpo, incluso la música que me gusta poner para acompañar la sesión. Pero tienen un lugar preponderante aquellas cosas que están sucediendo en mi cabeza. Estoy completamente de acuerdo con ese planteamiento que dice que el orgasmo tiene un alto porcentaje cerebral. ¿Qué otra cosa podría hacerme llegar al orgasmo considerando que no sufro, afortunadamente, de eyaculación precoz? ¿Qué estímulo me podría llevar hasta las alturas de mi fase trémula? ¿Qué otra cosa si no es mi cerebro el que me lleva en ese viaje? Viaje, tal cual, como cuando uno se da un toque. En todo ese tiempo estoy conmigo mismo y eso se nota en la intención de la forma en que hago el amor. Un hombre a la búsqueda de un orgasmo.
Lo que más me gustó de esta conversación con Audrey es darme cuenta que ella se da cuenta de todo ello, que es conciente de lo que está sucediendo en ese momento y que lo disfruta tanto como el placer que recibe de mis caricias y de mis embestidas.
Durante un acto sexual suceden tantas cosas que es prácticamente infinito lo que puede escribirse sobre ello. Esa mañana hablamos también de la curva de excitación de un hombre y lo diferente que es con respecto a la de una mujer, pero eso será cuestión de otra entrada.