jueves, 25 de febrero de 2010

El inicio


Imagen tomada de http://fugapermanente.wordpress.com/2009/08/

Un día lo vi llorar. Bueno, tal vez no llorar, rogar sería más preciso. Yo estaba en plena crisis. No sabía qué hacer. Me sentía mal en la relación, estaba inseguro de seguir. No nos estábamos llevando bien y, más importante aún, yo no estaba seguro de seguir con esta relación gay y quería recuperar mi vida "normal".
La escena la recuerdo claramente. Teníamos más o menos tres o cuatro años de estar juntos, como pareja. Hay muchas cosas en esta historia de amor que han desaparecido de mi memoria, pero esa no. Yo estaba en mi cama, parece que me sentía enfermo o algo así. Estábamos en mi habitación. Él estaba vestido y nos encontrábamos en una post discusión. Yo estaba sentido por algo, pero no recuerdo qué era. Parece que finalmente no lo recuerdo tan bien como me imaginaba. Yo estaba sentado en la cama, bajo las colchas, con las piernas cruzadas en flor de loto. Él vió en mi cara una expresión diferente. Vio algo que lo asustó, creo. Me imagino que vio mi cara con una sombra gris, con un velo helado, con una expresión de desencanto. Tal vez pensó que a mí se me había roto algo por dentro y que esa fisura tenía un reflejo en mi cara.
Yo le dije- mira, no sé...
El se acercó. Acurrucó su cabeza entre mis piernas flexionadas y me abrazó con un solo brazo.
No me botes -susurró despacito- no me botes por favor.
En ese momento sentí toda su fragilidad. Todos sus miedos se encarnaban allí y yo podía verlos, tocarlos, era algo completamente tangible. Él siempre es un hombre duro, fuerte, que no cede. En ese momento parecía otra persona. Un niño frágil, abandonado.
Tuve la sensación de entender toda su vida en ese momento. Comprendí de pronto su infancia, los miles de lugares, las casas temporales, los días solitarios y la terca necesidad de aferrarse a sus mundos fantásticos, a sus amigos imaginarios.
Toqué su cabeza y me pareció comprender todas sus pérdidas. Su padre, su matrimonio, la separación de su hijo, sus años entregándolo todo por una causa... y entendí que estaba solo, que él, mucho más que yo, estaba solo. A pesar de ser un hombre famoso y querido por todos, era un ser humano solo, y por eso frágil y por eso vulnerable.
Amé en ese momento todo eso que vi y que sentí. Amé su enfermedad, por decirlo de algún modo. Amé su necesidad de mí, su miedo, su angustia y su expectativa ante mi decisión. Yo solamente había dicho "mira, no sé..." y parecía que él estaba conteniendo el aliento esperando que yo continuara la frase y terminara de enterrarle mi decisión en el pecho.
Sentí que era mío en ese momento, que de verdad me quería y me necesitaba. Que me necesitaba porque me quería. Lo sentí pequeño, como un niño, como si fuera mi hijo. Decidí no continuar mi frase y me quedé callado.
Nos quedamos en silencio un buen rato. Yo le acariciaba la cabeza. Él me abrazaba y enterraba su cara en mis piernas. Solamente escuchábamos los ruidos que venían de afuera del departamento.
Yo apagué mis dudas. Él, después, recuperó su fortaleza. Yo me quedé. Los dos seguimos.
Eso fue hace como siete años y todavía creo que ese momento es el verdadero inicio de nuestra relación.