martes, 18 de agosto de 2009

Imágenes, evocaciones y recuerdos.


Imagen original del autor de este blog.

En la playa, mirando el cuerpo de una mujer que permanecía recostada junto a su pareja, a unos metros junto a mí recordé historias de otros tiempos que se mezclaron con imaginarios de algo que nunca fue. El cuerpo sensual de esta anónima compañera de playa me hizo viajar con el pensamiento entre los recuerdos y la imaginación hacia el cuerpo de una de las mejores amantes y mejores parejas de toda mi vida.
Al acomodar ese bikini, pensé que por un momento vería debajo del triangulito a rayas de esta playista un pubis bien recortado, muy como se usa en la actualidad. Esa imagen en mi cabeza me hizo tener el recuerdo de un pubis y la fantástica sensación de hacerle sexo oral a una mujer. Sentir sus jugos, percibir su olor, disfrutar todas las texturas que la lengua puede captar en el pubis de una mujer, desde la aspereza del vello recortado, hasta la lubricidad salada de la paredes internas de una vagina que cede a la penetración oral.
Lo recordé todo. Me lo imaginé también. Me imaginé haciéndole sexo oral allí mismo, sin que nada alrededor importara.
Me imaginé levantando su bikini y deslizándolo hacia abajo para acercar mi boca y mi nariz. Ese olor, ese sabor lo conozco.
La imagen derivó rápidamente en el pubis de Audrey y entonces el pensamiento se tornó en recuerdo. A la memoria vinieron esas imágenes, las de su pubis apareciendo al retirarle lentamente la tanga y la manera en la que elevaba la cadera, un poco para que la ropa interior deslizara más fácilmente y otro poco para ofrecer su entrepierna a mis ojos y mis ganas.
Ese recuerdo provocó otro, el del pubis de La Internauta Italiana, con sus sabores y olores tan distintos, mucho más fuertes, y entonces la oralidad dio paso al coito total, a caballo, yo tumbado de espaldas y ella montada encima de mí y a punto de venirse, mirándome a los ojos y avisándome que su orgasmo estaba próximo. Recordé que ella se podía venir muchas veces y también eyacular y que lo hacía con abundancia. Recordé las veces que me decía ¡no te muevas, no te muevas! en aviso de que su eyaculación sucedería a continuación. Mientras recordaba eso me imaginé la escena, es decir, no fue un recuerdo, sino que la imaginé nueva, como si lo estuviéramos haciendo en ese momento. Y esa imagen me hizo recordar algo muy especial, que lo tenía casi borrado, que cuando ella eyaculaba se le salía un par de lágrimas. Pero no lágrimas de tristeza o de emoción, sino lágrimas como de bostezo, de esas que no tienen que ver con las emociones. La recordé sacándose las lágrimas y expresando un enorme alivio después de la eyaculación, pues había liberado esa misteriosa carga de líquido incoloro, inodoro, cuya sensación de liberación se parecía a la micción, pero no igual.
La recordé entonces recogiéndose las lágrimas mientras yo permanecía extasiado por la sensación de su eyaculación con mi pene adentro y me hubiera empapado completamente el pubis, los testículos y el perineo.
Ese recuerdo me hizo pensar en algo de lo cual no tengo memoria que hayamos hecho y la verdad, es una lástima. Nunca eyaculó encima de mí, en otra parte fuera de mi pubis. Nunca lo hizo en mi estómago, por ejemplo, o en mi pecho, que hubiera sido mucho mejor. Así, mientras pensaba en eso y creaba esas imágenes en mi cabeza, imágenes que, como digo, no sucedieron, me imaginé a La Internauta Italiana eyaculando en mi cara, en todo mi rostro y dejándome caer todos sus jugos en la boca. ¿Por qué no lo hicimos nunca? Qué estúpido. No sería entonces una imagen, sino un recuerdo de algo vivido, de lo experimentado. Imaginé bebiendo su líquido, expresándole así mi aceptación total, mi comprenetración profunda con ella. Cualquier cosa que de ella viniera estaría bien y más ese líquido que únicamente era producto de nuestra interacción.
Esto último encendió mi cuerpo, que reaccionó con una erección que tuve que disimular en mi traje de baño y que al mismo tiempo me arrancó de mis sueños e imaginarios y me devolvió a la realidad, a ese bikini a rayas en la palapa que estaba junto a la mía, y también de regreso a mi lectura de ese momento, la historia de las epidemias en México. Eso apaciguó todas las señales de deseo y ni la playista junto a mi, ni nadie más se dio cuenta de mis viajes íntimos al pasado y a la fantasía.