miércoles, 4 de noviembre de 2009

Ésta es tu vida

Imagen tomada de: http://en.easyart.com/art-prints/artists/Paul-Klee-3638.html

Ésa fue la línea que escuché hoy en un programa de televisión y me quedó girando en la cabeza. Ésta es tu vida. Ésta es mi vida. Mi vida es así, como ésta y así, tal como está. Un poco -o un mucho- como la he descrito en este blog. Pero hay mucho más que también es mi vida y que aquí no aparece nunca. Ni aparecerá.
Pero ésta es mi vida. Soltero, 45 años, profesional, sin hijos, con estudios de posgrado, que sueña con seguir estudiando, y con sacarse la lotería -o cualquiera de esos juegos de la suerte, mejor dicho- para no trabajar más y dedicarse a los estudios, que un día quiso ser escritor, otro psicólogo, otro ingeniero, otro bailarín, otro dramaturgo, otro guerrillero y, al final, no fue ninguna de esas cosas y al mismo tiempo un poco todas ellas. Soy ese hombre que se sigue preguntando qué hacer con su vida y que, a pesar de que tiene la edad suficiente como para darse a sí mismo una respuesta satisfactoria, sigue a la búsqueda de algo más. Soy un hombre que ha obtenido mucho menos de lo que pensaba a esta altura de la vida, con todo y lo que la gente piense en sentido contrario. Soy ese hombre que nunca se creyó que podía ser un gran intelectual, que nunca se lo tomó en serio y ahora que sí quiere serlo, le está costando mucho más trabajo del que se imaginaba, más que nada por los miedos que él mismo tiene y no por obstáculos concretos y materiales. Soy ese hombre que en los últimos años a tomado cada vez más conciencia de que los años pasan volando y que la vida no espera nada, aunque te da la oportunidad de que te avientes a buscar el sueño que siempre has soñado el día que quieras. Soy un hombre angustiado porque piensa que un día más es un día menos y que de todos modos vive muchas parálisis, en lo profesional, en lo personal, en lo intelectual. Ésta es la vida de un hombre, el cual, a pesar de lo que digan los demás, no se siente tan seguro en ningún otro sitio como en su casa, a solas, aislado del mundo.
Soy ese hombre que está empezando a mentir respecto a su vida personal, su vida sexual, para que nadie lo moleste pero que tiene el temor de que un día todo se descubra y quede en ridículo delante de los demás.
No sé por qué estoy empezando a tener miedo en muchos aspectos en la vida. En el desarrollo profesional pienso a veces que ya llegué a mi límite y que me va a costar mucho tener algo más de lo que ya tengo. En el campo intelectual me costó animarme a estudiar el posgrado y ahora me sigue costando seguir adelante con los pasos que tanto he anhelado seguir. En la vida de pareja vivo temeroso de que un día me de cuenta de que es demasiado tarde o que se cumpla lo que me dijo una amiga cuando decidió echarme las cartas del tarot y me habló de una muerte y yo supe o pensé saber exactamente a que muerte se refería.
Soy éste. Ésta es mi vida, hay más, pero ésta es.

viernes, 23 de octubre de 2009

¿Dónde está la clave?




Camino por la calle y muchas veces voy mirando a la gente con quien me topo. Los miro a la cara, les miro el cuerpo, observo sus movimientos, sus proporciones, su sonrisa, la expresión de su mirada. Miro a la gente adulta y también a los jóvenes. Hay gente que me atrae inmediatamente. Cuando me doy cuenta de ello, trato concientemente de conocer la razón de esa atracción. Sé que tengo una fijación con la boca, con la forma de los labios, de los dientes, de la sonrisa, pero a veces no es la boca la que me gusta. A veces me gusta por ejemplo la forma de la cabeza, el modo en que el pelo enmarca la cara. Pero también me gustan los hombres pelones, sobre todo después de aquella historia con el Neurólogo Catalán.
Me fijo en hombres y mujeres. No me fijo en personas muy jóvenes, no me atraen. En niños, menos. Digamos que de treinta para arriba la cosa se pone interesante.
Trato de definir ese secreto que provoca mi atracción. No puedo dar con él por más que lo intento. Es algo físico, es algo que debería ver claramente porque está ahí, a la vista y debería ser descriptible, pero no lo es. Por el contrario pareciera como un suspiro, algo resbaloso que se escapa. Algo que es apenas un asomo de luz en una oscuridad permanente, una especie de insight.
Me he sorprendido muchas veces observándo indiscretamente a una persona porque me gusta pero no sé qué es exactamente lo que me gusta. Es como esos cuadros que ves de lejos y que te parecen hermosos o por lo menos atractivos, pero de cerca pierden esa fuerza, se ven sus defectos.
Pienso todo esto porque en las últimas semanas he sentido esos chispazos de atracción. En la calle, en encuentros profesionales. En mi oficina, en cambio, eso no me sucede con nadie con quien yo sienta esa magia de encontrarme de pronto atraído.
Demonios, qué es. No es la delgadez, porque me he sentido atraído por gente con buenas carnes. Nunca por gordos, de plano eso es un deal breaker pero sí por gente que tiene sus kilos. Antes pensaba que tenía preferencia por la gente morena, de tipo latino, pero ahora me doy cuenta que mi gusto está mucho más globalizado y, sin dejar de sentirme atraído por el tipo latino tanto en hombres como en mujeres, también otros rasgos físicos me resultan interesantes, como los negros, los asiáticos y claro, los caucásicos. Tampoco es la altura porque no necesariamente una persona alta me va a gustar más que una más bajita.
Creo que estoy escribiendo esto más a tientas que con algo claro, pero así resulta. Ese sex appeal, ese allure, ese no sé qué, que no puedo describir.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Yo en mis imágenes.


Imagen tomada de: http://juansahumerio.wordpress.com/2009/05/

El cuerpo no es más que un medio de volverse temporalmente visible.
Amado Nervo.

He reflexionado muchas veces en este blog sobre el cuerpo y sus consecuencias. En buena medida, todo este blog es una reflexión sobre ese tema y, por más que pienso que todo sobre mí y sobre mi cuerpo ya lo he dicho, siempre saltan temas acá y allá, en el ir y venir de los días, de los encuentros y las historias tropezadas.
Hace algunas semanas regresé de vacaciones en la playa. Precisamente el post anterior a éste hace referencia a esos días maravillosos en una isla que es como una fantasía. Cuando me encontraba en casa, de vuelta, lo primero que quise hacer fue subir algunas de las fotografías que tomé entonces. Me apuré a publicarlas en el Facebook para que mis amigos y mi familia las vieran. Hacer la selección del material no fue tarea fácil ya que tuve que revisar más de mil imágenes para finalmente hacer una presentación de sesenta de las más relevantes, de las mejor tomadas y de aquéllas en las que a mí me gustaba cómo yo me veía. Esta última parte es la que me parece relevante para el blog porque escoger esas fotografías que considerara dignas de publicación implicó también darme cuenta de un proceso que pasaba por mi autoimagen, por aquella cristalización mental sobre mi cuerpo y mi persona que está fija en mí y que tenía que coincidir con la imagen que aparecía en las fotografías. No en todos los casos sucedió así, tengo que comentarlo. De hecho, en muy pocos casos sucedió así. Pocas de las fotos tomadas satisfacían los requerimientos que yo considero necesarios para que fueran publicadas. Fotos, por ejemplo donde salía gordo, con la cara demasiado redonda o con expresiones no muy estéticas fueron desechadas, incluso en alguna en que la expresión era de lo más natural. Si no me gustaba, no era seleccionada.
¿Cuáles eran entonces aquellas imágenes que sí pasaban la censura autoimpuesta? Las que no mostraban las carnes demasiado desproporcionadas, demasiado sueltas o donde mi cara se veía delgada o con una expresión agradable. En pocas palabras, donde me alcanzaba a ver más delgado, más joven y más bello, por decirlo en unas cuantas palabras. Todo eso es sumamente subjetivo, me dí cuenta después porque posteriormente, cuando compartí las fotos y pregunté a algunas personas dónde es que les gustaba más cómo me veía, las elecciones no coincidieron con las mías necesariamente. Mientras alguno de los encuestados elegía una foto, yo trataba de entender qué era lo que le había gustado de ella y hasta pedía explicaciones de ello.
Sorprende saber que lo que a uno mismo le gusta de sí, no es lo mismo que los demás aprecian. Una sonrisa que a mí me parece seductora no causa ningún efecto en otros, sin embargo una cara seria tal vez sea más llamativa para los demás, aunque no necesariamente. "En gustos se rompen géneros" dice el lugar común, y es todavía más clara esa diferencia cuando se trata de uno mismo.
La cosa es que yo me preocupé mucho por no verme mal en las imágenes. No sé si todos harían lo mismo. De hecho, esta reflexión se disparó cuando un amigo, que también fue a la playa días después publicó sus propias fotos y, la verdad, siento que se veía muy mal en ellas. Eso me llamó la atención porque sé que él es muy vanidoso, se preocupa mucho por su físico. Es bastante más joven que yo y cuando salíamos juntos él siempre estaba pendiente de su aspecto, mucho más que yo. Cuando yo vi sus fotos me pregunté ¿pues qué no se habrá dado cuenta de que se ve tan mal? La verdad no sé si él se dio cuenta o no. Tampoco creo que podré preguntárselo, pero bueno, eso hizo que yo pensara en mis fotos y en este especial cuidado que tuve para no poner ninguna donde yo no me gustara.
Más allá de la vanidad y de la inseguridad sobre mi cuerpo y mi autoimagen, lo que intento poner acá es esta idea de qué es lo que ven los demás de uno en una fotografía y qué es lo que uno ve en la misma imagen cuando se trata de que sujeto y objeto son la misma cosa. Tal vez la gente no sea tan enjuiciadora al ver las fotos. O tal vez sea todavía más que uno. No estoy muy seguro de eso. Tal vez la gente que siente afecto por uno no le importe todo esto que yo estoy pensando, sino que mira la foto y lo que ve es algo que tiene relación con una conexión afectiva, o algo así. Mirará la felicidad de uno, quizá. Mirará no solamente a la persona fotografiada sino todo el entorno y se hará una imagen de lo que la persona en la imagen vivió y eso tal vez distraiga o distorsione la percepción del contenido. No lo sé. Yo no lo hice con las fotos de mi amigo. Yo vi alguien feo y mi amigo no es feo.
En muchas de las fotos de la playa yo salgo con camiseta. Casi no me dejé tomar fotos con el torso descubierto, para que no me viera gordo. Sin embargo, en casa yo me he fotografiado desnudo muchas veces, muchas. Incluso hasta he publicado unas cuantas en Facebook pero sin mostrarlo todo. Qué locura. Bueno, hasta tengo un blog en donde cuento el proceso de llevar una buena alimentación y sus efectos en la estética corporal en donde salgo completamente desnudo. Eso sí, sin mostrar la cara, por aquello de que el anonimato me da mucha más libertad en estos espacios públicos.
Mi cuerpo entonces es la exhibición máxima, la vulnerabilidad total, tal como lo escuché en un texto hoy mismo. No estoy dispuesto a mostrarlo todo. Quizá porque yo no lo acepto todo como es, pero lo cierto es que así es. Hoy pensé "tengo el cuerpo de alguien que hace las cosas que yo hago: escribir, leer, escuchar música, ir al cine, comer bien". No podría tener un cuerpo distinto si no hago cosas distintas. ¿Qué tan dispuesto estoy a hacer algo distinto con mi cuerpo, con mi persona? No mucho, creo yo, así que seguramente mi cuerpo seguirá siendo el que es, con sus defectos, con sus "oportunidades".

martes, 18 de agosto de 2009

Imágenes, evocaciones y recuerdos.


Imagen original del autor de este blog.

En la playa, mirando el cuerpo de una mujer que permanecía recostada junto a su pareja, a unos metros junto a mí recordé historias de otros tiempos que se mezclaron con imaginarios de algo que nunca fue. El cuerpo sensual de esta anónima compañera de playa me hizo viajar con el pensamiento entre los recuerdos y la imaginación hacia el cuerpo de una de las mejores amantes y mejores parejas de toda mi vida.
Al acomodar ese bikini, pensé que por un momento vería debajo del triangulito a rayas de esta playista un pubis bien recortado, muy como se usa en la actualidad. Esa imagen en mi cabeza me hizo tener el recuerdo de un pubis y la fantástica sensación de hacerle sexo oral a una mujer. Sentir sus jugos, percibir su olor, disfrutar todas las texturas que la lengua puede captar en el pubis de una mujer, desde la aspereza del vello recortado, hasta la lubricidad salada de la paredes internas de una vagina que cede a la penetración oral.
Lo recordé todo. Me lo imaginé también. Me imaginé haciéndole sexo oral allí mismo, sin que nada alrededor importara.
Me imaginé levantando su bikini y deslizándolo hacia abajo para acercar mi boca y mi nariz. Ese olor, ese sabor lo conozco.
La imagen derivó rápidamente en el pubis de Audrey y entonces el pensamiento se tornó en recuerdo. A la memoria vinieron esas imágenes, las de su pubis apareciendo al retirarle lentamente la tanga y la manera en la que elevaba la cadera, un poco para que la ropa interior deslizara más fácilmente y otro poco para ofrecer su entrepierna a mis ojos y mis ganas.
Ese recuerdo provocó otro, el del pubis de La Internauta Italiana, con sus sabores y olores tan distintos, mucho más fuertes, y entonces la oralidad dio paso al coito total, a caballo, yo tumbado de espaldas y ella montada encima de mí y a punto de venirse, mirándome a los ojos y avisándome que su orgasmo estaba próximo. Recordé que ella se podía venir muchas veces y también eyacular y que lo hacía con abundancia. Recordé las veces que me decía ¡no te muevas, no te muevas! en aviso de que su eyaculación sucedería a continuación. Mientras recordaba eso me imaginé la escena, es decir, no fue un recuerdo, sino que la imaginé nueva, como si lo estuviéramos haciendo en ese momento. Y esa imagen me hizo recordar algo muy especial, que lo tenía casi borrado, que cuando ella eyaculaba se le salía un par de lágrimas. Pero no lágrimas de tristeza o de emoción, sino lágrimas como de bostezo, de esas que no tienen que ver con las emociones. La recordé sacándose las lágrimas y expresando un enorme alivio después de la eyaculación, pues había liberado esa misteriosa carga de líquido incoloro, inodoro, cuya sensación de liberación se parecía a la micción, pero no igual.
La recordé entonces recogiéndose las lágrimas mientras yo permanecía extasiado por la sensación de su eyaculación con mi pene adentro y me hubiera empapado completamente el pubis, los testículos y el perineo.
Ese recuerdo me hizo pensar en algo de lo cual no tengo memoria que hayamos hecho y la verdad, es una lástima. Nunca eyaculó encima de mí, en otra parte fuera de mi pubis. Nunca lo hizo en mi estómago, por ejemplo, o en mi pecho, que hubiera sido mucho mejor. Así, mientras pensaba en eso y creaba esas imágenes en mi cabeza, imágenes que, como digo, no sucedieron, me imaginé a La Internauta Italiana eyaculando en mi cara, en todo mi rostro y dejándome caer todos sus jugos en la boca. ¿Por qué no lo hicimos nunca? Qué estúpido. No sería entonces una imagen, sino un recuerdo de algo vivido, de lo experimentado. Imaginé bebiendo su líquido, expresándole así mi aceptación total, mi comprenetración profunda con ella. Cualquier cosa que de ella viniera estaría bien y más ese líquido que únicamente era producto de nuestra interacción.
Esto último encendió mi cuerpo, que reaccionó con una erección que tuve que disimular en mi traje de baño y que al mismo tiempo me arrancó de mis sueños e imaginarios y me devolvió a la realidad, a ese bikini a rayas en la palapa que estaba junto a la mía, y también de regreso a mi lectura de ese momento, la historia de las epidemias en México. Eso apaciguó todas las señales de deseo y ni la playista junto a mi, ni nadie más se dio cuenta de mis viajes íntimos al pasado y a la fantasía.

lunes, 13 de julio de 2009

En el país de los tuertos


Imagen tomada de http://escuchandoelladob.blogspot.com/

No sé bien cómo decir esto sin que suene presuntuoso pero, al parecer, los hombres son bastante torpes cuando se trata de mujeres. Eso es lo que terminé concluyendo luego de este reciente fin de semana. Tal vez si cuento la historia completa la cosa quede un poco más clara.
La Azotada Europea está de visita en el país y contactó conmigo para que nos encontráramos fuera de esta ciudad. El fin de semana pasado nos vimos y, bueno, tuvimos sexo. Todo estuvo bien, aunque debo confesar que yo me sentía bastante cohibido. Ella causa en mí ese sentimiento, esa especie de inseguridad, por lo menos en el primer encuentro. A pesar de que he escrito aquí varias veces sobre ella y su, sorprendentemente, poco conocimiento que tiene sobre algunas cosas relacionadas con la sexualidad, siempre genera en mí una imagen como de mujer muy experimentada, como de mujer muy exigente con sus amantes, como de mujer que difícilmente se deja sorprender por un amante torpe.
Así las cosas, nos reunimos y tuvimos un encuentro sexual. La cosa no sería merecedora de mayor comentario si no fuera porque ella terminó completamente "sorprendida" con mis habilidades sexuales. Que conste que avisé que esto sonará presuntuoso. Al terminar nuestra sesión los dos estábamos empapados en sudor, exhaustos. Cuando me recosté en la cama ella apenas podía hablar, dijo algo como "me duelen hasta los ojos" -en realidad no dijo eso, pero algo muy parecido, sin embargo, no puedo poner la frase exacta acá a riesgo de que este blog pierda confidencialidad-. Yo me quedé sorprendido porque entendí el sentido de la frase. Estaba sexualmente muy satisfecha y agotada. Agregó -no sé ni cuántas veces tuve orgasmos, perdí la cuenta de pronto-. Claro, no hay nada más agradable para un hombre que le digan algo como eso, saber que la mujer quedó completamente satisfecha y sorprendida incluso por el la intensidad del encuentro y las habilidades del amante. Yo me sentía muy bien de oir eso pero, más allá de mi sobada de ego, me llamó la atención como además comentó -no sé en qué escuela aprendiste todo eso pero voy a inscribir a algunos cuantos que yo conozco- más sobada al ego. Sí, todo fantástico.
Sin embargo, a la hora de reflexionar sobre todo ello y una vez disfrutada estimulación de la autoestima, lo que me queda por pensar es en esa miseria sexual en la que parece que estamos viviendo en estos tiempos.
La Azotada Europea está casada con un hombre al que quiere mucho, me consta. Tuvo un amante durante mucho tiempo del que contaba maravillas. Su experiencia sexual es basta, amplia, diversa. Muchas mujeres entradas en la década de los cuareta quisieran siquiera soñar con lo que ha disfrutado ella, sin embargo, con tanta alabanza a mis habilidades sexuales me deja la impresión de que es mucho más difícil de lo que parece encontrarse a un hombre que sepa realmente hacer el amor.
Ella no es la única. Hace mucho tiempo también me di cuenta un día, casi por casualidad que La Flaca no había identificado -esto va a sonar casi como si me lo estuviera inventando- pero lo cierto es que no había identificado que el amante que tenía en aquél entonces era un eyaculador precoz. No tenía una palabra para identificar aquello que a él le pasaba con ella y, como muchas otras y otros, pensaba que la calentura de este hombre era tan grande que hacía que no pudiera contenerse y se venía a los pocos minutos de haber iniciado la penetración. Incluso recuerdo que alguna vez mencionó que el tipo se había venido antes de penetrarla, o sea era un eyaculador precoz "ante portas" un término que conocí trabajando en asuntos de sexualidad hace algunos años.
Así entonces. Yo creo que este fin de semana tuve un buen sexo. Yo lo disfruté mucho y sé que me esmeré en que ella quedara satisfecha. Hice un buen trabajo. Pero con todas esas exclamaciones de admiración sobre mis habilidades sexuales, más allá de convencerme de que soy un amante excelente, me queda la sensación de que soy más bien una especie de caso único por no ser tan malo como los demás, algo así como una flor en el desierto. Incluso, cuando terminamos me dijo "ahora entiendo, mejor no te cases, sería un desperdicio que eso lo disfrutara solamente una mujer. Todo eso que sabes hacer no es para una sola". Vaya, vaya.

lunes, 6 de julio de 2009

Estos días


En estos días que corren yo me la paso de la casa al trabajo y del trabajo a la casa. Las pocas interrupciones de esa rutina consisten en actividades igualmente rutinarias, como ir al supermercado, hacer algún trámite o meterme a ver alguna película. Una o dos veces en la semana visito a mi mamá. Nunca visito a mi papá.
En estos días la crisis económica que mantuve durante algún tiempo ha sido eliminada y quisiera que eso se mantuviera así por mi propia conveniencia económica, que es también salud emocional. No era nada de qué preocuparse. Se trataba de una deuda menor, pero no tener deudas económicas por lo menos me ayuda a sentir que ha tenido sentido este largo periodo de vivir que si aplicara una economía de guerra, sin hacer ningún gasto superfluo, controlando cada peso.
En estos días me sigo preguntando si voy a realizar un día mis sueños profesionales, si por fin daré el paso para embarcarme en una aventura académica nueva que me haga redireccionar mi carrera profesional y finalmente dedicarme a lo que yo creo que más me gusta hacer. Me estoy preguntando si hay una olla llena de monedas al final del arcoiris y en qué consisten esas trabas que me impiden alcanzar mis sueños.
En estos días también me pregunto por mi edad y por la oportunidad que tengo para hacer cosas nuevas. Formar una familia, tener hijos, casarme, cambiarme de trabajo, mejorar mi situación económica. También pienso si en verdad quiero hacer todo ello o simplemente se trata del funcionamiento de mi estado mental, una añoranza perpetua, una constante insatisfacción, una permanente sensación de algo inacabado, incompleto, imperfecto.
En estos días no hago ejercicio y me la paso pensando que quiero bajar de peso y que debería tener una mejor dieta y que mi condición física es un desastre y que eso seguramente me traerá consecuencias en un plazo más o menos breve. Pero cuando dejo de pensar en ello, vuelvo a pegarme a la computadora, sentado en mi escritorio o acostado en mi cama, pensando en que debería hacer ejercicio y bajar de peso.
En estos días tengo una pareja que me quiere mucho, que me adora y que se encarga de decírmelo todos los días. Pero al mismo tiempo me pregunto si acaso no soy una especie de tabla de salvación para una soledad que es concreta y avasallante. Me pregunto si acaso me quiere porque doy más de lo que debería. Tengo una pareja que quiere estar conmigo, que quiere seguir en pareja conmigo y yo no me siento tan seguro de hacerlo porque sé que estoy sacrificando mucho más que él. Y cuando pienso todo eso me siento egoísta y mal.
En estos días pienso siempre en mujeres, en ganas de tener diez años menos para sentir el entusiasmo de salir, de socializar más, de divertirme. Me gustaría tener más ánimo y más dinero disponible para hacer eso, para pasarla bien sin preocuparme de nada.
En estos días me comparo profesionalmente con mis amigos de la universidad y pienso que muchos de ellos me han dejado atrás, muy lejos, especialmente en lo que se refiere al aspecto económico. No tanto en el aspecto intelectual, académico. Sigo siendo el culto y el inteligente para muchos de ellos. Pero muchos de ellos, creo, estarán ganando en estos días mucho más de lo que gano yo.
En estos días conecto por las noches la computadora y veo pornografía. Me masturbo. Apago la computadora y me duermo. En la mañana muchas veces repito la sesión antes de levantarme para ir a trabajar.
En estos días pienso que mi mamá sabe que tengo una pareja de mi mismo sexo y que se hace la loca para llevar la fiesta en paz. A veces, por el contrario, pienso que no, que ni se imagina lo que pasa realmente en mi vida y eso me hace sentir culpable.
En estos días quisiera sentir lo que alguna vez sentí que era mi cuerpo. Algo lleno de energía, muchas ganas de hacer el amor. Me gustaba sentirme bello y joven. Hace tiempo que no tengo la sensación de ninguna de las dos cosas. Pensaba que un día más era un día menos y que había que aprovecharlos todos para el sexo y el placer. Ahora no pienso eso y los días pasan a la misma velocidad que antes.
En estos días y desde hace algún tiempo, he pensado que estoy sufriendo una depresión y que necesito pastillas para ver mejor las cosas, para descansar mejor en las noches y para controlar mejor las ganas de ya no seguir.
En estos días hay días que no son como estos y que, aunque esporádicos, me reafirman que la felicidad no es euforia, que la vida no es un permanente estado alterado, que, por el contrario, tiene el sentido de una colina de suaves curvas que muy de vez en vez se alteran con nuevas formas y que yo voy navegando en ellas, como surfeando por encima de sus líneas y trato de sentir que sigo vivo.

martes, 23 de junio de 2009

Intimidad vs. sexo


Imagen tomada de: http://arielarrieta.com/2008/09/02/la-industria-online-es-de-marte-los-anunciantes-de-tv-de-venus/

¿Qué es primero? ¿el huevo o la gallina? Ése es el tipo de pregunta cuando uno opone esos dos conceptos que titulan este post: intimidad y sexo.
Pareciera existir un patrón de comportamiento completamente opuesto entre hombres y mujeres. Según dice el librito, para las mujeres es básico construir un escenario de intimidad antes de tener entusiasmo de irse a la cama. Para ello, ser escuchadas, intercambiar opiniones, saber del otro, todo eso es indispensable o, al menos, una forma de disfrutar el sexo con mayor intensidad. Para los hombres, por el contrario -dice también el librito- el camino es a la inversa. Pareciera que el sexo es en realidad una puerta hacia la intimidad. No es necesario contruir un acercamiento emocional previo para irse a la cama, sin embargo sí puede haber buenas oportunidades de que un hombre abra su corazón después de que tuvo un buen sexo y se sienta más relajado, más sensible y también, acaso, más vulnerable.
Justamente por esta diferencia la película Better Than Sex (Mejor que el sexo) dirigida por Jonathan Teplitzky en 2000 me gustó tanto cuando la vi por primera vez. Y me siguió gustando las decenas de veces que la he visto posteriormente. Se trata de eso. Una pareja que se conoce casualmente durante una fiesta decide irse a la cama esa misma noche. Todo sucede en australia, ambos son nacidos allá pero él vive en Londres y se tiene que ir en un tres días. Ella encuentra en esa circunstancia el incentivo perfecto para invitarlo a pasar a su departamento cuando a la salida de esa fiesta comparten un taxi. Al fin que igual se va, piensa ella, así que será un sexo sin repercusiones ni complicaciones. Sexo puro. La historia de esa película es aquello que sucede durante esos tres días, antes que él se tenga que ir a Londres.
Intimidad vs. sexo puede titularse también la historia que tuve con Audrey durante el tiempo que intentamos armar una relación de pareja. La trama de esta otra historia es precisamente una relación de tensiones entre la construcción de una cierta intimidad para hacer vida de pareja en contraste con la búsqueda de la intimidad a través del acercamiento sexual en un momento que yo estaba dispuesto a abrir las puertas del corazón a través de la experiencia física.
Nunca terminamos por entendernos. Aunque no solamente por eso, debo aceptar. Yo mantenía en ese entonces una relación de muchos años con El Señor de las Imágenes y no pensaba terminarla, así que los límites de mi relación con Audrey estabam más o menos establecidos.
Como hombre que soy, yo sí creo en un proceso de acercamiento con otra persona una vez que has tenido encuentros sexuales. De hecho me gusta que así sea. Sé también, lo recuerdo perfectamente, que algunas relaciones sentimentales que yo he tenido en la vida han seguido un recorrido distinto. Primero se ha establecido una relación de amistad, comunicación, respeto, etcétera y luego hemos intentado ser pareja. En algunas ocasiones incluso ese cambio de amistada a pareja ha resultado difícil, sin embargo, en mis tiempos mozos pensaba que ése era el cambio para emparejarse. Si bien sigue teniendo sentido esa fórmula, creo que en los tiempos actuales el acercamiento con alguien tiene una manera distinta de desarrollarse y creo que la prefiero del modo actual. En pocas palabras, primero sexo, luego vemos. Se oye brutal, lo sé, pero no se me ocurre otra manera más concisa para decirlo.

miércoles, 27 de mayo de 2009

Que no, que no y que no.


Imagen tomada de: http://alfredo-reflexiones.blogspot.com/2008_09_01_archive.html

Ok, tengo que aceptarlo, me está costando trabajo aguantar los comentarios de la gente cuando se enteran de que tengo 44 años y sigo soltero y sin hijos.
Pienso que lo primero que se les viene a la cabeza es que soy gay y, sí, me molesta que piensen eso, no lo puedo evitar, me hace sentir inseguro y lo que más odio es que esa incomodidad se refleja en mi cara porque me pongo rojo y eso parecería confirmar el supuesto. Pero eso no es todo. La confesión de la edad junto con el estado civil y la no paternidad, también me hace incomodarme porque me da la sensación de que eso se convierte en las coordenadas para identificar a un hombre con "problemas de compromiso de pareja", o alguien que es "más bien inmaduro". Eso lo odio.
Ahora la bronca es saber por qué me causa tanta incomodidad la reacción de la gente a mi alrededor. Por lo menos eso es lo que seguramente mi terapeuta me preguntaría. ¿Por qué le causa tanta incomodidad? Bueno, no lo sé bien. Posiblemente porque eso me devuelve a la cara aquello que soy en realidad, que tengo una relación con un hombre y que he decidido no salir del closet. Todo eso es cierto, pero no estoy en condiciones de aceptarme así frente a los demás. No solamente por mí, que eso es ya un gran paquete, sino porque El Señor de las Imágenes se muere si lo involucro en un proceso de ese tipo. Él tiene un hijo y lo que menos le interesa es que su hijo se entere que su papá tiene una relación amorosa con otro hombre. No sé qué tan mal se pondría pero mucho, eso seguro. Me atrevo a pensar que tal vez hasta querría terminar la relación solamente para apagar los rumores u opiniones.
Aquí vienen los sentimientos contradictorios al respecto. ¿No es acaso cierto que yo también quiero terminar la relación a veces? ¿No es acaso cierto que cada vez me cuesta más tener relaciones sexuales con él porque me la paso pensando en sexo hetero? Pero no, no existe esa posibilidad todavía. Yo lo amo, lo sé. No me atrevería a terminar la relación. En términos afectivos nuestra relación podría recibir la calificación de 10 sobre 10. Es un buen momento éste en el que estamos ahora. En fin, esta confesión tomó un camino distinto de que yo tenía pensado al inicio del texto. No va por aquí la cosa. Vuelvo y retomo la cuestión.
También mi terapeuta me preguntaría ¿por qué le molesta que la gente piense que es usted inmaduro y con problemas para comprometerse a nivel de pareja? ¿Se siente acaso usted inmaduro y con esos problemas? No, sería mi respuesta inmediata, no me siento inmaduro en absoluto aunque sé que me falta la experiencia de la paternidad y que a lo mejor esta experiencia no la tenga nunca. Eso no se sabe. La cosa es que no aguanto que alguien invalide mis comentarios o me coloque en un lugar de "inferioridad" por no haber cumplido con algunas cosas que indica el librito que se tienen que cumplir.
Hay algo al fondo de mi corazón que me hay más. Que en parte coincido con la gente porque yo mismo me siento un hombre incompleto. No sé si es por la falta de una pareja heterosexual, o por la ausencia de hijos a esta altura de mi vida o porque hay muchos otros retos profesionales, especialmente los académicos, que están pendientes en mi vida y eso me hace sentir como que no he cumplido mis sueños. Lo cierto es que hay algo ahí al fondo que sí, que rebota cuando me incomodo frente a la gente. Tengo 44 años. Muchas cosas dejaron de ser chistosas y, aunque trato de convencerme de lo contrario, me cuesta mucho más trabajo realizar mis sueños.
Pero quiero decir aquí que voy a seguir remando despacio.

viernes, 13 de febrero de 2009

Las apariencias engañan


Imagen tomada de: http://www.ieslasmusas.org/departamentos/filosofia/images/espejo.jpg
La Azotada Europea me confesó recientemente dos cositas. La primera, que por primera vez, después de más de diez años de matrimonio, penetró a su marido con un objeto y a él le encantó -a ella también-. La segunda, que muere de ganas de besar a una mujer, porque nunca lo ha hecho. Voy a relatar las dos.
Ella moría de ganas de contarme lo que llamó su "experiencia triple x" con su marido. Por fin pudo hacerlo esta tarde. Resulta que él está más o menos obsesionado con el trasero de su mujer y más específicamente, con el ano de su mujer. Quiere penetrarlo a como dé lugar y a ella, desgraciadamente, no le apetece en lo más mínimo. Bueno, hasta problemas y discusiones han tenido sobre la discrepancia de gustos, a tal grado que él no se explica cómo no le puede gustar si otras mujeres lo aceptan gustosas y hasta se lo han pedido. Claro, él se refiere a aquellas épocas, cuando ellos no se conocían. Pues la cosa es que no hay modo de convencerla, no le gusta, le incomoda muchísimo y por más que él busque excitarla, no puede hacer que ella cambie de opinión.
Recientemente estaban teniendo relaciones cuando él volvió sobre lo mismo y ella, en un momento de excitación y de imaginación sexual, le propuso que, en vez de que él la penetrara a ella por el ano, que fuera ella quien lo penetrara a él. Parece que a su marido le gustó la idea y se dejó hacer.
Gran sorpresa se llevaron los dos porque nunca lo habían experimentado. A él le gustó tanto que, después de un rato, él quiso penetrarla y así lo hizo pero le pidió a ella que le dejara el objeto que tenía insertado en el ano, y así tuvieron relaciones. Ambos quedaron exhaustos, satisfechos, asombrados, enmudecidos y ensimismados. No dijeron nada. Por varios días. Hasta que él decidió tocar el tema de la forma más natural.
A ella le gustó también la experiencia. Le excitó mucho pero no sabe cuándo la repetirán.
La segunda confensión surgió cuando, durante esa misma conversación me pidió que, en el verano próximo, la acompañara a algún lugar de tipo sexual. Creo que sus palabras fueron "un lugar donde se haga de todo". Yo, la verdad, no conozco ningún lugar con esas indescriptibles características, pero quise seguir la conversación y le pregunté a qué tipo de cosas se refería. Me dijo que se le antojaba besar a una mujer, pero que tendría que estar en situación para animarse, pero que ésa era una de sus fantasías largamente acariciadas y ninca satisfechas.
Creo que estas dos confesiones tienen muchas cosas en común. Las veo asociadas a la frase que da nombre a esta entrada. Mi amiga siempre ha tenido la imagen de ser una mujer sexualmente muy liberada, muy activa, muy puesta en lo sexual y muy dispuesta también. Habla de ello con familiaridad, ha tenido muchas parejas sexuales, ha estado casada dos veces, ha vivido con varios hombres, etcétera ¿cómo es posible entonces que, con su marido con quien lleva más de diez años de casada no halla practicado la penetración a él? La verdad, lo encuentro un poco raro, peoro bueno. La segunda cosa, lo de los besos con otra mujer, me parece ahora tan pueril, tan inocente, tan simple de realizar. Claro, lo dice alguien que ha vivido su bisexualidad desde hace más o menos nueve años, pero igual se me hace que, si ha tenido tantas ganas de realizarlo y si, tal como dicen ahora, el rollo lésbico está tan de moda que a los hombres les gusta y a las mujeres no les asombra, pues como que siento que pierde su carga de tabú, de cosa prohibida, de límite último.
Por lo menos, de la primera ella puede darle check a la casilla, eso está bien. Habrá que ayudarla con lo segundo, que a mis ojos resulta simple de satisfacer.
Lo cierto es que la confesión terminó en un autoanálisis de cuán conservadora es sexualmente. A pesar de que le gusten mucho las experiencias fuera del matrimonio o de que sea tan sexualmente abierta e insistente con el tema, siento que mi amiga es, tal como ella lo dijo, más bien pasiva en lo sexual y espera que él haga todo.
Ella viene en verano. Quiere que nos veamos en esa fecha. Poner atención a las cursivas es muy importante en la frase anterior. ¿Será que le tendré que enseñar algunas de esas cosas que se aprenden como a los veinte o a lo más, a los treinta? Ya veremos.

viernes, 23 de enero de 2009

La conexión invisible

Imagen tomada de: http://www.internenes.com/dibujos/la-bella-y-la-bestia/bella-bestia-01/

La Morena de Ojos Grandes es una amiga que tiene unos quince años menos que yo. Estuvo enamorada de mí cuando ella tenía como diecisiete y yo como treintaidós. Estaba convencida de que ella y yo terminaríamos juntos porque sentía una atracción tan grande por mí que era imposible que yo no sintiera lo mismo por ella.
A mí, la verdad, me daba un poco de pudor tener esa admiradora con pretensiones de amante. En esa época, solo de pensar que ella era menor de edad me daba cierto escalofrío, sobre todo cuando me imaginaba que podríamos estar en la cama, yo disfrutando de esa piel de niña. No, eso no es para mí, nunca lo ha sido. A mí lo que siempre me ha venido bien han sido las mujeres de mi edad, de mi generación, de mi rodada pues.
La cosa es que esta niña se convirtió en mujer. En estos días cumplió veintinueve y, en todos estos años, nuestra relación ha pasado por muchas etapas. Después de mucho insistir, ella consiguió que nos fuéramos a la cama. Gran error por ambas partes. Por la mía porque yo no pude con lo que ya pensaba desde antes, que era demasiado chica, demasiado joven, demasiado inexperta para mí y me sentí mal, como fuera de ahí, como pensando ¿qué estás haciendo? No logré desterrar los prejuicios que acortaran la distancia entre ella y yo. Imposible. Para mí, quince años, francamente, eran muchos años, sobre todo en esa época. Ahora pienso que quince años ya no son tantos, pero eso depende de la persona en particular. Por su parte, el error se materializó en la incapacidad de gozar conmigo por querer satisfacerme y demostrarme que ella era una gran mujer, una hembra experimentada, una femme fatale. Ella pensó que, cuando nos fuéramos a la cama lo que haría sería disfrutarme, pero en realidad lo que hizo solamente fue tratar de impresionarme y acabó por no disfrutar nada.
Los intentos sexuales entre ella y yo se repitieron varias veces en estos años. Todos, sin excepción, fueron raros, incompletos, ajenos, frustrantes. Todavía me quedarían otros adjetivos para calificar aquello que fue. Todos negativos.
Hace un par de años, ella conoció a un hombre de otro continente. Se lo presentó una amiga, quien organizó un fin de semana en Acapulco. Esos días bastaron para conocerse, caerse bien, gustarse, irse a la cama, enamorarse y convencerse de que eran el uno para el otro.
La relación continuó por medios electrónicos durante algunos meses. No muchos, seis a lo más, hasta que ella consiguió los medios para ir a vivir con él. Dos meses o tres después de llegar a la tierra de él, se casaron y, hasta ahora, viven "felices para siempre".
No me extraña que lo que cuento haya sucedido. En estos años he conocido varios casos de amigas que conocen hombres que pertenecen a lugares muy lejanos y deciden seguirlos para hacer una vida juntos. El caso más reciente está sucediendo en estos días, con La Ricitos Colorados. Ya lo contaré en otro post.
Lo que aquí quiero comentar es que existe una enorme diferencia física entre ellos dos. Ella es muy muy muy guapa y sus habilidades para sacarse provecho vienen de una capacitación profesional en la materia, es decir, sabe lo que hace y lo sabe a nivel experto. En cambio él, es un hombre gordo, feo, medio calvo, de aspecto poco saludable, muy avejentado, es decir se ve mucho mayor de lo que realmente es. En fin, acá dicen que "rollo mata carita" pero eso creo que va más allá, que se trata de una comunicación muy especial, de un encuentro singular y de una experiencia, por lo menos la de ella, que no radica en la apariencia física, aunque no podría asegurarlo porque, a estas alturas, estoy seguro que ella pensará que su hombre es guapo y se sentirá físicamente atraída por él, por su físico.
Es que, de verdad, uno no se explica. Ella es una persona muy preocupada por su apariencia personal. Es experta en imagen, para acabar pronto. Él, en cambio, no es más que un desastre, y no son celos de mi parte ni nada. Tendrían que ver para creer.
¿Qué sucede entonces en la cabeza de La Morena de Ojos Grandes? ¿Cómo logró conectarse con este hombre cuyo aspecto hace que esa pareja se asemeje a La Bella y la Bestia? ¿Dónde radica esa magia?
Ella me contó que, cuando se conocieron, la conversación fluyó de una forma increíblemente natural. Que empezó a sentirse atraída por él sin poder controlarlo. Que sentía que él verdaderamente la escuchaba. Que todo lo que él le contaba le parecía maravilloso, alucinante, nuevo. Cuando se fueron a la cama, dice ella, la conexión sexual fue increíble, nunca había experimentado el sexo de esa manera, no por lo acrobático, ni por las habilidades sexuales de él, sino porque ella "lo sintió dentro", en su alma, sintió que ellos dos se fundían en uno solo. ¿Pos qué tendrá este compadre? La verdad, no lo sé pero creo que mi amiga encontró en él un secreto, que resolvió un misterio, o tal vez se trate de lo contrario, que se enfrenta todos los días a un misterio irresoluble que la atrae hacia él irremediablemente.
¿Cómo entra un hombre así en la esencia de una mujer? ¿Cómo la penetra de esa forma en la que puede dejar de importar todo lo demás? ¿En qué momento de la vida de una mujer sucede aquello de sentir que ningún parámetro utilizado antes para saberse atraída por los hombres funciona en este caso? Si la pareja es sexo y el sexo es atracción y la atracción es física, es corporal, ¿cómo sucede esto que está sucediendo?
Ojalá que vivan felices por mucho tiempo y que ese misterio no se disipe.

lunes, 19 de enero de 2009

De la red de redes



Imagen tomada de: http://www-news.uchicago.edu/releases/06/images/060807.networks-2.jpg

Recientemente he colocado un montón de fotos y otras informaciones en mi sitio de Facebook. Desgraciadamente no puedo compartirlo aquí porque tiene mi verdadera identidad, así que solamente podré contar un poco de él sin mostrar nada.
Dos cosas me han sucedido en ese entorno. La primera es que me llegó un mensaje de una chica con la cual no tengo mucho contacto pero que, no sé por qué, estoy sintiendo que se hizo presente con ese breve saludo como para que tuviéramos un poco más de comunicación. Sé, por el perfil que puede consultarse, que está soltera, o sea que se separó del chavo con el que se casó. Lo lamento por ella. Por eso creo que anda por ahí buscando compañía. Por lo menos, es mi impresión.
Sería un poco raro que yo intentara aparecerme como para tener rollo con ella. Conoce a mucha gente que yo conozco y no quisiera ningún tipo de problema. No me siento muy atraído por ella y dado que pertenece a un cerrado grupo de amigos y a mí la endogamia no se me da mucho (se me dio, pero de eso hace tiempo que ya no), pos no le veo muchas posibilidades. Mejor otros horizontes ¿no creen?
Por otro lado, hoy tuve una sorpresa. Entre las supuestas recomendaciones de "gente que tal vez conozcas" que ofrece el Facebook apareció alguien que, tarde o temprano iba a asomarse en estos enlaces. El hombre que era novio de Tita cuando ella y yo empezamos a andar. Él era mi amigo más cercano de la universidad y yo la conocí a ella a través de él. Estoy hablando de algo que sucedió hace veinte años. Creo que no he hecho muchas cosas malas en la vida, pero si de algo tengo que arrepentirme, es del daño que le caucé a este chavo cuando "le robé a la novia". Es una larga historia, tal vez un día la cuente, pero es bastante vieja, así que no tengo muchas ganas de volver a ello después de tantos años.
La cosa con esta "aparición", es que algo sentí en mi estómago cuando lo ví. Tal vez fue la simple sorpresa, no lo sé, pero la cosa es que traté de ingresar a su perfil para ver si se podían mirar más fotos y cosas de él. No tuve buena suerte, necesito primero que me acepte como amigo, cosa que, la verdad, no se me antoja.
Cuando vi a éste que será nombrado como La Víctima Universitaria, tuve un cierto sentimiento rarísimo de deseo. Sí, la verdad es que yo siempre me sentí atraído por él y, a pesar de que lo que pasó fue que le volé la novia, siempre sentí como que hubiera estado bien tener un "llegue" con él. También creo que él se daba cuenta de ello, que de alguna manera percibía que yo tenía algunos sentimientos por él. Creo que eso le gustaba y no me hubiera extrañado que, en algún momento, hubiéramos llegado a tener algo más físico.
Luego de que su novia se convirtió en su ex novia y ella pasó a ser la señora de el que esto escribe, nuestra amistad de rompió completamente. Comprensible ¿no les parece? Yo hubiera hecho lo mismo, si no es que peor. Lo cierto que ésa fue una gran pérdida para mi vida. Porque él era una buena persona, alguien que me estimaba y yo lo estimaba a él.
Sin embargo, con el paso del tiempo, pero de verdad muchos años después y muy lentamente, volvimos a tener contacto. Fue a través de amigos comunes que hacían que coincidiéramos en reuniones y fiestas. Muchos años pasaron para que finalmente nos saludáramos con un poco más de calma y termináramos alejados de los demás y platicando. Nunca cosas importantes, pero platicando los dos solos y yo sentía que había buena vibra entre los dos, que de no haber sido por lo que sucedió entre nosotros, hubiéramos sido amigos muy cercanos, muy queridos, que a pesar de todo, había una atracción amistosa que perduraba. Somos dos personas completamente diferentes pero creo que podríamos haber tenido una hermosa amistad.
He sabido algunas cosas de él. Nunca falta el conocido que te cuenta algo. También me lo he encontrado muchas veces de manera casual en la calle, no siempre en los mejores momentos emocionalmente hablando. De hecho, escribí hace tiempo un texto sobre un encuentro casual con él en un mal momento para mí. Dice que fue colgado en agosto de 2004, pero creo que lo escribí antes. Lo pongo acá, solamente para recordarlo:


Crimen, con su respectivo castigo

De vez en cuando la vida te recuerda que Dios castiga, pero no a palos, y lo peor de todo es que la factura te la cobra más pronto de lo que parece.
Hoy me había levantado de muy poco ánimo para ir a trabajar. No dormí bien anoche y cuando sentí que estaba conciliando el sueño, sonó el despertador. Clásico. Me levanté a regañadientes y pensando si realmente quería ir a trabajar o no. Finalmente me convencí de que, aunque me diera mucha flojera tenía que ir.
Justamente hoy también, y en el marco de esa flojera y desánimo que la ducha no me ayudó a quitar, me vestí con una extraña combinación de ropa. Se me veía mal, pero yo no soy de los que se prueban una y otra vez las cosas hasta que encuentran lo que les conviene para el día. Siempre he pensado que eso “es cuestión de viejas”, y si le toca a uno la mala suerte de sacar del clóset algo que no le quedaba hoy o simplemente que ya se le ve mal, pues ni modo, otro día será mejor. Me fui a trabajar así, sabiendo que me sentía mal y que además, me veía mal, por lo menos a mis ojos.
A pesar de todo fue un día raramente productivo. Estuve todo el tiempo sentado en mi escritorio pero desde ahí pude coordinar un montón de cosas y prácticamente no tuve problemas para conseguir lo que necesitaba. El día ayudó, sin embargo, mi sensación de malestar interno permaneció.
A las tres de la tarde ya estaba harto de la oficina y, como lo había estado maquinando durante toda la mañana, en vez de ir a comer a esa hora, me fui a meter al cine a ver una película que tenía muchas ganas de ver. Creo que, en el fondo, el asunto no era en realidad un ataque de cinefília compulsiva, sino más bien la idea de combinarlo todo. Me sentía mal, me veía mal, entonces ¿por qué no también portarme mal? Entré a las tres de la tarde a una sala de cine que tenía tres o cuatro personas nada más. Seguramente otros tránsfugas de los deberes, pensé en ese instante, para exculparme en aquello conocido como “mal de muchos”, y también por lo que podía ver de culpabilidad en la gente que estaba en la sala.
La película resultó excelente y salí de allí convencido de que había valido la pena “irse de pinta” un rato. De todos modos, debo aceptar que me sentía conciente de que lo que había hecho era una pequeña irresponsabilidad, que me podía traer serios problemas si alguien del trabajo me llamaba y no me encontraba en la oficina.
Como no había comido, decidí ir a la cafetería que está justo saliendo de la sala del cine. Algo rápido, pensé antes de entrar, y luego salir volando de regreso a donde realmente tenía que estar, que era organizando una conferencia de prensa.
¿Cuántas personas? —me preguntó la chica que la hacía de hostess.
Una sola, yo nada más —le contesté, un poco impaciente por la tonta duda de la amable señorita que no veía la clara realidad de que iba perfectamente solo.
Y entonces sucedió: cuando yo entraba para colocarme en la mesa que me habían asignado apareció, de entre la gente, aquel amigo, que luego se convirtió en ex amigo y luego se convirtió en sombra del pasado, de los fantasmas que cobran las facturas morales. Allí estaba él, frente a mí, saludándome por sorpresa y sin dejarme ir. Allí estaba él, con su sonrisa amable, para recordarme, sin decir una sola palabra por supuesto, simplemente con su saludo afectuoso, que yo alguna vez le quité a su novia y con eso le partí el corazón, y también partí el mío, por decir lo menos. Y allí estaba yo, sintiéndome mal por dentro desde la mañana, viéndome mal por fuera gracias ese aspecto de licenciado trastupijes que ese día me cargaba y ahora poniendo cara de culpable justo en el momento de la pregunta ¿y qué haces por aquí?
Ante la sorpresa, el ingenio se me petrificó, traté de buscar una solución rápida para responder lo más airosamente posible pero no apareció nada. Ni siquiera se me ocurrió mentir; y entonces, casi sin quererlo, sintiendo que no tenía otra posibilidad, me aventé hacia el vacío de la ignominia sin que ya nada me importara.
Pues nada, vine al cine, a ver una película —cuando solté la última palabra ya estaba insultándome a mí mismo con todas las fuerzas.
—¡¿Una película a esta hora?! —esa era justo la reacción que quería evitar, pero ya estaba ahí, en mi cara y saliendo de la boca de aquella sombra materializada en ex amigo y por quien, de alguna manera, después de todo lo que sucedió entre nosotros, siempre mantuve una mezcla de vergüenza, desilusión, afecto, competencia, nostalgia por los buenos momentos y culpa, mucha culpa.
Se despidió de mí luego de un silencio largo entre los dos, en el que no encontré nada más que decir excepto “pues sí”, como avergonzada respuesta a su asombrada interrogante.
No nos dimos los nuevos teléfonos ni nada. Ni siquiera nos despedimos deseándonos suerte o prometiéndonos llamadas telefónicas que nunca sucederían. Fue un encuentro que el azar tejió con mis ganas de portarme mal y su horario de comida.
Me quedé en la mesa esperando la sopa que había pedido. Tratando establecer el control de los daños a mi vergüenza recién vapuleada por mi captura in fragantti en mi acto de irresponsabilidad burocrática. Quise a las tres de la tarde escapar de mi malestar de todo el día y me encontré efectivamente con una solución: un malestar aún mucho mayor. Una pequeña vuelta en esa esquina del presente en la que me topé con mi pasado y con la estela que aquello fue dejando, solo para recordarme que, cuando te encuentras más convencido de que eso ya no puede alcanzarte, te lanza un zarpazo que estremece todas tus inseguridades... y tus seguridades también.