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sábado, 19 de enero de 2008

Tan lejos, tan cerca

Imagen tomada de: http://claraboya.blogia.com/upload/20070103235801-estrellas..jpg

Cuando vi por primera vez a El Neurólogo Catalán, él y yo ya habíamos hablado de sexo. Dado que nos conocimos en un chat gay, ambos estábamos buscando a alguien para un encuentro con fines sexuales. Como ya he contado en otras entregas, primero chateamos, luego me animé a darle mi número de teléfono y pude escuchar su voz por primera vez. Me gustó, tanto su tono de voz como su manera de hablar, de pronunciar. Era el tono de una persona educada. Era demasiado serio, incluso un poco pesado, pero decidí aceptar el reto de un más allá. Más tarde, cuando finalmente nos encontramos en un restaurante, ambos íbamos nerviosos porque sabíamos que nos íbamos a encontrar con alguien con quien teníamos intensiones de irnos a la cama y queríamos gustarle a la otra persona y al mismo tiempo que la otra persona nos gustara. Las expectativas de ese encuentro eran altas, para los dos.
Esa misma tarde que él y yo nos vimos, vinimos a mi casa. En el restaurante nos habíamos tomado una taza de té y habíamos tenido tiempo de platicar y, sobre todo, de vernos, de sentir cuál era la vibra que podía haber entre él y yo.
Arriesgadamente, irresponsablemente o como ustedes quieran llamarlo, me animé a aceptar la propuesta de él para que nos viniéramos a mi casa. Creo que si él no lo propone, yo no lo hubiera hecho, seguramente habría pensado que era demasiado prematuro y que era suficiente con una conversación en un lugar público. Él fue quien insistió y yo me animé a decirle que me siguiera hasta mi casa. Movido por el deseo sexual, por las ganas de transgredir finalmente el gran tabú de ir a la cama con un hombre, de hacer algo que era una decisión absolutamente personal, accedí a que fuéramos a mi casa. En el camino, mientras yo manejaba mi auto y veía por el espejo retrovisor el de él que iba detrás de mí, sentía que el corazón me saltaba. Tenía miedo, excitación, sentía que la cabeza me daba vueltas. ¿Era una buena idea meter a un desconocido a mi casa? Tenía apariencia de gente decente y además estaba casado y con hijos pequeños, por lo que seguramente no le interesaría hacer ningún escándalo después. ¿Se darían cuenta mis vecinos cuando nos vieran llegar? ¿Realmente quería hacerlo? ¿Quería hacerlo con él o simplemente había sido excitante llegar al punto de conocer a alguien que, como yo, quería ocultar sus deseos de los ojos de la gente pero al mismo tiempo experimentarlos, conocerse por dentro?
Con esas preguntas en la cabeza llegamos a la casa y nos sentamos en la sala después de que yo abrí una botella de vino. Recuerdo que yo tenía las manos heladas, el estómago apretado, tenía taquicardia, pero trataba de disimularlo todo. Nos sentamos en un sillón y le dimos un trago a las copas. Él se veía mucho más seguro que yo. A pesar de mis esfuerzos por mostrarme sereno, él se dio cuenta de mi inquietud. Me senté en el mismo sillón que estaba él pero a la distancia acostumbrada en la que un hombre se sienta a conversar con otro. Él me pidió que me acercara, que me sentara al lado de él. Para ese momento me estaba dando cuenta que quien llevaría la batuta de este encuentro sería él, porque yo no ataba ni desataba. Luego me tomó una mano. En ese momento yo sentí algo nuevo. Cuando entrelazamos nuestros dedos una descarga de energía pasó de su cuerpo a mi cuerpo y de regreso a su cuerpo saliendo por la otra mano. Fue una especie de conexión, como si nuestras personas se comunicaran a través de ese mínimo contacto físico. Nunca había sentido algo así, pero lo percibí instantáneamente. Después, él me pidió que le diera un beso. Juntamos nuestros labios por primera vez y yo sentía que el corazón se me iba a salir por la boca. Era una caída al vacío, un despeñarse víctima de mi propia decisión. Lo besé con fuerza y su beso fue exquisito. Sin embargo tuvo también algo de perturbador porque, al juntar mis labios con los suyos sentí el mismo olor que tiene mi papá, el olor de una loción para después de afeitar, el olor de un hombre. Además, sentí y mis labios lo rasposo de su vello facial que le empezaba a aparecer en la zona del bigote. Eran como las siete de la tarde, supongo, y para era hora su barba había crecido algo a pesar de que se afeitaba todos los días meticulosamente.
Unos cuantos besos después, seguramente no habría pasado ni diez minutos, él se levantó, me tomó de la mano y se dirigió hacia el pasillo, buscando mi recámara. Solamente recuerdo que lo seguí y que continuamos besándonos allá. Nos desnudamos, nos acostamos y en ese momento sentí que estaba perdiendo mi virginidad. Yo tenía treinta y cinco años pero era la primera vez que iba a hacer el amor de esa manera, con un hombre. ¿Qué era exactamente lo que haríamos? No tenía la menor idea, pero ver su cuerpo desnudo y verme yo también desnudo junto a él fue equivalente a cruzar el umbral hacia mi bisexualidad y me estaba gustando.
Él me besó mucho y, con una erección firme e insistente, empezó a buscar mi ano para penetrarme. Él estaba muy excitado y quería hacerlo ya. Presionaba su cuerpo contra el mío. En un instante levantó mis piernas y quiso abrir mi ano para introducir su pene. Yo tuve que detenerlo para decirle que se pusiera un condón y le dije que yo nunca había sido penetrado y no sabía si me iba a doler mucho, que lo hiciera con calma. Él accedió, pero no tenía mucha calma que ofrecer. Me lubricó, se puso el condón y otra vez levantó mis piernas. Lo empecé a recibir poco a poco, pero me dolía. Le insistía que lo hiciera despacio y, entre besos, me decía que eso era despacio, que me relajara, que estaba muy rico. Finalmente logró penetrarme, pero yo no podía relajarme mucho. Era demasiado para un solo día. Me dolía. Aguanté un rato, pero no fue mucho.
Después invertimos las posiciones, él se puso boca arriba y yo me senté en él. En esa posición me sentía mucho más cómodo y podía ver cómo él disfrutaba de tener su pene completamente dentro de mí. Puse mis manos en sus pectorales. A pesar de ser un hombre sumamente delgado tenía los pectorales marcados. Eso me encantaba. Trató de masturbarme y lo disfruté, pero me sentía lejos de llegar al orgasmo. Siempre me ha pasado que la primera vez con alguien encuentro dificultades tanto para mantener la erección como para llegar al orgasmo. Me es casi imposible. Él insistió pero después de un rato le dije que no insistiera más, que así estaba bien.
No recuerdo cómo fue que él terminó. De verdad, ahora que estoy haciendo este recuento me doy cuenta que recuerdo muchas cosas pero ese detalle no. Estoy seguro que sí se vino, pero no recuerdo cómo. No sé si fue en esa posición, -creo que sí- o en otra. Tal vez yo estaba de rodillas y él me penetró por atrás. No lo sé, pero él logró terminar. Nos abrazamos después. Estuvimos un buen rato besándonos. Nos bañamos y volvimos a vestirnos. Él no quería dejarme. Me pidió que lo acompañara al hospital, que fuéramos juntos en su coche. Tenía que volver para realizar una ronda de visitas con sus pacientes. Me dijo que esperara en la cafetería. Yo simplemente accedí a todo. Lo esperé en la cafetería mientras recordaba las escenas de hacía apenas unos minutos y todavía en mi cuerpo podía sentir los efectos de esa penetración.
Cuando regresó, comimos algo allí mismo. En nuestras caras se reflejaba la intoxicación que nos había producido nuestro encuentro. Un rato más tarde me llevaba de regreso a mi casa. En el auto yo iba callado, sin saber qué decir. Él me preguntó si me había gustado. Me dijo que a él le había encantado, que se sentía loco. Me dijo que nos viéramos otra vez, otro día. Yo no sabía qué responderle. Me dijo incluso que esto le interesaba como para algo fijo, como para tener una relación de amantes. No utilizó esas palabras pero tampoco recuerdo cuáles fueron. Dijo algo así como que podíamos compartir esto, que sentía que ahí había algo bueno, que los dos estábamos buscando lo mismo y que lo habíamos encontrado. Que él no andaba por ahí, de cama en cama, que quería estar con un hombre y que ese hombre ella yo. Para mí era demasiado, no podía contestar. Ni siquiera podía saber qué era lo que yo quería. En ese momento pensaba que lo que quería ya lo había conseguido, es decir, tener un encuentro sexual completo con un hombre. Ok, misión cumplida, ¿ahora qué? No tenía una propuesta para su proposición.
Llegamos a mi casa y nos despedimos en el auto, según recuerdo. Obviamente íbamos a seguir en contacto. Me dijo que me llamaba al día siguiente. Entré a mi departamento. No encendí las luces, tampoco el televisor ni la radio. Quería estar en silencio y a oscuras. Tampoco quería pensar pero estaba pensando o recordando o imaginando o todo junto. Me acurruqué en la cama y me puse a llorar. Así terminó la primera vez con El Neurólogo Catalán.
La primera vez que me encontré con El Señor de las Imágenes fue en un contexto laboral, en mi oficina. Me habían recomendado contactar con él por su calidad profesional y le había llamado a su casa. Él no estaba así que me contestó la grabadora. Dejé un mensaje. En ese momento no tenía la menor idea de que él no se encontraba en la ciudad, ni en el país, ni el continente. Simplemente no recibí ninguna respuesta en los días siguientes.
Un mes más tarde aproximadamente él se reportó. Le expliqué el propósito de mi llamada y acordamos que vendría a mi oficina a una reunión de trabajo. Cuando llegó, en ese primer momento no me di cuenta de su atractivo físico. Él me recordó después que se sentó a esperar afuera de mi oficina a que yo terminara de hablar por teléfono. Tuvo que esperar bastante porque yo no sabía que era él y que ya había llegado, así que yo hablaba por teléfono sin ninguna prisa. Luego alguien de mi oficina me dijo que me estaban esperando y lo hice pasar. Se sentó y le expliqué nuevamente qué era lo que queríamos. Él traía algunas muestras de su trabajo y me gustó de inmediato. Creo que en ese momento sentí cierta atracción, pero era una atracción divertida, solamente para mí. Le dije que esperara a mi jefa para presentarle lo que él había traído así que salió y se sentó nuevamente donde había estado esperando. Yo tenía que revisar el trabajo de otras personas y para hacerlo tenía que cruzar por enfrente de él. Lo hice varias veces y ahí sentí cierta tensión, no lo sé bien. Tal vez me di cuenta que me miraba cada vez que pasaba. No era nada muy evidente, pero estaba seguro de que había sentido una muy buena vibra con él.
Finalmente mi jefa lo recibió, conversaron largamente y se cayeron bien, así que él tenía que volver en los siguientes días con más muestras de su trabajo. Al despedirse y justo antes de salir, le dije que me encantaría conocer un poco más de su material y él me dijo que, si quería, podía ir un día a su casa y allí me mostraría lo que hacía. Yo le dije que encantado lo haría, que me daría mucho gusto. Segundos antes de cruzar la puerta intercambiamos miradas por última vez y allí fue que yo le lancé una llena de intensión. Fue un segundo, un instante, pero yo sentía que había sembrado la semilla.
En aquella ocasión yo le había dado mi número telefónico de casa y por la noche de ese mismo día, cuando yo estaba cenando, pensé que si me llamaba a la casa la cosa ya estaba hecha, es decir, él había recibido el mensaje y estaba respondiendo. Si no llamaba, entonces el asunto podía quedar en amigos, tal vez un día me invitaría efectivamente a su casa y yo conocería más de su trabajo. Tal vez seríamos buenos cuates y podríamos compartir algunos intereses comunes, todo muy buga. Tal vez incluso no sería nada de eso y a él no le interesara nada, ni siquiera mi amistad, eso también podría estar bien. Sin embargo, esa misma noche sonó mi teléfono. Era él.
Me dijo que llamaba porque se había quedado con ganas de seguir conversando sobre los temas que teníamos en común. Así lo hicimos, pero para cuando la conversación había avanzado ya era obvio que ambos nos sentíamos atraídos, ya no había que disimular mucho. Como en las películas, yo había lanzado el anzuelo y había sido mi día de suerte, había picado.
Acordamos una fecha para reunirnos en su casa. Me dijo que fuera a comer, que prepararía una comida para platicar. Recuerdo que era el año 2000 y estábamos a punto de salir de las vacaciones de diciembre. Yo tenía una semana bastante complicada, con un montón de compromisos, pero hice lugar en la agenda. Quedé de llegar a las tres de la tarde.
Llegó el día acordado y, según yo, traté de apurarme lo más posible para dejar espacio por la tarde porque sabía que no iba a volver a la oficina, sin embargo, inconscientemente creo que hice las cosas más lento, tratando de evitar que llegara la hora acordada. Estaba nervioso. Sabía que habría un encuentro y, si bien yo estaba listo para él, no quería involucrarme sentimentalmente. Había salido dificultosamente de la relación que tuve con el personaje anterior y no quería meterme en rollos sentimentales de nuevo. Esto era buena onda de cuates y un rollo físico, nada más.
Debido a que se me empezó a hacer tarde conforme avanzaba el día, tuve que llamarle para posponer una hora mi llegada a su casa. Me dijo que no había problema, que él estaría allí así que podía esperarme. Pasó esa hora y yo todavía no me había desocupado. Llamé de nuevo para ofrecerle una disculpa y pedirle que me esperara un rato más. Aceptó sin problemas. Después de dos o tres llamadas más finalmente llegué a su casa, nervioso, apenado, emocionado, excitado.
Me recibió atento, amable, tierno, buena persona, pero tenía en el rostro un velo de impenetrabilidad. Yo no podía identificar claramente cuál era el juego que él estaba jugando. ¿Sería que simplemente quería tener un encuentro sexual y ya? ¿se trataba únicamente de una conquista más para él? ¿querría algo más después como sucedió con El Neurólogo Catalán? ¿por qué tan rápidamente estaba yo en su casa invitado a comer y, tal vez, a algo más? ¿tendría algún propósito profesional su invitación? ¿estaría yo malinterpretándolo todo?
Nos sentamos en su comedor y él sirvió la comida: pasta y ensalada. Comimos nerviosos, pero rápidamente la conversación derivó en el asunto de la atracción por otros hombres. Yo le conté mi historia anterior y él escuchó atento. Cuando llegó su turno fue bastante evasivo, dijo cosas como que él sentía que había que ser libre para experimentar, que lo importante era conectarse con gente, sin importar de qué sexo era, pero no abundó en detalles de su vida pasada. Al final me quedó la impresión de que estaba frente a alguien que vivía su vida sin restricciones y que no tenía empacho en irse a la cama con quien se le daba la gana.
No recuerdo bien pero llegó el momento en que nos levantamos de la mesa, nos dimos un abrazo y nos besamos. Fue emocionante y al mismo tiempo inquietante. Yo tenía la sensación de que estaba con un joker, con un niño travieso, con alguien que le gustaba divertirse. Yo también quería divertirme pero el estado impersonal que él proyectaba era mayor al grado que yo estaba proyectando y eso me inquietaba. Nos fuimos a su habitación y nos desnudamos. Él se sacó lo que traía en la parte superior -no recuerdo qué era, si una playera o una camisa, creo que una camisa- y me mostró una enorme cicatriz en el pecho. Puso una cara muy especial que recuerdo claramente como una de las cosas que me conquistaron de él. Por primera vez lo sentí vulnerable, desnudo, mostrándose pero no de una manera agresiva, ni siquiera juguetona. Era una cara como pidiendo aceptación, como mostrando su humanidad tal cual. Eso me encantó. Lo abracé, nos acostamos. Nos besamos mucho y nos acariciamos. Él no hablaba, yo era el único que decía cosas y él simplemente respondía. De pronto empecé a hacerle sexo oral y a masturbarlo. Fue largo rato y de pronto comenzó a hacer señales de que iba a venirse. Yo tenía su pene en la boca y, cuando él ya no podía más, trató de separarse para eyacular. Yo mantuve mi boca con su pene dentro y dejé que se viniera ahí. Fue un acto medio suicida, lo sé. Yo no tenía la menor idea de quién era este tipo, si estaba con alguien más, si andaba de cama en cama. No sabía nada, pero yo estaba también excitado y no me importó. Esa vez yo tampoco pude lograr el orgasmo. Era de nuevo la primera vez con alguien y no podría. No lo conseguí.
Cuando llegué a su casa le había dicho que no iba a poder estar mucho tiempo con él porque tenía un compromiso más tarde y mis amigos me estarían esperando en un lugar para cenar con motivo de la próxima navidad, así que poco después de que terminamos de hacer el amor tuve que vestirme y, dándole miles de explicaciones para que no lo tomara a mal y asegurándole que lo lamentaba muchísimo, me despedí y salí de su casa más o menos rápido, con más de una hora de retraso para mi siguiente cita. Él me acompañó al auto, fue amable y se despidió de mí como se despide un compadre, pero en sus ojos había un brillo de complicidad, un gusto, una cosa encendida. Su mirada era distinta a la que tenía cuando me abrió la puerta de su casa. Esa tarde habíamos hecho el amor y nos había gustado mucho, había sido divertido, había que repetirlo ¿no? Era eso, un encuentro que había salido bien y podía ser buena idea tener una segunda sesión, una con más calma.
Me fui de ahí pensando en él y en el par de horas que habíamos estado juntos. Pensaba que iba directo a ver a mis amigos y trataba de concentrarme en las estrategias que tendría que poner en marcha para que no se me notara nada. ¿Qué diría? ¿qué explicación daría por llegar tan tarde? ¿Tenía cara de haber hecho el amor?
A diferencia de mi experiencia anterior en esta primera vez con El Señor de las Imágenes yo fui el que llevó un papel más activo en el encuentro. En vez de dejarme llevar, yo llevé y me dejaron hacer. Hubo mucha emoción pero no el arrebato aquel de meses atrás. Durante el sexo yo busqué sus manos para entrelazarlas con las mías pensando en que iba a sentir lo mismo que había sentido con mi relación anterior. No fue así, no sentí esa comunicación, esa energía corriendo desde la palma de su mano y atravesando mi cuerpo para salir por la otra palma de mis manos hacia su cuerpo. No hubo eso, pero en esta ocasión estaba listo para repetirlo. No hubo tristezas postcoitales, ni ganas de aislarme, ni necesidad de estar a oscuras. No hubo lágrimas, tampoco dudas de lo que estaba haciendo, yo estaba entonces en otro lugar.
Cuando llegué a casa me sentía contento. Me acosté en la cama mirando hacia el techo, pero en realidad no estaba mirando hacia afuera, sino hacia adentro de mi cuerpo de mi corazón y de mi cabeza. Veía estrellas y yo estaba en medio de ellas.

sábado, 5 de enero de 2008

Recuentos


Imagen tomada de: http://ellesirg.files.wordpress.com/2007/06/retrovisor1.jpg

Una vez ido el 2007, pienso en él como un año muy malo para mí. Después de conversar con algunas personas creo que fue malo también para ellas. No para todos, lo sé. Aquí haré algún recuento básico de lo que puedo recordar que caracterizó el año pasado en lo que respecta al tema que ocupa a este blog.
El 2007 empezó con una gran fiesta que organicé junto con una amiga en casa. Digo gran fiesta porque, a pesar de que no éramos muchos -unos ocho- sí fue un gran esfuerzo porque nos pusimos a cocinar desde temprano e hicimos no sé cuántas cosas de comida. En resumen, recibí el año con una gran fiesta entre amigos, bailando y riéndonos hasta más allá de las cinco de la mañana. Nada de sexo esa noche, pero estaba contento.
A principios del 2007 una amiga se fue a vivir al extranjero, con su pareja, con quien estaba a punto de casarse. Para despedirse, nos fuimos a tomar unos tragos y, una vez que le hicieron efecto, nos fuimos a mi casa e hicimos el amor. Mal, como siempre, pero digamos que nos la debíamos y que era seguro que así nos despediríamos. Me pregunto qué estaría haciendo el futuro marido, allá en el otro país, mientras esperaba que llegara su "esposa to be" ¿le habrán dado también su despedida?
Las cosas con El Señor de las Imágenes siguieron muy bien, llenas de afecto, de expresiones de cariño, de buscar momentos para estar juntos, etcétera, pero, gracias a este blog que también empecé el año pasado, comencé a darme cuenta de que hay cosas que no me gustan, que me gustaría reavivar la pasión, incluso empecé a sentir la falta de convivencia con una mujer, pues pasaron muchos meses en los que yo nomás tuve sexo con él.
A lo largo de este año, esporádicamente, se apareció La Flaca en mi vida y en mi cama, como para echarnos el acostón que cada tanto tiempo repetimos. No estuvo mal, pero tampoco de lo mejor.
Este año 2007 también tuve una visita inesperada, de La Azotada Europea, por un problema familiar. Pasó únicamente una noche en casa pero eso bastó para que después me hiciera el comentario-reclamación de que no le había tirado la onda ese día, que esperaba que yo lo hiciera. No las entiendo. Venía por un problema grande y serio, tiene a su marido en Europa, a su amante también y de todos modos quería sexo conmigo en esas circunstancias. Increíble. Yo no hubiera podido de haber estado en su lugar, creo. A veces los cambios de escenarios liberan la libido. Eso es algo que ya he escrito por acá.
Hubo un intento de otros amigos de presentarme a una chica muy jovencita, que no me gustó realmente mayor cosa y que no fructificó. La cosa quedó hasta ahí, por ahora.
Hacia finales de este año las emociones en torno a mi sexualidad se hicieron más presentes. Me enteré por La Mujer del Bosque que La Internauta Italiana le comentó a El Diplomático Oriental que yo tenía una relación con El Señor de las Imágenes. Eso hace que casi se me saliera el corazón. Cuando lo comenté con El Señor de las Imágenes entramos los dos en un estado mala onda, muy molestos y terminamos alejándonos un poco de La Mujer del Bosque, quien está pagando por nuestro malestar anímico. Uno de los costos que tuvo esa declaración fue que yo ya no puedo pensar eróticamente en La Internauta Italiana porque me viene a la mente su comentario y ahora la odio por eso. Al parecer, entonces, El Diplomático Oriental, uno de mis más queridos amigos, sabe mi rollo y, según supe, está molesto conmigo porque yo no le he contado directamente.
Días después me acosté con La Flaca y en algún momento empecé a sentir que podría tener sentido que tuviéramos una relación de "mantenimiento" mientras ambos conseguíamos pareja por otro lado. Fue una idea que me atravesó la mente pero que se estacionó por unos momentos y empecé a darle vueltas al asunto.
En tanto, el 2007 fue también el año en que apareció nuevamente Audrey y nuevamente empezamos el juego de seducción, conversando por mail, por teléfono, viéndonos para tomar café por las tardes, inventándonos cosas que sería bueno compartir. Para después de unas cuantas salidas, todo de gente muy decente, yo ya estaba listo para hacer el amor de nuevo con ella. En realidad estaba listo desde hacía tiempo, pero ahora sentía que ya no podía esperar más. Avanzamos las cosas y una vez me invitó a comer a su casa. Yo me porté como el provocador que soy y no le insinué nada, simplemente estuve correcto y encantador. Otro día cenamos en un lugar que nos gusta mucho a los dos. Al día siguiente ella tuvo un problema serio y yo estuve ahí para ayudarla, porque me llamó por teléfono para que fuera en su rescate. Pensé, ahora sí, esta noche, pero no fue posible. Se postergó hasta tres días más tarde cuando, después de una excursión al centro del DF acabamos besándonos en plena calle y a la vista de todos. Pasamos la noche juntos y estuvo maravilloso. Tanto, que el neurótico que traigo dentro empezó a sentirse genuinamente sacado de onda respecto a este momento de felicidad en una de las circunstancias más raras: ella estuvo todo este año en un proceso de tratamiento de su fertilidad para embarazarse por inseminación artificial. No ha podido terminarlo exitosamente hasta el momento y el 2008 será el año de intentarlo mediante la técnica de in vitro. En tanto, en la noche que pasamos juntos y al día siguiente que nos despertamos, yo hice el amor con estricto uso del condón. Lo disfruté como pocas cosas he disfrutado en el 2007 y como siempre he disfrutado del sexo con Audrey, que es una de las personas con quien ese tema resulta siempre a la perfección.
Me faltaba comentar que este año que ha muerto fue el que volví a ver a Mi Francesa Preferida, de quien he comentado en entradas anteriores. La volví a ver y me volvió a gustar tanto como siempre, volví a sentir húmedas las manos del sudor y volví a sentir palpitaciones cuando me la encontré. Hice lo posible para organizar encuentros para conversar. Así sucedió una vez, cuando conocí su nueva casa y salimos por un café. Realmente me gusta esa mujer, es linda, es inteligente, es algo así como todo lo que yo quisiera en alguien. El único problema es que parece que no le intereso prácticamente nada en el tema pareja porque, después de esa salida, yo la invité nuevamente para que hiciéramos algo juntos, no sé, el cine o algo así y me mandó un mail diciéndome que no tenía tiempo porque estaba ocupada, ocupadísima y que no le sería posible distraerse más porque su meta era terminar unos compromisos profesionales a la brevedad. Mensaje recibido: se acabó la historia con la francesa. Lo malo es que nunca me la cogí, y ésa era también una de mis ideas, lo lamento.
La sorpresa del año: encontarme primero a la familia de El Neurólogo Catalán. Casi me da un brinco el corazón, cuando encontré a sus dos hijos, que no conocía, y a su esposa -supongo que era su esposa, ¡qué fea!- con un cartel con su nombre apoyándolo en una carrera atlética. Los vigilé durante una hora para ver si yo también podía verlo, aunque fuera de lejos. No sucedió así y yo salí de ahí pensando en él. Fuera del estadio, hacia la sección de registro de corredores, lo vi. Estaba parece un poco más gordito. Lo vi incluso un poco más chaparro, pero era él, estoy seguro. Era de noche y no se distinguía bien todo, pero sí, era él. Pasé a unos metros de distancia. No sé si él no me vio o sí y se hizo el ciego, lo cierto es que yo lo dejé pasar. Yo iba con alguien de mi familia, pero incluso nada hubiera pasado. Pero no me atreví, lo vi pasar únicamente. Después de eso, me quedé como en blanco. Me costaba mucho responder a cualquier pregunta, estaba en la luna, pero no por la nostalgia de los buenos momentos con él, sino por el hecho de que no me atreví a abordarlo.
Por último, Leo, el amante telefónico anda desaparecido. He llamado a su número, la única forma de contacto que tengo con él y contesta una grabadora con una voz de mujer. ¿Se habrá mudado de casa? ¿estará viviendo con otra persona? ¿Se habrá casado? No me parece que eso pudiera ser cierto, se "oía" bastante gay, eso era justo lo que no me gustaba de él. La cosa es que, después de no sé cuántos intentos de llamadas, no he tenido la suerte de encontrármelo y tampoco él ha llamado. Buuuu y yo que quería que estas vacaciones fueran la fecha de nuestro encuentro personal por primera vez en nuestra historia. Ya no fue así en el 2007 ¿será en el 2008?
Acá estoy, a la vuelta de todas esas peripecias, pensando en mi futuro, disfrutando la soledad y al mismo tiempo queriendo tener más compañía, más sexo, mejor.
Lo mejor en el 2008 para todos quienes han leído alguna vez este blog.

viernes, 8 de junio de 2007

El Neurólogo Catalán...



...o la vez que perdí mi virginidad homoerótica.

Cuando tenía 35 años tuve una crisis personal muy profunda que se reflejó en muchos aspectos de mi vida e incluso mi vida actual es producto, en parte, de esa crisis. Eso fue hace siete años.
La cosa empezó cuando me quedé sin trabajo, después de una discusión con la persona para la que trabajaba y luego de aguantar una mala relación profesional durante por lo menos un año. La cosa explotó y, de un día para otro, yo me quedé sin trabajo. El nuevo empleo apareció nueve meses después y es el que actualmente tengo.
En esos días de desempleo, yo estaba de novio con La Internauta Italiana. Teníamos ya como cinco años de pareja y las cosas estaban más o menos bien, con sus altas y bajas, claro, pero en general bien.
El desempleo me afectó emocionalmente de manera muy profunda. Yo me considero propenso a la depresión, así que a las pocas semanas y al darme cuenta de que conseguir un nuevo trabajo me iba a costar mucho más de lo que yo imaginaba, comencé con un proceso de ansiedad que hizo que mi psiquiatra -para esas fechas tomaba terapia con un psiquiatra al que quiero con todo el corazón, pero que ahora ya no veo- me recetara medicamentos para dormir. Todo en mi vida se afectó. Empecé a recibir apoyo financiero de mi padre y mi novia me apoyaba en el proceso emocional, sin embargo, las largas horas encerrado en casa hacían que me sintiera siempre mal.
Para combatir las horas de aburrimiento, empecé a sentarme frente a la computadora y, en vez de hacer algo productivo con ese tiempo, me dediqué a navegar por internet buscando prácticamente nada en especial.
En ese tiempo me hice gran consumidor de pornografía tanto heterosexual como gay. Me pasaba horas frente a la computadora viendo imágenes, chateando con desconocidos y leyendo historias eróticas que eran básicamente escritos burdos de la imaginería masculina más pobre. En eso me la llevaba a veces días enteros.
Fue ahí cuando apareció en mi vida El Neurólogo Catalán, un hombre que también chateaba buscando gente con quien tener algún encuentro sexual. Nuestra primera conversación fue más o menos breve. Luego de los intercambios informativos de rigor acordamos un lugar y una fecha para vernos. Me gustó porque escribía bien, con ortografía y eso, para alguien como yo, es sumamente seductor. Me dijo que me quería hablar por teléfono y yo le di mi número. Me llamó y me gustó su acento. Me retó a que no me atrevía a que nos encontráramos y yo acepté el reto. Ambos vivimos más o menos en la misma zona de la ciudad de México, así que no fue difícil dar con un sitio conocido por ambos para nuestro encuentro.
Nos encontramos un día por la tarde. No recuerdo bien, pero creo que yo debo haber llegado después que él. Yo siempre he sido bastante impuntual, la verdad. La cosa es que recuerdo haberlo visto sentado, esperando. No era un hombre muy apuesto. Delgado, más bajo que yo, bastante calvo y de lentes. Sin embargo, tenía pinta de gente decente y creo que eso fue lo que me atrajo inicialmente de él. Hablaba bien, tenía buenos modales.
En el restaurante nos tomamos unas tazas de té de manzanilla. Creo que él no tomaba café y en ese tiempo yo tampoco estaba tomando para no afectar el funcionamiento de mis medicamentos para dormir. Platicamos un rato, las cosas obvias. Momentos después él fue al grano:
-Bueno y ¿qué te parece? ¿te animas?
-Ehh... bueno, sí.
-¿Te parezco agradable?
-Sí, claro me pareces una buena persona... y está bien.
Salimos del restaurante unos minutos más tarde. Él insistió en que fuéramos a mi casa. En ese momento yo no vivía solo, un amigo se había dejado caer por unos meses -al final fueron dos años, pero igual se le quiere- así que yo no estaba muy convencido de llevarlo a la casa, por lo que pudiera pasar, además que no tenía la menor idea quién era este tipo. No sé por qué pero la cosa es que accedí, cada uno tomó su auto y él me siguió.
Llegamos a casa. Nos sentamos en la sala, pero antes abrimos una botella de vino. No bebimos nada. En cuanto estuvimos solos, él tomó una actitud más segura y más abierta, más agresiva digamos. Me tomó de las manos. Yo las tenía frías y poco después me besó.
Para mí fue una sensación muy rara, que me causó un gran impacto. No había besado a un hombre -con excepción de Héctor, mi amigo de la universidad, pero nada de eso cuenta-. Lo que más me llamó la atención de ese momento fue que le sentí el mismo olor que tiene mi papá y eso me causó cierta repulsión. Yo estaba muy nervioso, no sabía bien qué era lo que quería en ese momento.
Él se levanto y, llevándome de la mano, fuimos hacia mi habitación. Allí nos desnudamos y empezamos a hacer el amor. Él quería penetrarme y yo lo dejé, pero yo no tenía nada de experiencia al respecto así que me costó mucho relajarme y de todos modos me dolió bastante, pero igual quería hacerlo.
Estuvimos en mi cama durante un par de horas. Al final él pudo penetrarme bien y llegó al orgasmo. Yo no pude, por más que lo intentamos.
Nos bañamos y nos vestimos. Me dijo que tenía que hacer una ronda de pacientes en el hospital donde trabajaba y me pidió que lo acompañara. Eso me gustó. Fuimos y yo me quedé en la cafetería, leyendo. Llegó más tarde y me llevó de regreso a mi casa. En el camino me dijo que quería tener una relación estable conmigo, que él no andaba buscando miles de aventuras sino que quería encontrar a alguien. Ya antes me había dicho que era casado y eso también me gustaba del asunto. Yo no quería tener nada con un gay que quisiera instalarse en mi casa o algo así. Por el contrario, me atraía la idea de un bisexual como yo y que tuviera que cuidar las apariencias, como las quería cuidar yo.
Insistió en que podíamos tener una relación. Me gustó como lo dijo pero yo no sabía bien qué responder. Le dije que no estaba seguro, que lo pensaría. Que no era exactamente lo que yo estaba buscando, que lo que yo había querido era vivir una experiencia y nada más. El insistió.
Dos días más tarde le llamé para decirle que quería hablar con él. Fui al hospital y le dije que no, que no podía, que tenía una novia y que no me atrevía a tener una relación con un hombre, que no estaba preparado para eso. Le dije que lo lamentaba. Él escuchó y aceptó mi decisión.
Pasó otro par de días y él me mandó un mensaje al teléfono. "Te extraño", decía. "Yo también, mucho", le contesté y le dije que lo quería ver. Me respondió diciéndome que llegara al consultorio después de que sus pacientes se hubieran ido, como a las ocho de la noche. Así lo hice. Llegué al hospital nuevamente nervioso.
Cuando entré a su consultorio ahí estaba él, esperándome. Nos abrazamos y nos besamos con una intensidad única, como si fuéramos una pareja que no se hubiera visto en meses, quizá años. Nos dijimos que queríamos estar juntos. Le dije que él me encantaba y él respondió que se sentía loco por mí.
Hicimos el amor en una de sus salas de exploración. Recuerdo esa imagen muy claramente. No sabíamos ¿o ya lo sabíamos en ese momento? que la escena se repetiría en su consultorio, en mi casa, en lugares fuera de la ciudad de México y hasta en el coche, en la calle.
Yo se lo comenté a mi terapeuta. Lo trabajé un buen tiempo. Él me ayudó a entender qué era lo que me estaba pasando y a aceptar las cosas que me gustaban. Fue mi psiquiatra quien me dijo aquella frase de "está usted viviendo su adolescencia en ese sentido, se está enamorando como si fuera la primera vez porque en muchos aspectos es efectivamente su primera vez, está perdiendo su virginidad homoerótica".
La historia duró cerca de cuatro meses, pero su intensidad fue equivalente a muchos años. Lloré cuando él tomó la decisión de no vernos más, porque, según él, si seguía viéndome, iba a terminar por decidir vivir conmigo y tenía hijos chicos a los que no quería abandonar.
Han pasado siete años de eso y todavía pienso en él. Sabía que en este blog iba a escribir esa historia un día y ya empecé. Hay más que decir, pero eso será en entregas posteriores. Hoy, buscando la imagen que ilustraría este post, introduje su nombre y el buscador me devolvió, entre muchas imágenes, una foto de él. Me impresionó ver su cara después de tanto tiempo. Recordé las muchas cosas que me gustaban de él. Sobretodo, que nos tomáramos de las manos cuando estábamos haciendo el amor. Sentía una energía intensa que recorría mi cuerpo y que entraba por la palma de mis manos desde su cuerpo.
Alguna vez nos encontramos después de haber terminado la relación. Volvimos a hacer el amor y en aquella ocasión, mientras me penetraba, se le salió algo como "solo contigo hago el amor así". Me gustó que lo dijera, pero su tono tenía algo de doloroso, de amor imposible.
Muchas veces, en mis masturbaciones, lo recuerdo y hago memoria de lo que hicimos y de la intensidad que nos agarró a los dos. Lo quise mucho, aunque sé que ese cariño no era más que pasión en ese momento. Aún así, pienso en él.