lunes, 19 de enero de 2009

De la red de redes



Imagen tomada de: http://www-news.uchicago.edu/releases/06/images/060807.networks-2.jpg

Recientemente he colocado un montón de fotos y otras informaciones en mi sitio de Facebook. Desgraciadamente no puedo compartirlo aquí porque tiene mi verdadera identidad, así que solamente podré contar un poco de él sin mostrar nada.
Dos cosas me han sucedido en ese entorno. La primera es que me llegó un mensaje de una chica con la cual no tengo mucho contacto pero que, no sé por qué, estoy sintiendo que se hizo presente con ese breve saludo como para que tuviéramos un poco más de comunicación. Sé, por el perfil que puede consultarse, que está soltera, o sea que se separó del chavo con el que se casó. Lo lamento por ella. Por eso creo que anda por ahí buscando compañía. Por lo menos, es mi impresión.
Sería un poco raro que yo intentara aparecerme como para tener rollo con ella. Conoce a mucha gente que yo conozco y no quisiera ningún tipo de problema. No me siento muy atraído por ella y dado que pertenece a un cerrado grupo de amigos y a mí la endogamia no se me da mucho (se me dio, pero de eso hace tiempo que ya no), pos no le veo muchas posibilidades. Mejor otros horizontes ¿no creen?
Por otro lado, hoy tuve una sorpresa. Entre las supuestas recomendaciones de "gente que tal vez conozcas" que ofrece el Facebook apareció alguien que, tarde o temprano iba a asomarse en estos enlaces. El hombre que era novio de Tita cuando ella y yo empezamos a andar. Él era mi amigo más cercano de la universidad y yo la conocí a ella a través de él. Estoy hablando de algo que sucedió hace veinte años. Creo que no he hecho muchas cosas malas en la vida, pero si de algo tengo que arrepentirme, es del daño que le caucé a este chavo cuando "le robé a la novia". Es una larga historia, tal vez un día la cuente, pero es bastante vieja, así que no tengo muchas ganas de volver a ello después de tantos años.
La cosa con esta "aparición", es que algo sentí en mi estómago cuando lo ví. Tal vez fue la simple sorpresa, no lo sé, pero la cosa es que traté de ingresar a su perfil para ver si se podían mirar más fotos y cosas de él. No tuve buena suerte, necesito primero que me acepte como amigo, cosa que, la verdad, no se me antoja.
Cuando vi a éste que será nombrado como La Víctima Universitaria, tuve un cierto sentimiento rarísimo de deseo. Sí, la verdad es que yo siempre me sentí atraído por él y, a pesar de que lo que pasó fue que le volé la novia, siempre sentí como que hubiera estado bien tener un "llegue" con él. También creo que él se daba cuenta de ello, que de alguna manera percibía que yo tenía algunos sentimientos por él. Creo que eso le gustaba y no me hubiera extrañado que, en algún momento, hubiéramos llegado a tener algo más físico.
Luego de que su novia se convirtió en su ex novia y ella pasó a ser la señora de el que esto escribe, nuestra amistad de rompió completamente. Comprensible ¿no les parece? Yo hubiera hecho lo mismo, si no es que peor. Lo cierto que ésa fue una gran pérdida para mi vida. Porque él era una buena persona, alguien que me estimaba y yo lo estimaba a él.
Sin embargo, con el paso del tiempo, pero de verdad muchos años después y muy lentamente, volvimos a tener contacto. Fue a través de amigos comunes que hacían que coincidiéramos en reuniones y fiestas. Muchos años pasaron para que finalmente nos saludáramos con un poco más de calma y termináramos alejados de los demás y platicando. Nunca cosas importantes, pero platicando los dos solos y yo sentía que había buena vibra entre los dos, que de no haber sido por lo que sucedió entre nosotros, hubiéramos sido amigos muy cercanos, muy queridos, que a pesar de todo, había una atracción amistosa que perduraba. Somos dos personas completamente diferentes pero creo que podríamos haber tenido una hermosa amistad.
He sabido algunas cosas de él. Nunca falta el conocido que te cuenta algo. También me lo he encontrado muchas veces de manera casual en la calle, no siempre en los mejores momentos emocionalmente hablando. De hecho, escribí hace tiempo un texto sobre un encuentro casual con él en un mal momento para mí. Dice que fue colgado en agosto de 2004, pero creo que lo escribí antes. Lo pongo acá, solamente para recordarlo:


Crimen, con su respectivo castigo

De vez en cuando la vida te recuerda que Dios castiga, pero no a palos, y lo peor de todo es que la factura te la cobra más pronto de lo que parece.
Hoy me había levantado de muy poco ánimo para ir a trabajar. No dormí bien anoche y cuando sentí que estaba conciliando el sueño, sonó el despertador. Clásico. Me levanté a regañadientes y pensando si realmente quería ir a trabajar o no. Finalmente me convencí de que, aunque me diera mucha flojera tenía que ir.
Justamente hoy también, y en el marco de esa flojera y desánimo que la ducha no me ayudó a quitar, me vestí con una extraña combinación de ropa. Se me veía mal, pero yo no soy de los que se prueban una y otra vez las cosas hasta que encuentran lo que les conviene para el día. Siempre he pensado que eso “es cuestión de viejas”, y si le toca a uno la mala suerte de sacar del clóset algo que no le quedaba hoy o simplemente que ya se le ve mal, pues ni modo, otro día será mejor. Me fui a trabajar así, sabiendo que me sentía mal y que además, me veía mal, por lo menos a mis ojos.
A pesar de todo fue un día raramente productivo. Estuve todo el tiempo sentado en mi escritorio pero desde ahí pude coordinar un montón de cosas y prácticamente no tuve problemas para conseguir lo que necesitaba. El día ayudó, sin embargo, mi sensación de malestar interno permaneció.
A las tres de la tarde ya estaba harto de la oficina y, como lo había estado maquinando durante toda la mañana, en vez de ir a comer a esa hora, me fui a meter al cine a ver una película que tenía muchas ganas de ver. Creo que, en el fondo, el asunto no era en realidad un ataque de cinefília compulsiva, sino más bien la idea de combinarlo todo. Me sentía mal, me veía mal, entonces ¿por qué no también portarme mal? Entré a las tres de la tarde a una sala de cine que tenía tres o cuatro personas nada más. Seguramente otros tránsfugas de los deberes, pensé en ese instante, para exculparme en aquello conocido como “mal de muchos”, y también por lo que podía ver de culpabilidad en la gente que estaba en la sala.
La película resultó excelente y salí de allí convencido de que había valido la pena “irse de pinta” un rato. De todos modos, debo aceptar que me sentía conciente de que lo que había hecho era una pequeña irresponsabilidad, que me podía traer serios problemas si alguien del trabajo me llamaba y no me encontraba en la oficina.
Como no había comido, decidí ir a la cafetería que está justo saliendo de la sala del cine. Algo rápido, pensé antes de entrar, y luego salir volando de regreso a donde realmente tenía que estar, que era organizando una conferencia de prensa.
¿Cuántas personas? —me preguntó la chica que la hacía de hostess.
Una sola, yo nada más —le contesté, un poco impaciente por la tonta duda de la amable señorita que no veía la clara realidad de que iba perfectamente solo.
Y entonces sucedió: cuando yo entraba para colocarme en la mesa que me habían asignado apareció, de entre la gente, aquel amigo, que luego se convirtió en ex amigo y luego se convirtió en sombra del pasado, de los fantasmas que cobran las facturas morales. Allí estaba él, frente a mí, saludándome por sorpresa y sin dejarme ir. Allí estaba él, con su sonrisa amable, para recordarme, sin decir una sola palabra por supuesto, simplemente con su saludo afectuoso, que yo alguna vez le quité a su novia y con eso le partí el corazón, y también partí el mío, por decir lo menos. Y allí estaba yo, sintiéndome mal por dentro desde la mañana, viéndome mal por fuera gracias ese aspecto de licenciado trastupijes que ese día me cargaba y ahora poniendo cara de culpable justo en el momento de la pregunta ¿y qué haces por aquí?
Ante la sorpresa, el ingenio se me petrificó, traté de buscar una solución rápida para responder lo más airosamente posible pero no apareció nada. Ni siquiera se me ocurrió mentir; y entonces, casi sin quererlo, sintiendo que no tenía otra posibilidad, me aventé hacia el vacío de la ignominia sin que ya nada me importara.
Pues nada, vine al cine, a ver una película —cuando solté la última palabra ya estaba insultándome a mí mismo con todas las fuerzas.
—¡¿Una película a esta hora?! —esa era justo la reacción que quería evitar, pero ya estaba ahí, en mi cara y saliendo de la boca de aquella sombra materializada en ex amigo y por quien, de alguna manera, después de todo lo que sucedió entre nosotros, siempre mantuve una mezcla de vergüenza, desilusión, afecto, competencia, nostalgia por los buenos momentos y culpa, mucha culpa.
Se despidió de mí luego de un silencio largo entre los dos, en el que no encontré nada más que decir excepto “pues sí”, como avergonzada respuesta a su asombrada interrogante.
No nos dimos los nuevos teléfonos ni nada. Ni siquiera nos despedimos deseándonos suerte o prometiéndonos llamadas telefónicas que nunca sucederían. Fue un encuentro que el azar tejió con mis ganas de portarme mal y su horario de comida.
Me quedé en la mesa esperando la sopa que había pedido. Tratando establecer el control de los daños a mi vergüenza recién vapuleada por mi captura in fragantti en mi acto de irresponsabilidad burocrática. Quise a las tres de la tarde escapar de mi malestar de todo el día y me encontré efectivamente con una solución: un malestar aún mucho mayor. Una pequeña vuelta en esa esquina del presente en la que me topé con mi pasado y con la estela que aquello fue dejando, solo para recordarme que, cuando te encuentras más convencido de que eso ya no puede alcanzarte, te lanza un zarpazo que estremece todas tus inseguridades... y tus seguridades también.

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