sábado, 19 de enero de 2008

Tan lejos, tan cerca

Imagen tomada de: http://claraboya.blogia.com/upload/20070103235801-estrellas..jpg

Cuando vi por primera vez a El Neurólogo Catalán, él y yo ya habíamos hablado de sexo. Dado que nos conocimos en un chat gay, ambos estábamos buscando a alguien para un encuentro con fines sexuales. Como ya he contado en otras entregas, primero chateamos, luego me animé a darle mi número de teléfono y pude escuchar su voz por primera vez. Me gustó, tanto su tono de voz como su manera de hablar, de pronunciar. Era el tono de una persona educada. Era demasiado serio, incluso un poco pesado, pero decidí aceptar el reto de un más allá. Más tarde, cuando finalmente nos encontramos en un restaurante, ambos íbamos nerviosos porque sabíamos que nos íbamos a encontrar con alguien con quien teníamos intensiones de irnos a la cama y queríamos gustarle a la otra persona y al mismo tiempo que la otra persona nos gustara. Las expectativas de ese encuentro eran altas, para los dos.
Esa misma tarde que él y yo nos vimos, vinimos a mi casa. En el restaurante nos habíamos tomado una taza de té y habíamos tenido tiempo de platicar y, sobre todo, de vernos, de sentir cuál era la vibra que podía haber entre él y yo.
Arriesgadamente, irresponsablemente o como ustedes quieran llamarlo, me animé a aceptar la propuesta de él para que nos viniéramos a mi casa. Creo que si él no lo propone, yo no lo hubiera hecho, seguramente habría pensado que era demasiado prematuro y que era suficiente con una conversación en un lugar público. Él fue quien insistió y yo me animé a decirle que me siguiera hasta mi casa. Movido por el deseo sexual, por las ganas de transgredir finalmente el gran tabú de ir a la cama con un hombre, de hacer algo que era una decisión absolutamente personal, accedí a que fuéramos a mi casa. En el camino, mientras yo manejaba mi auto y veía por el espejo retrovisor el de él que iba detrás de mí, sentía que el corazón me saltaba. Tenía miedo, excitación, sentía que la cabeza me daba vueltas. ¿Era una buena idea meter a un desconocido a mi casa? Tenía apariencia de gente decente y además estaba casado y con hijos pequeños, por lo que seguramente no le interesaría hacer ningún escándalo después. ¿Se darían cuenta mis vecinos cuando nos vieran llegar? ¿Realmente quería hacerlo? ¿Quería hacerlo con él o simplemente había sido excitante llegar al punto de conocer a alguien que, como yo, quería ocultar sus deseos de los ojos de la gente pero al mismo tiempo experimentarlos, conocerse por dentro?
Con esas preguntas en la cabeza llegamos a la casa y nos sentamos en la sala después de que yo abrí una botella de vino. Recuerdo que yo tenía las manos heladas, el estómago apretado, tenía taquicardia, pero trataba de disimularlo todo. Nos sentamos en un sillón y le dimos un trago a las copas. Él se veía mucho más seguro que yo. A pesar de mis esfuerzos por mostrarme sereno, él se dio cuenta de mi inquietud. Me senté en el mismo sillón que estaba él pero a la distancia acostumbrada en la que un hombre se sienta a conversar con otro. Él me pidió que me acercara, que me sentara al lado de él. Para ese momento me estaba dando cuenta que quien llevaría la batuta de este encuentro sería él, porque yo no ataba ni desataba. Luego me tomó una mano. En ese momento yo sentí algo nuevo. Cuando entrelazamos nuestros dedos una descarga de energía pasó de su cuerpo a mi cuerpo y de regreso a su cuerpo saliendo por la otra mano. Fue una especie de conexión, como si nuestras personas se comunicaran a través de ese mínimo contacto físico. Nunca había sentido algo así, pero lo percibí instantáneamente. Después, él me pidió que le diera un beso. Juntamos nuestros labios por primera vez y yo sentía que el corazón se me iba a salir por la boca. Era una caída al vacío, un despeñarse víctima de mi propia decisión. Lo besé con fuerza y su beso fue exquisito. Sin embargo tuvo también algo de perturbador porque, al juntar mis labios con los suyos sentí el mismo olor que tiene mi papá, el olor de una loción para después de afeitar, el olor de un hombre. Además, sentí y mis labios lo rasposo de su vello facial que le empezaba a aparecer en la zona del bigote. Eran como las siete de la tarde, supongo, y para era hora su barba había crecido algo a pesar de que se afeitaba todos los días meticulosamente.
Unos cuantos besos después, seguramente no habría pasado ni diez minutos, él se levantó, me tomó de la mano y se dirigió hacia el pasillo, buscando mi recámara. Solamente recuerdo que lo seguí y que continuamos besándonos allá. Nos desnudamos, nos acostamos y en ese momento sentí que estaba perdiendo mi virginidad. Yo tenía treinta y cinco años pero era la primera vez que iba a hacer el amor de esa manera, con un hombre. ¿Qué era exactamente lo que haríamos? No tenía la menor idea, pero ver su cuerpo desnudo y verme yo también desnudo junto a él fue equivalente a cruzar el umbral hacia mi bisexualidad y me estaba gustando.
Él me besó mucho y, con una erección firme e insistente, empezó a buscar mi ano para penetrarme. Él estaba muy excitado y quería hacerlo ya. Presionaba su cuerpo contra el mío. En un instante levantó mis piernas y quiso abrir mi ano para introducir su pene. Yo tuve que detenerlo para decirle que se pusiera un condón y le dije que yo nunca había sido penetrado y no sabía si me iba a doler mucho, que lo hiciera con calma. Él accedió, pero no tenía mucha calma que ofrecer. Me lubricó, se puso el condón y otra vez levantó mis piernas. Lo empecé a recibir poco a poco, pero me dolía. Le insistía que lo hiciera despacio y, entre besos, me decía que eso era despacio, que me relajara, que estaba muy rico. Finalmente logró penetrarme, pero yo no podía relajarme mucho. Era demasiado para un solo día. Me dolía. Aguanté un rato, pero no fue mucho.
Después invertimos las posiciones, él se puso boca arriba y yo me senté en él. En esa posición me sentía mucho más cómodo y podía ver cómo él disfrutaba de tener su pene completamente dentro de mí. Puse mis manos en sus pectorales. A pesar de ser un hombre sumamente delgado tenía los pectorales marcados. Eso me encantaba. Trató de masturbarme y lo disfruté, pero me sentía lejos de llegar al orgasmo. Siempre me ha pasado que la primera vez con alguien encuentro dificultades tanto para mantener la erección como para llegar al orgasmo. Me es casi imposible. Él insistió pero después de un rato le dije que no insistiera más, que así estaba bien.
No recuerdo cómo fue que él terminó. De verdad, ahora que estoy haciendo este recuento me doy cuenta que recuerdo muchas cosas pero ese detalle no. Estoy seguro que sí se vino, pero no recuerdo cómo. No sé si fue en esa posición, -creo que sí- o en otra. Tal vez yo estaba de rodillas y él me penetró por atrás. No lo sé, pero él logró terminar. Nos abrazamos después. Estuvimos un buen rato besándonos. Nos bañamos y volvimos a vestirnos. Él no quería dejarme. Me pidió que lo acompañara al hospital, que fuéramos juntos en su coche. Tenía que volver para realizar una ronda de visitas con sus pacientes. Me dijo que esperara en la cafetería. Yo simplemente accedí a todo. Lo esperé en la cafetería mientras recordaba las escenas de hacía apenas unos minutos y todavía en mi cuerpo podía sentir los efectos de esa penetración.
Cuando regresó, comimos algo allí mismo. En nuestras caras se reflejaba la intoxicación que nos había producido nuestro encuentro. Un rato más tarde me llevaba de regreso a mi casa. En el auto yo iba callado, sin saber qué decir. Él me preguntó si me había gustado. Me dijo que a él le había encantado, que se sentía loco. Me dijo que nos viéramos otra vez, otro día. Yo no sabía qué responderle. Me dijo incluso que esto le interesaba como para algo fijo, como para tener una relación de amantes. No utilizó esas palabras pero tampoco recuerdo cuáles fueron. Dijo algo así como que podíamos compartir esto, que sentía que ahí había algo bueno, que los dos estábamos buscando lo mismo y que lo habíamos encontrado. Que él no andaba por ahí, de cama en cama, que quería estar con un hombre y que ese hombre ella yo. Para mí era demasiado, no podía contestar. Ni siquiera podía saber qué era lo que yo quería. En ese momento pensaba que lo que quería ya lo había conseguido, es decir, tener un encuentro sexual completo con un hombre. Ok, misión cumplida, ¿ahora qué? No tenía una propuesta para su proposición.
Llegamos a mi casa y nos despedimos en el auto, según recuerdo. Obviamente íbamos a seguir en contacto. Me dijo que me llamaba al día siguiente. Entré a mi departamento. No encendí las luces, tampoco el televisor ni la radio. Quería estar en silencio y a oscuras. Tampoco quería pensar pero estaba pensando o recordando o imaginando o todo junto. Me acurruqué en la cama y me puse a llorar. Así terminó la primera vez con El Neurólogo Catalán.
La primera vez que me encontré con El Señor de las Imágenes fue en un contexto laboral, en mi oficina. Me habían recomendado contactar con él por su calidad profesional y le había llamado a su casa. Él no estaba así que me contestó la grabadora. Dejé un mensaje. En ese momento no tenía la menor idea de que él no se encontraba en la ciudad, ni en el país, ni el continente. Simplemente no recibí ninguna respuesta en los días siguientes.
Un mes más tarde aproximadamente él se reportó. Le expliqué el propósito de mi llamada y acordamos que vendría a mi oficina a una reunión de trabajo. Cuando llegó, en ese primer momento no me di cuenta de su atractivo físico. Él me recordó después que se sentó a esperar afuera de mi oficina a que yo terminara de hablar por teléfono. Tuvo que esperar bastante porque yo no sabía que era él y que ya había llegado, así que yo hablaba por teléfono sin ninguna prisa. Luego alguien de mi oficina me dijo que me estaban esperando y lo hice pasar. Se sentó y le expliqué nuevamente qué era lo que queríamos. Él traía algunas muestras de su trabajo y me gustó de inmediato. Creo que en ese momento sentí cierta atracción, pero era una atracción divertida, solamente para mí. Le dije que esperara a mi jefa para presentarle lo que él había traído así que salió y se sentó nuevamente donde había estado esperando. Yo tenía que revisar el trabajo de otras personas y para hacerlo tenía que cruzar por enfrente de él. Lo hice varias veces y ahí sentí cierta tensión, no lo sé bien. Tal vez me di cuenta que me miraba cada vez que pasaba. No era nada muy evidente, pero estaba seguro de que había sentido una muy buena vibra con él.
Finalmente mi jefa lo recibió, conversaron largamente y se cayeron bien, así que él tenía que volver en los siguientes días con más muestras de su trabajo. Al despedirse y justo antes de salir, le dije que me encantaría conocer un poco más de su material y él me dijo que, si quería, podía ir un día a su casa y allí me mostraría lo que hacía. Yo le dije que encantado lo haría, que me daría mucho gusto. Segundos antes de cruzar la puerta intercambiamos miradas por última vez y allí fue que yo le lancé una llena de intensión. Fue un segundo, un instante, pero yo sentía que había sembrado la semilla.
En aquella ocasión yo le había dado mi número telefónico de casa y por la noche de ese mismo día, cuando yo estaba cenando, pensé que si me llamaba a la casa la cosa ya estaba hecha, es decir, él había recibido el mensaje y estaba respondiendo. Si no llamaba, entonces el asunto podía quedar en amigos, tal vez un día me invitaría efectivamente a su casa y yo conocería más de su trabajo. Tal vez seríamos buenos cuates y podríamos compartir algunos intereses comunes, todo muy buga. Tal vez incluso no sería nada de eso y a él no le interesara nada, ni siquiera mi amistad, eso también podría estar bien. Sin embargo, esa misma noche sonó mi teléfono. Era él.
Me dijo que llamaba porque se había quedado con ganas de seguir conversando sobre los temas que teníamos en común. Así lo hicimos, pero para cuando la conversación había avanzado ya era obvio que ambos nos sentíamos atraídos, ya no había que disimular mucho. Como en las películas, yo había lanzado el anzuelo y había sido mi día de suerte, había picado.
Acordamos una fecha para reunirnos en su casa. Me dijo que fuera a comer, que prepararía una comida para platicar. Recuerdo que era el año 2000 y estábamos a punto de salir de las vacaciones de diciembre. Yo tenía una semana bastante complicada, con un montón de compromisos, pero hice lugar en la agenda. Quedé de llegar a las tres de la tarde.
Llegó el día acordado y, según yo, traté de apurarme lo más posible para dejar espacio por la tarde porque sabía que no iba a volver a la oficina, sin embargo, inconscientemente creo que hice las cosas más lento, tratando de evitar que llegara la hora acordada. Estaba nervioso. Sabía que habría un encuentro y, si bien yo estaba listo para él, no quería involucrarme sentimentalmente. Había salido dificultosamente de la relación que tuve con el personaje anterior y no quería meterme en rollos sentimentales de nuevo. Esto era buena onda de cuates y un rollo físico, nada más.
Debido a que se me empezó a hacer tarde conforme avanzaba el día, tuve que llamarle para posponer una hora mi llegada a su casa. Me dijo que no había problema, que él estaría allí así que podía esperarme. Pasó esa hora y yo todavía no me había desocupado. Llamé de nuevo para ofrecerle una disculpa y pedirle que me esperara un rato más. Aceptó sin problemas. Después de dos o tres llamadas más finalmente llegué a su casa, nervioso, apenado, emocionado, excitado.
Me recibió atento, amable, tierno, buena persona, pero tenía en el rostro un velo de impenetrabilidad. Yo no podía identificar claramente cuál era el juego que él estaba jugando. ¿Sería que simplemente quería tener un encuentro sexual y ya? ¿se trataba únicamente de una conquista más para él? ¿querría algo más después como sucedió con El Neurólogo Catalán? ¿por qué tan rápidamente estaba yo en su casa invitado a comer y, tal vez, a algo más? ¿tendría algún propósito profesional su invitación? ¿estaría yo malinterpretándolo todo?
Nos sentamos en su comedor y él sirvió la comida: pasta y ensalada. Comimos nerviosos, pero rápidamente la conversación derivó en el asunto de la atracción por otros hombres. Yo le conté mi historia anterior y él escuchó atento. Cuando llegó su turno fue bastante evasivo, dijo cosas como que él sentía que había que ser libre para experimentar, que lo importante era conectarse con gente, sin importar de qué sexo era, pero no abundó en detalles de su vida pasada. Al final me quedó la impresión de que estaba frente a alguien que vivía su vida sin restricciones y que no tenía empacho en irse a la cama con quien se le daba la gana.
No recuerdo bien pero llegó el momento en que nos levantamos de la mesa, nos dimos un abrazo y nos besamos. Fue emocionante y al mismo tiempo inquietante. Yo tenía la sensación de que estaba con un joker, con un niño travieso, con alguien que le gustaba divertirse. Yo también quería divertirme pero el estado impersonal que él proyectaba era mayor al grado que yo estaba proyectando y eso me inquietaba. Nos fuimos a su habitación y nos desnudamos. Él se sacó lo que traía en la parte superior -no recuerdo qué era, si una playera o una camisa, creo que una camisa- y me mostró una enorme cicatriz en el pecho. Puso una cara muy especial que recuerdo claramente como una de las cosas que me conquistaron de él. Por primera vez lo sentí vulnerable, desnudo, mostrándose pero no de una manera agresiva, ni siquiera juguetona. Era una cara como pidiendo aceptación, como mostrando su humanidad tal cual. Eso me encantó. Lo abracé, nos acostamos. Nos besamos mucho y nos acariciamos. Él no hablaba, yo era el único que decía cosas y él simplemente respondía. De pronto empecé a hacerle sexo oral y a masturbarlo. Fue largo rato y de pronto comenzó a hacer señales de que iba a venirse. Yo tenía su pene en la boca y, cuando él ya no podía más, trató de separarse para eyacular. Yo mantuve mi boca con su pene dentro y dejé que se viniera ahí. Fue un acto medio suicida, lo sé. Yo no tenía la menor idea de quién era este tipo, si estaba con alguien más, si andaba de cama en cama. No sabía nada, pero yo estaba también excitado y no me importó. Esa vez yo tampoco pude lograr el orgasmo. Era de nuevo la primera vez con alguien y no podría. No lo conseguí.
Cuando llegué a su casa le había dicho que no iba a poder estar mucho tiempo con él porque tenía un compromiso más tarde y mis amigos me estarían esperando en un lugar para cenar con motivo de la próxima navidad, así que poco después de que terminamos de hacer el amor tuve que vestirme y, dándole miles de explicaciones para que no lo tomara a mal y asegurándole que lo lamentaba muchísimo, me despedí y salí de su casa más o menos rápido, con más de una hora de retraso para mi siguiente cita. Él me acompañó al auto, fue amable y se despidió de mí como se despide un compadre, pero en sus ojos había un brillo de complicidad, un gusto, una cosa encendida. Su mirada era distinta a la que tenía cuando me abrió la puerta de su casa. Esa tarde habíamos hecho el amor y nos había gustado mucho, había sido divertido, había que repetirlo ¿no? Era eso, un encuentro que había salido bien y podía ser buena idea tener una segunda sesión, una con más calma.
Me fui de ahí pensando en él y en el par de horas que habíamos estado juntos. Pensaba que iba directo a ver a mis amigos y trataba de concentrarme en las estrategias que tendría que poner en marcha para que no se me notara nada. ¿Qué diría? ¿qué explicación daría por llegar tan tarde? ¿Tenía cara de haber hecho el amor?
A diferencia de mi experiencia anterior en esta primera vez con El Señor de las Imágenes yo fui el que llevó un papel más activo en el encuentro. En vez de dejarme llevar, yo llevé y me dejaron hacer. Hubo mucha emoción pero no el arrebato aquel de meses atrás. Durante el sexo yo busqué sus manos para entrelazarlas con las mías pensando en que iba a sentir lo mismo que había sentido con mi relación anterior. No fue así, no sentí esa comunicación, esa energía corriendo desde la palma de su mano y atravesando mi cuerpo para salir por la otra palma de mis manos hacia su cuerpo. No hubo eso, pero en esta ocasión estaba listo para repetirlo. No hubo tristezas postcoitales, ni ganas de aislarme, ni necesidad de estar a oscuras. No hubo lágrimas, tampoco dudas de lo que estaba haciendo, yo estaba entonces en otro lugar.
Cuando llegué a casa me sentía contento. Me acosté en la cama mirando hacia el techo, pero en realidad no estaba mirando hacia afuera, sino hacia adentro de mi cuerpo de mi corazón y de mi cabeza. Veía estrellas y yo estaba en medio de ellas.

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