martes, 3 de julio de 2007

Cuando el amor se interpone


Hace unos días, estando lejos de casa por cuestiones laborales, caminaba en solitario por las calles de una ciudad en donde era prácticamente imposible encontrarme con alguien conocido. Disfrutaba de una hermosa puesta de sol mientras aprovechaba para recorrer un poco de aquella ciudad a la que nunca había ido.
Allí me di cuenta de que podía hacer cualquier cosa loca, conocer a cualquier persona, tomar un trago, platicar y ver cómo corría la noche. Pensaba que de lo que hiciera esa noche de luna llena nadie se enteraría y yo no tendría de qué preocuparme. Si bien me daba algo de miedo meterme con alguien que de a tiro hubiera conocido en plena calle, también la idea me llenaba de excitación, porque podía suceder algo muy divertido.
Caminé mucho tiempo, fui de un lado a otro de la ciudad pensando en mi vida, en el disfrute de mi soledad, en la libertad, en el anonimato, en la aventura, en la excitación.
De pronto, empecé a pensar en mi pareja, en lo que me hubiera gustado caminar con él por esa ciudad y durante ese atardecer, conversando sobre lo que fuera, mirando a la gente disfrutar de la tarde, con sus hijos, con sus viejos.
Me di cuenta que, aunque tenía todas las posibilidades de portarme mal, no tenía la menor intención de hacerlo. En eso, mi celular sonó indicándome que había recibido un mensaje de texto.
-Hola, me tienes muy abandonado. Te extraño harto.
Era él. Mientras yo tenía su cara en mi mente, él se me había adelantado mandándome un mensaje.
Intercambiamos unos cuantos más, todos cariñosos y diciéndonos cuánto nos hacíamos falta, mutuamente.
Lo último que le mandé a decir fue que ahora que había recibido su mensaje estaba en mejores condiciones de seguir caminando solo, ya que no estaba solo.
Continué mi larga caminata. Me fui alejando del bullicio. Escogí un restaurante que quedaba retirado del lugar donde se concentraba la gente y me senté a ver de lejos el panorama citadino. Una cena a la luz de las estrellas fue mi acompañante. Estaba tranquilo.
Esa noche, en plena libertad de acción, el amor me metió el pie y me hizo una zancadilla. Perdonarán ustedes el desliz amoroso, pero a veces eso también es algo erótico.

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