jueves, 12 de julio de 2007

Testigo


Imagen tomada de http://www.playatroncones.com/

Hace un año, como otros veranos, fui a acampar a una playa en la costa del Pacífico mexicano. Había organizado con una amiga unos días lejos de todo en un lugar que a los dos nos gusta mucho porque hay poca gente, la playa es hermosa y se puede estar en paz sin vendedores, ni música invasiva, ni nada que moleste.
En cuanto llegamos, nos instalamos en el lugar que más o menos teníamos pensado ubicarnos, cerca de un hotelito donde hay unos amigos que nos apoyan con algunos requerimientos básicos: baño, restaurante, alberca (piscina) y algunos otros servicios, pero al mismo tiempo relativamente separados de ellos para no invadir ni ser invadidos.
El lugar había sido ideal, algo así como una pequeña isla de arena rodeada de vegetación por un lado y por el otro la vista hermosa del mar.
Instalamos la tienda de campaña, organizamos todo tal como nos gusta, ya que tenemos larga experiencia en irnos de camping y por la noche hicimos una fogata y conversamos hasta tarde mientras compartíamos un toque y unos tragos.
A la mañana siguiente llegó un grupo de chicos, serían unos ocho, que venían con la intención de instalarse cerca de nosotros. Amablemente nos preguntaron si teníamos algún problema en que se instalaran en los alrededores y nosotros respondimos que ninguno. Se veían buena onda, chavos universitarios, medio hippiosos algunos (eso fue lo que nos gustó) y otros medio nerds, pero todos muy educados y respetuosos. Eran algo así como cinco hombres y tres mujeres, no recuerdo bien. Todos de unos 22 o 23 años más o menos, no más que eso. Se instalaron a una prudente distancia y en tres tiendas de campaña de distintos tamaños, una de cuatro personas y dos para parejas.
Por la noche hicieron una gran fogata con pedazos de madera y cocos secos que encontraron en las cercanías. La quisieron hacer tan espectacular que se la pasaron todo el tiempo consiguiendo material combustible para mantenerla viva y eso a mi amiga y a mí nos causaba mucha gracia. Más que descansar, estaban dedicados a alimentar el fuego que consumía con una enorme velocidad todo aquello que le daban.
Poco a poco se fueron a dormir y nosotros hicimos lo mismo un poco más tarde, porque no queríamos perder ni un momento el espectáculo de las estrellas fugaces que siempre o casi siempre se observa en la playa en las noches en que no hay luna y que, paradójicamente, se pierde cuando se está cerca de una gran fuente de luz, como una fogata.
A la mañana siguiente nosotros nos levantamos muy temprano. Ellos fueron apareciendo tiempo después, bastante tiempo después. Tal como iban asomándose por las puertas de las tiendas de campaña, se estiraban con una enorme flojera y se alejaban para caminar a la orilla de la playa, en el momento más agradable para hacerlo por que el calor es menos y el sol no quema tanto.
Una de las parejas que estaba acomodada en una de las casas de campaña por separado se demoró un poco más en salir. Él asomó la cabeza un rato después, nos saludó y se fue caminando, posiblemente al auto a buscar algunas cosas. Regresó al poco rato y volvió a meterse a su tienda de campaña donde estaba todavía su chica.
Por la posición del sol y el lugar en el que yo estaba acomodado la tienda de campaña de ellos se transparentaba de una forma impresionante. Podía verlos perfectamente allí dentro, acostados y suponía que ellos no podían verme a mí.
"Nomás falta que estos se pongan a coger", pensé yo en un momento imaginando la escena y pensando qué dirían sus amiguitos si me vieran observándolos mientras hacen el amor sin darse cuenta que alguien los está viendo.
Efectivamente, los dos chicos se empezaron a sacar la ropa y, sin mucho preámbulo, se acomodaron en la posición de misionero y, frente a mis ojos, se pusieron a hacer el amor allí, mientras el resto de sus amigos se habían ido a caminar y otros todavía no se levantaban.
Yo pude haberme retirado de donde estaba y dejarlos "solos", sin embargo me quedé allí, maravillado con lo que estaba viendo. Primero que nada, creo que nunca había visto a una pareja hacer el amor así, delante de mis ojos, a dos metros de distancia. En segundo lugar, ellos no me veían a mí y yo esperaba que no se dieran cuenta que su tienda de campaña se transparentaba de esa manera. Pero en tercer lugar, y más importante que todo lo demás, me quedé allí porque, al verlos, su imagen mi hizo recordar otra época de mi vida en la que me hice pareja de Tita, justamente en la playa y más o menos a esa misma edad. Verlo a él me hacía verme a mí, casi veinte años antes y verla a ella me recordaba a esa mujer de la que yo me enamoré justo cuando no debía, pero que no me importó.
El sexo que tuvieron estos chavitos no duró mucho más de diez o quince minutos y no tuvo prácticamente ninguna gracia, no hubo casi ningún preámbulo, no cambiaron de posición, no hubo quejidos, ni respiraciones agitadas ni nada. Eso hizo también que yo viera la escena completita, desde que él se acercó a ella hasta que se acostó de espaldas a su lado y se quedaron jugando con las manos.
No sabía si decirle o no a mi amiga lo que yo había visto. Me sentía un poco culpable por haberme quedado de mirón en un momento ajeno y privado. Finalmente se lo conté y los dos nos reímos un poco de todo eso. Irónicamente, cuando llegaron estos niños sentimos que el hecho de que se instalaran cerca de nosotros era, de alguna manera, una invasión a nuestra intimidad y no estábamos muy convencidos de tenerlos ahí. Sin embargo, quien hizo una verdadera invasión a la intimidad fui yo, de manera involuntaria, eso sí, pero de cualquier manera el momento me puso frente a ellos, sin que tuvieran la menor idea de que yo observé todo y mucho menos de que estaría contando su historia en este blog. Eso fue hace apenas un año. ¿Qué habrá sido de ellos?

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