martes, 12 de junio de 2007

Échale la culpa a tus papás…

La familia, de Fernando Botero. Imagen tomada de http://www.enunblog.com/sansunmot/88/

…sobre todo si sientes que no tienes resueltas algunas cosas en la vida. Digamos que esa es la consigna sobre la responsabilidad de los padres en el desarrollo de un niño y en el proceso de convertirlo en una persona adulta.

Haber sido criado por mis padres tuvo sus lados buenos y sus lados malos, como todo en la vida y como todos seguramente podemos decir. En el aspecto sexual no se destacaron por su habilidad durante mis primeros años, sin embargo se reivindicaron tiempo después, cuando yo ya era casi un adulto y había iniciado mi vida sexual.

Siguiendo un orden cronológico tendrían que ir primero las críticas. Como típicos padres a sus 24 años en 1964, su información sobre sexualidad era muy escasa y estaba basada prácticamente en su totalidad en su propia experiencia y en la poca información que podían intercambiar con sus amigos más íntimos. Recuerdo incluso que mi madre me contó que, en la víspera de su matrinomio con mi padre, comentó con una de sus amigas más cercanas sobre su interés de usar anticonceptivos durante el primer año para después pensar en tener hijos. No quería embarazarse tan pronto así que se le ocurrió acercarse a esta amiga que estaba casada para que le recomendara alguna pastilla anticonceptiva. Su amiga le dijo que sí, que con mucho gusto le decía el nombre de las pastillas que ella recomendaría, pero eso sí, una vez que estuviera casada, antes no. Así eran los tiempos. En ese contexto vivían mis padres.

Afortunadamente ellos no eran, y no son, practicantes de ninguna religión, de modo que el aspecto culpígeno del temor a Dios no lo viví nunca o casi nunca, porque durante un tiempo mi abuela paterna vivió con nosotros y ella sí era muy religiosa y nos llevaba a misa y nos hacía rezar todas las noches. Sin embargo, no recuerdo que a mi hermano y a mí nos hubiera amenazado alguna vez con un castigo divino por haber hecho tal o cual cosa.

Sin embargo no todo era abierto y de amplio criterio en aquella época en mi familia. Una vez mi abuela decidió regalarme un muñeco para que jugara con él. Era un muñeco de plástico igualito que una muñeca, de esas que abren y cierran los ojos según su posición vertical u horizontal. La diferencia es que este muñeco no tenía pelo de acrílico, sino que estaba prácticamente rapado y con un ligero dibujo en la cabeza que simulaba su cabellera. Yo amaba a ese muñeco y era mi acompañante para todas partes. Mi abuela le había hecho un traje que consistía en un pantalón corto y una chaqueta, ambos en combinación en color verde. Se llamaba Pepito. Bueno, pues a mi padre le molestaba mucho que yo tuviera ese regalo de mi abuela. Consideraba que no estaba bien que anduviera jugando con muñecos, porque eso lo hacían las niñas. Yo no jugaba con Pepito como si fuera mi hijo ni nada por el estilo. Lo que hacía era imaginármelo en aventuras, en expediciones, en misiones espaciales, en que era futbolista, doctor, profesor, etc. Pero mi padre prefería verme jugar con autitos, pistolas, pelotas, triciclos o espadas. Fue tanta la inquietud de mi padre, que mi abuela tuvo que comprarme tiempo después un perro de peluche, que sustituyera a Pepito para que mi papá se quedara tranquilo. Tengo 42 años, y en mi casa todavía tengo guardado ese perro con pintas café que ha viajado por la línea del tiempo junto a mí durante casi cuatro décadas. De Pepito, no supe qué fue de él.

Así las cosas, mi papá tenía mucho interés en que mi hermano y yo nos hiciéramos hombrecitos y supiéramos a qué género pertenece cada cosa.

Cuando llegó mi adolescencia mis padres estaban enfrascados en una batalla campal que duró muchos años hasta que mi padre se fue de la casa. Estaban tan ocupados en hacerse el mayor daño posible que se les olvidó que sus hijos estaban creciendo y que necesitaban información de las cosas nuevas que veían el mundo. No hubo información sobre sexualidad como no la hubo tampoco sobre muchas otras cosas. No hubo pláticas para saber qué pensábamos sobre cosas del sexo. En mi casa siempre se pudo decir malas palabras y nadie se asustaba, pero nunca se mencionaron cosas como coito, aborto, eyaculación, semen, homosexualidad, abuso sexual y otras. Sí en cambio, se dijeron palabras como senos, relaciones, menstruación, pene, vagina, maricón, loca, sexo. Es decir, creo que sí hubo términos para referirse al aspecto biológico/anatómico de la sexualidad y otras para menospreciar las orientaciones sexuales distintas a la heterosexualidad. No hubo, en cambio, términos para conceptos que tienen más que ver con lo social de la sexualidad, con ideas respecto a la sexualidad en juego, es decir, con los laberintos de la vida sexual adulta ni tampoco para el respeto a las diferencias.
No hubo mucha comunicación respecto al sexo pero en cambio sí había sexo en la casa. Una vez, teniendo visitas sentados en la sala en la planta baja, mis padres subieron al piso de arriba a buscar algo para ponerse encima para salir a la calle y yo, por una razón que no tengo muy clara, subí minutos más tarde pero lo hice en estirando las piernas y alcanzando de a dos los escalones, lo que hacía que mis pisadas no produjeran ningún ruido. Alcancé el piso de arriba y me asomé a la habitación de mis padres que me quedaba de camino hacia la mía. Allí estaban los dos, mi madre recostada en la cama, con la blusa levantada y mi padre de pie pero inclinado encima de ella besándole los senos. Mi madre se dio cuenta de que yo los había observado y cerró los ojos. Mi padre levantó la vista y, con las manos todavía en los senos de mi madre me dijo que los esperara abajo.

Yo bajé mudo y al minuto bajó mi mamá. Se sentó junto a mí y me trató de hacer una caricia en la cabeza y la espalda. Yo no le respondí, ni siquiera quería verla. Nunca se mencionó el asunto.
En otra ocasión, años más tarde, escuché una noche a mis padres haciendo el amor. Era tarde, de madrugada y todos estábamos acostados. Yo tenía en esa época mi propia habitación así que debió haber sido cuando yo tenía como 15 o 16 años, más o menos. Escuché los gemidos de mi mamá que poco a poco iban subiendo de volumen. Me preocupé por mi hermano, que estaba en la recámara contigua a la mía y que pudiera despertarse. Él es menor que yo, así que mi actitud –y la actitud de mi padre y mi madre- fue siempre la de protegerlo de cualquier cosa que pudiera perturbarlo. Parecía que mis papás se la estaban pasando fenomenal porque lo último que oí fue a mi mamá gemir diciendo “qué rico, qué rico”. Esa voz me perturbó en ese momento y me siguió retumbando en la cabeza por muchos años. A veces, cuando me masturbaba, distraídamente esa voz se aparecía en mi pensamiento, en mi recuerdo y era como si me echaran un balde de agua fría, se me quitaba toda la excitación y hasta desistía de la idea de alcanzar el orgasmo.

En otra ocasión mis padres se encerraron a dormir la siesta luego de una comida un sábado o un domingo por la tarde. Luego de un par de horas abrieron la puerta y ambos estaban con pijama encima de la cama. Mi hermano y yo entramos a contarles algo, no sé bien qué y yo me puse en la orilla de la cama del lado de mi papá. Allí pude ver el pantalón de su pijama mojado justo en la entrepierna. Yo ya era un chico grande por aquella época, así que sabía qué había incluído la siesta de mis padres.

Lo perturbador de todo ello fue que estas escenas que menciono fueron muy escasas en mi hogar, porque mis padres tuvieron una muy mala relación durante casi todos los años que estuvieron juntos y nunca, nunca, nunca, tuvieron demostraciones de afecto delante de sus hijos, jamás se dijeron algo bonito delante de nosotros, nunca mi padre se refirió a mi madre de manera positiva, nunca comentó que mi madre le gustara. Tampoco mi madre lo hizo. Se odiaban y por eso, para mí, a esa edad, era incomprensible darme cuenta de que, a pesar de que no se querían, podían tener sexo de vez en cuando.

El tiempo pasó, mis padres se separaron y mi hermano y yo crecimos. Aquí viene la parte positiva de la historia.

Un día cuando yo estaba de novio con Ivonne le conté a mi madre, muy acongojado, que habíamos tratado de tener relaciones sexuales pero que yo no había podido penetrarla porque, después de algunos intentos, perdí la erección. Yo era virgen en ese momento. Estaba lleno de preocupación porque no sabía qué me pasaba, por qué me había fallado. Tenía mucha angustia. Le conté eso a mi madre porque ella y yo nos teníamos mucha confianza y, después que mi padre se fue de la casa, yo me convertí en su confidente y en su mayor apoyo. Ella, muy serena me contestó lo que podía en ese momento y quizá más de alguna madre no hubiese tenido tanta apertura con su hijo:

-Mira, eso le pasa a veces a los hombres. No a todos, pero no es raro. A tu tío fulanito le pasa frecuentemente, según me cuenta mi hermana. A tu padre le ha llegado a pasar alguna vez pero casi nunca. De seguro estabas incómodo, intranquilo. De seguro estabas en la casa de ella y los papás podían llegar en cualquier momento. Mira, vamos a hacer una cosa, llegando la quincena te voy a dar un dinero para que te vayas con ella a un hotel y estén tranquilos los dos y así puedan tener relaciones con calma. Verás que no te vuelve a pasar.

Y así fue. Llegó el día de pago y puntualmente mi madre me dio dinero para ir a un hotel con mi novia.

Años más tarde, yo estaba iniciando mi relación con Tita y necesitábamos tener un lugar dónde hacer el amor. Mis padres ya estaban separados y se me ocurrió pedirle a mi papá que me dejara ir con mi novia a su casa para estar en la tarde juntos. Me dijo que sí, que con mucho gusto y me pasó una copia de las llaves de su departamento y se preocupó de tener cosas en el refrigerador para cuando yo llegara. Sé, aunque nunca me lo dijo, que le daba un gusto enorme que yo le contara que estaba teniendo relaciones con mi novia.

Seis meses después de haber iniciado esa relación, Tita tuvo un retraso menstrual. Estábamos ambos muy preocupados porque ninguno de los dos había terminado sus estudios profesionales y ambos éramos mantenidos por nuestros padres, de modo que no teníamos dinero propio para solucionar el asunto. Estábamos de acuerdo en que, de confirmarse el embarazo, recurriríamos a algún médico para que le practicaran un aborto. Yo no tenía dinero para pagar algo así, de modo que no se me ocurrió a nadie a quien pedirle ayuda más que a mi papá. Le conté que Tita tenía un retraso y que yo estaba preocupado. Le conté que salía con ella desde hacía como seis meses y que era mi novia.

-¿Cuanto tiempo tiene de retraso? –me preguntó mi papá mientras se afeitaba un día por la mañana. No sé por qué yo estaba ese día en su casa a esa hora, pero esa es la imagen que tengo de ese momento.

-No lo sé bien pero creo que son como quince días –contesté yo con mi preocupación a cuestas.
-Es poco tiempo, hay que esperar. Avísame en otros quince días si la cosa sigue igual. Si se confirma el asunto, lo solucionamos, no tienes que preocuparte.

Ese fue el fin de la conversación. Afortunadamente el retraso se debió a que ella estaba en exámenes finales y la presión de ello la tenía con los nervios de punta. Presentando el último de ellos le vino la menstruación normalmente.

Así las cosas. En la relación con mis padres respecto al sexo hubo claroscuros. No tuve padres muy modernos en la infancia pero cuando yo me convertí en un hombre adulto pude hablar con ellos de cosas que otros no se imaginarían ni en sueños. Ni siquiera mi hermano pudo tener ese nivel de confianza y de comunicación con mis papás. Él sí tuvo que responder ante un embarazo de una novia de la preparatoria y recurrió a los amigos para que le prestaran para el aborto. No se lo contó a mis padres sino mucho tiempo después, cuando la novia ni siquiera existía ya en la vida de mi hermano.

Otra cosa que para algunos será difícil de creer fue que tanto mi hermano como yo pudimos dormir en casa con las novias sin ningún problema. Solamente lo hicimos con una en cada caso, es decir, no metíamos a muchas mujeres porque tanto mi hermano como yo éramos bastante monógamos. Justamente fue con las chicas con las que quisimos hacer una vida. Mi hermano tuvo una hija con esa novia y yo me fui a vivir con la mía, pero eso fue años más tarde. La importante aquí fue que mi mamá nos permitió hacerlo y así no teníamos que recurrir a buscar otros lugares para ejercer nuestras respectivas vidas sexuales. Ni en hoteles, ni en el auto, ni en ninguno de esos lugares habituales donde los jóvenes tienen vida sexual. Eso, en nuestro tiempo, en nuestro ambiente, era difícil de encontrar en una familia.

Quizá mis padres no fueron los mejores, pero tampoco los peores, eso lo tengo claro. Por lo menos referente al sexo. Tal vez lo que sí nos marcó a mi hermano y a mí con el largo proceso de separación de mis papás fue otra cosa, más difícil, más intangible. El miedo al compromiso. Pero eso será motivo de otros posts.

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