lunes, 4 de junio de 2007

El perseguidor

Cuando tenía 16 años me ocurrió lo que yo llamaría el más concreto acoso sexual del que fui víctima en mi vida. Adelanto de una vez que la cosa no llegó a mayores pero causó en mí una gran impresión. Aquí va la historia.

A esa edad yo era fanático del cine de arte. Estaba cursando mis estudios medios y no me perdía lo que en la ciudad de México era -y aún es- todo un evento cultural y platillo exquisito para cinéfilos como yo. Estaba en pleno la Muestra Internacional de Cine en la Cineteca Nacional y yo había ido a una de las salas de cine universitario a ver una de esas películas que no había forma de ver sino en "la Muestra". Recuerdo perfectamente que era aquella que se llamó La panza del arquitecto, de Peter Greenaway.

Allí estaba yo sentado afuera del cine esperando que abrieran para comprar un boleto y entrar a ver la película. Era una función como a las 12:00 hrs., algo así. Era sábado me parece. Mientras yo esperaba, apareció un señor que vivía en los mismos edificios de donde yo vivía y que era en ese momento el administrador del condominio. Yo lo conocía muy bien porque se portaba muy amable conmigo cuando mi mamá me encargaba que pagara el mantenimiento que nos correspondía.

Ese día lo saludé con mucha sorpresa. No sabía que le gustara el cine de arte y a él también le llamó la atención que, a mi edad, me gustaran las películas no comerciales y sobre todo una tan difícil de entender como suelen ser las películas de Greenaway. Estuvimos conversando un rato y, claro, nos sentamos juntos a ver la película. Él iba también solo.

Allí estábamos, viendo las escenas de aquella cinta. Yo me había sentado a su derecha. De pronto sentí que su mano se deslizó por mi pierna y se quedó ahí, sobre mi rodilla. Casi se me sale el corazón en ese momento. Me paralicé, no supe qué hacer, cómo reaccionar y solamente recuerdo que empecé a temblar sin poder controlar nada. Las imágenes de la película iban y venían y yo no podía captarlas más. Solamente pensaba en qué iba a pasar si mi vecino empezaba a subir la mano. No me sentía atraído por ningún motivo en ese momento por los hombres y menos por un hombre mayor como él. Solamente sentía pánico, el cuerpo frío y un temblor involuntario que me acompañó desde ese momento y a todo lo largo de lo que quedaba de la película.

Antes de terminar la cinta él retiró su mano. Así nomás, sin decir nada. No siguió tocándome ni nada. Continuó viendo la película hasta que prendieron las luces.

En cuanto la sala se iluminó, yo me levanté y me despedí de él. Quería salir de allí corriendo lo antes posible. No sabía a quién decírselo. No me había hecho prácticamente nada y en ese tiempo no se hablaba en los medios de cosas como acoso sexual a menores, ni nada de eso, así que seguramente no entendía qué era lo que había pasado. Me preguntaba ¿había sido un gesto de amistad, de paternalismo, de simpatía o de plano me había querido meter mano? ¿Qué iba a pasar cuando me lo encontrara de nuevo por mi casa, cuando tuviera que ir a pagar de nuevo el mantenimiento?

No sé qué más pensé en ese momento. Lo cierto es que el tipo me dio miedo, pero no le conté a nadie lo que me había pasado, no sé si por vergüenza, por miedo, no lo sé, lo cierto es que me guardé lo sucedido como si fuera un secreto. Él siguió fungiendo como administrador del condominio donde ambos vivíamos por algún tiempo, no sé cuánto. Luego me enteré por mi mamá que había tenido problemas con una de las vecinas porque uno de sus hijos le había dicho que el tipo se había propasado con él. No sé qué chico era ni nada. Solamente sé que él dejó el cargo y luego se le vio enfermo y extremadamente delgado. Parece que murió años más tarde.

A la vuelta de los años me tocó trabajar en un proyecto donde se atendía a personas que habían sufrido abuso sexual. Cuando empecé a trabajar allí no podía comprender cómo sucedían esas cosas, cómo podía ser que la gente fuera abusada sin siquiera darse cuenta de ello, sin avisar a otras personas, sin hacer nada al respecto. A veces los abusos se prolongan por años y la víctima no termina de ser conciente de lo que le pasó. Un día, haciendo memoria, me acordé de lo que a mí me había pasado y mi percepción del asunto cambió radicalmente. Solo viviendo una experiencia similar puede uno comprender la parálisis física y mental que sucede a un abordaje así, cuando uno no está preparado para recibirlo, bien sea por la edad o por cualquier otra circunstancia.

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