jueves, 21 de junio de 2007

La pasión suicida

Imagen: Flow. Tomada de http://www.fsc.ufsc.br/~canzian/bau/aids/espermicidas.html

A finales de los años ochenta ya todos estábamos más o menos enterados de la epidemia del sida en el mundo. Los medios de comunicación tenían en aquella época al tema de la transmisión por VIH como uno de sus favoritos, sobre todo cuando querían alarmar a la gente para ganar un poco de raiting. Esa es la época que me tocó vivir cuando tenía veintitantos años, es decir, en el florecimiento de mi vida sexual.
Por asuntos profesionales, en aquella época yo contaba con mucha información sobre este fenómeno social. Teníamos las estadísticas nacionales y mundiales, sabíamos cómo se comportaba el virus, conocíamos la forma de prevenir la transmisión y también analizábamos la razón de que costara tanto incorporar en las prácticas sexuales comportamientos preventivos.
Cada día, en aquellos años, surgía un nuevo estudio en el mundo sobre los conocimientos, actitudes y prácticas en torno a la prevención del VIH/sida. Estudios cuantitavos, cualitativos, trabajo de campo con trabajadoras y trabajadores sexuales, análisis de población adolescente y, sobre todo, resultados de investigaciones sobre lo que en ese entonces se conocía como "grupos de riesgo", que era los hemofílicos, los usuarios de drogas intravenosas y los homosexuales. Afortunadamente ese enfoque ya no es tan válido.
La cosa es que ya desde esa época teníamos claro cuáles eran las formas para evitar la transmisión sexual del VIH. Había -y sigue habiendo- solamente de tres sopas: 1) la abstinencia absoluta y total, 2) la monogamia mutua en parejas seronegativas y 3) el uso del condón.
La mayor parte de los jóvenes optábamos por la segunda y la tercera. Y de esas dos, más la tercera que la segunda.
Entonces, estaba claro que, para evitar los riesgos, había que usar el condón en cada una de las relaciones sexuales. El problema estaba en que, a pesar de que había suficiente información, parecía que esa información no se convertía en un cambio de actitud frente a la enfermedad y la prevención y, en consecuencia, la gente no usaba tanto el condón como se esperaba.
Todos nos preguntábamos por qué y los estudios sociales trataban de dar las explicaciones correspondientes, echándole la culpa a la cultura machista, la hipocresía social, la religión, la falta de información/educación y la vulnerabilidad social en general.
Esta larga introducción histórica no tiene otro objetivo que dar el contexto de la reflexión de hoy que es ¿cómo estaba comportándome yo mismo en ese tiempo? La respuesta es, en breve, ambiguamente. A veces sí, a veces no usaba condón.
En la relación de pareja estable que tenía en ese entonces usábamos el condón únicamente como método anticonceptivo. O por lo menos eso era lo que creía yo. Empezábamos a tener relaciones sin ninguna protección y, cerca del final de cada coito, cuando yo sentía que el momento final no estaba lejos, paraba un momento, me ponía el condón, retomaba el coito un rato más y eyaculaba dentro de mi mujer y con el condón puesto. Si bien esto no era un método seguro para evitar embarazos no deseados, nunca sucedió nada inesperado, así que de alguna manera eso sirvió.
Ya he comentado en otras entregas que durante ese tiempo de vida en pareja yo tuve relaciones con otras chicas y en esos encuentros yo hacía exactamente lo mismo. Empezaba sin usar protección y a medio coito paraba, me ponía el preservativo y volvía a lo mío. ¿Por qué lo hacía? Esa es la parte difícil de explicar. Tal vez porque, a pesar de toda la información que yo tenía, seguía convencido que esa no era una enfermedad que me podía alcanzar a mí. Tal vez porque vivía convencido como muchos otros, que ese era un problema del mundo gay y yo no tenía nada que ver con ello. También era cierto que, antes, al principio de mi vida sexual, el condón era un obstáculo, una barrera, un dispositivo invasor de la intimidad que a veces me producía pérdida de erección o reducción de las sensaciones estimulantes. No lo sé. Todo eso era cierto y creo que se conjugaba todo para evitar el uso de un condón como se debe, desde el principio en cada ocasión. Sabía que ponía en riesgo a mi pareja, estaba conciente de que era imposible saber el historial sexual de las otras personas con las que yo me estaba acostando. Incluso sabía que no podía afirmar con seguridad al cien por ciento que mi pareja no estuviera teniendo otras relaciones por fuera. Pero esas son cosas que uno no quiere creer.
En todos estos años me he hecho la prueba del VIH unas tres veces. Las tres veces he ido al consultorio o al laboratorio correspondiente el día de la entrega de resultados con las manos sudorosas y una taquicardia que trato de disimular. Afortunadamente las tres veces el fallo ha sido negativo.
En la actualidad las cosas han cambiado radicalmente. Digamos que ahora me he convertido en "el señor condón". Soy un fervoroso creyente que es la única forma de vivir tranquilo, de tener buen sexo y estar con la conciencia limpia. No niego que de vez en cuando he penetrado sin condón, pero es muy raro, cada vez más raro y no dura más de unos diez segundos antes de salirme y ponerme un gorrito. A veces la pasión gana, sigue ganando, aunque sea una pasión suicida. Sin embargo, mi uso del condón es mucho más consistente que antes, digamos que al 98%, para decir un parámetro. Claro, ahora tengo muchos más años que en aquella época del auge del VIH y creo que actúo más sensatamente en muchos aspectos de mi vida. En otros no tanto. Nunca tanto.
Lo que sí me quedó claro de aquellas épocas, es que uno y solamente uno es el responsable de su propia prevención. ¿No quieres tener broncas de embarazos no deseados o de infecciones sexuales incluyendo el VIH? Entonces tú tienes que encargate de ello. La confianza en la pareja no sirve, el compromiso entre dos a veces es frágil y puede romperse. Si no tienes una pareja estable la cosa es mucho peor, por lo tanto tu responsabilidad es mucho mayor. No hay nada que la otra pareja pueda prometer que sirva más para nuestro cuidado que el hacernos cargo. No hay de otra, hay que hacerse cargo.
Cierro este post retomando el tono sociológico y con una cifra nacional. En los tiempos de los que hablo al inicio de este post, se calculaba que la cifra oficial de enfermos de sida (no de infectados de VIH, eso era, y es, desconocida) era de 31 mil personas en México aproximadamente. 20 años después, los enfermos de sida en este país, según esas mismas cifras oficiales -que siempre se quedan cortas- suman 107,625 (datos de finales de 2006).
No hay de otra. Hay que hacerse cargo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Siempre había querido encontrar a gente como tú, como yo, sin medida, sin tapujos, al menos en la internet, que bueno que te encontré, me fui a un link de LA TRASTIENDA DEL MORBO, y de ahí a otros más links de gente que siento familiar, será porque estamos deshinibidos?, será porque estamos a calzón quitado, literalmente???

No lo se, lo único que se es que ya no me siento solo....

Bruno el meditabundo dijo...

Yo creo que esta herramienta, que nos permite interactuar con otras personas ya sea de forma anónima o bien plenamente identificados, es una excelente forma de expresar las ideas y poner en claro los sentimientos que uno lleva dentro.
Para mí ha resultado útil en la medida en que me forzo a ser honesto conmigo mismo y enfrentar qué soy, qué me gusta, qué pienso, cómo hago mi vida sexual. No siempre se cuenta en la vida real con la posibilidad de decir las cosas tal cual, pues se corre el riesgo de herir los sentimientos de otros.
Gracias por pasar por este blog y ojalá que sigamos compartiendo ideas.
Saludos.