jueves, 21 de junio de 2007

La pasión suicida

Imagen: Flow. Tomada de http://www.fsc.ufsc.br/~canzian/bau/aids/espermicidas.html

A finales de los años ochenta ya todos estábamos más o menos enterados de la epidemia del sida en el mundo. Los medios de comunicación tenían en aquella época al tema de la transmisión por VIH como uno de sus favoritos, sobre todo cuando querían alarmar a la gente para ganar un poco de raiting. Esa es la época que me tocó vivir cuando tenía veintitantos años, es decir, en el florecimiento de mi vida sexual.
Por asuntos profesionales, en aquella época yo contaba con mucha información sobre este fenómeno social. Teníamos las estadísticas nacionales y mundiales, sabíamos cómo se comportaba el virus, conocíamos la forma de prevenir la transmisión y también analizábamos la razón de que costara tanto incorporar en las prácticas sexuales comportamientos preventivos.
Cada día, en aquellos años, surgía un nuevo estudio en el mundo sobre los conocimientos, actitudes y prácticas en torno a la prevención del VIH/sida. Estudios cuantitavos, cualitativos, trabajo de campo con trabajadoras y trabajadores sexuales, análisis de población adolescente y, sobre todo, resultados de investigaciones sobre lo que en ese entonces se conocía como "grupos de riesgo", que era los hemofílicos, los usuarios de drogas intravenosas y los homosexuales. Afortunadamente ese enfoque ya no es tan válido.
La cosa es que ya desde esa época teníamos claro cuáles eran las formas para evitar la transmisión sexual del VIH. Había -y sigue habiendo- solamente de tres sopas: 1) la abstinencia absoluta y total, 2) la monogamia mutua en parejas seronegativas y 3) el uso del condón.
La mayor parte de los jóvenes optábamos por la segunda y la tercera. Y de esas dos, más la tercera que la segunda.
Entonces, estaba claro que, para evitar los riesgos, había que usar el condón en cada una de las relaciones sexuales. El problema estaba en que, a pesar de que había suficiente información, parecía que esa información no se convertía en un cambio de actitud frente a la enfermedad y la prevención y, en consecuencia, la gente no usaba tanto el condón como se esperaba.
Todos nos preguntábamos por qué y los estudios sociales trataban de dar las explicaciones correspondientes, echándole la culpa a la cultura machista, la hipocresía social, la religión, la falta de información/educación y la vulnerabilidad social en general.
Esta larga introducción histórica no tiene otro objetivo que dar el contexto de la reflexión de hoy que es ¿cómo estaba comportándome yo mismo en ese tiempo? La respuesta es, en breve, ambiguamente. A veces sí, a veces no usaba condón.
En la relación de pareja estable que tenía en ese entonces usábamos el condón únicamente como método anticonceptivo. O por lo menos eso era lo que creía yo. Empezábamos a tener relaciones sin ninguna protección y, cerca del final de cada coito, cuando yo sentía que el momento final no estaba lejos, paraba un momento, me ponía el condón, retomaba el coito un rato más y eyaculaba dentro de mi mujer y con el condón puesto. Si bien esto no era un método seguro para evitar embarazos no deseados, nunca sucedió nada inesperado, así que de alguna manera eso sirvió.
Ya he comentado en otras entregas que durante ese tiempo de vida en pareja yo tuve relaciones con otras chicas y en esos encuentros yo hacía exactamente lo mismo. Empezaba sin usar protección y a medio coito paraba, me ponía el preservativo y volvía a lo mío. ¿Por qué lo hacía? Esa es la parte difícil de explicar. Tal vez porque, a pesar de toda la información que yo tenía, seguía convencido que esa no era una enfermedad que me podía alcanzar a mí. Tal vez porque vivía convencido como muchos otros, que ese era un problema del mundo gay y yo no tenía nada que ver con ello. También era cierto que, antes, al principio de mi vida sexual, el condón era un obstáculo, una barrera, un dispositivo invasor de la intimidad que a veces me producía pérdida de erección o reducción de las sensaciones estimulantes. No lo sé. Todo eso era cierto y creo que se conjugaba todo para evitar el uso de un condón como se debe, desde el principio en cada ocasión. Sabía que ponía en riesgo a mi pareja, estaba conciente de que era imposible saber el historial sexual de las otras personas con las que yo me estaba acostando. Incluso sabía que no podía afirmar con seguridad al cien por ciento que mi pareja no estuviera teniendo otras relaciones por fuera. Pero esas son cosas que uno no quiere creer.
En todos estos años me he hecho la prueba del VIH unas tres veces. Las tres veces he ido al consultorio o al laboratorio correspondiente el día de la entrega de resultados con las manos sudorosas y una taquicardia que trato de disimular. Afortunadamente las tres veces el fallo ha sido negativo.
En la actualidad las cosas han cambiado radicalmente. Digamos que ahora me he convertido en "el señor condón". Soy un fervoroso creyente que es la única forma de vivir tranquilo, de tener buen sexo y estar con la conciencia limpia. No niego que de vez en cuando he penetrado sin condón, pero es muy raro, cada vez más raro y no dura más de unos diez segundos antes de salirme y ponerme un gorrito. A veces la pasión gana, sigue ganando, aunque sea una pasión suicida. Sin embargo, mi uso del condón es mucho más consistente que antes, digamos que al 98%, para decir un parámetro. Claro, ahora tengo muchos más años que en aquella época del auge del VIH y creo que actúo más sensatamente en muchos aspectos de mi vida. En otros no tanto. Nunca tanto.
Lo que sí me quedó claro de aquellas épocas, es que uno y solamente uno es el responsable de su propia prevención. ¿No quieres tener broncas de embarazos no deseados o de infecciones sexuales incluyendo el VIH? Entonces tú tienes que encargate de ello. La confianza en la pareja no sirve, el compromiso entre dos a veces es frágil y puede romperse. Si no tienes una pareja estable la cosa es mucho peor, por lo tanto tu responsabilidad es mucho mayor. No hay nada que la otra pareja pueda prometer que sirva más para nuestro cuidado que el hacernos cargo. No hay de otra, hay que hacerse cargo.
Cierro este post retomando el tono sociológico y con una cifra nacional. En los tiempos de los que hablo al inicio de este post, se calculaba que la cifra oficial de enfermos de sida (no de infectados de VIH, eso era, y es, desconocida) era de 31 mil personas en México aproximadamente. 20 años después, los enfermos de sida en este país, según esas mismas cifras oficiales -que siempre se quedan cortas- suman 107,625 (datos de finales de 2006).
No hay de otra. Hay que hacerse cargo.

martes, 19 de junio de 2007

Días solitarios

Foto: Tomada de la colección Soledad saturada, de Óscar Monzón Moreno. Tomada de http://www.obrasocialcajamadrid.es/ObraSocial/os_cruce/0,0,71996_1316961_0_2_1,00.html

Siempre he dicho que la soledad es uno de mis estados favoritos. Me gusta vivir solo, me gusta estar en casa solo, me gusta hacer un sin fin de actividades en solitario, como ir al cine, meterme a una tienda de discos o de libros o simplemente caminar por algún lado. Me gusta la soledad, a pesar de que me he mantenido en pareja durante muchos años.

En mi relación de pareja actual existen periodos de soledad más o menos de forma constante aunque no de manera sistemática. La razón son las actividades y los viajes de ambos. La cosa es que continuamente estoy solo.

Dentro de unos cuantos días esa circunstancia se volverá a repetir. Voy a estar sin pareja por un mes y medio, más o menos y entonces volveré a disfrutar de momentos de dedicación exclusiva a mi persona. Es justo en estos momentos donde más fácilmente busco -y encuentro- otra persona con quien estar, sexualmente hablando.

Debo confesar que he estado esperando este momento. Tengo ganas de sentirme libre para hacer lo que yo quiera y, definitivamente, para tener un encuentro sexual con una persona distinta a mi pareja. No hay nadie en puerta, o más o menos, pero no es la experiencia que yo quisiera.

Ya comenté en otro post sobre el amigo telefónico. Hace unos días, conversando con él antes de tener nuestra acostumbrada y coreografiada sesión, me propuse hacerle un poco de charla porque no tenía muchas ganas de entrar en materia tan pronto. Recordando que hacía pocos días había escrito sobre él en esta blog, se me ocurrió preguntar cuánto tiempo llevábamos haciendo aquello del phone sex. Mi sorpresa fue enorme cuando me dijo que lo nuestro existe desde hace cuatro años. Sí señor, créase o no, yo tengo una relación telefónica con este compadre desde hace cuatro años y, por razones que sería difícil definir, no hemos querido encontrarnos personalmente. En esta charla reciente él me propuso que nos conociéramos y yo acepté. Si esto lo juntamos con que estaré solitario unas semanas, la cosa se está poniendo muy fácil.

Sin embargo, no es exactamente el tipo de encuentro que quiero tener porque no me siento tan atraído a los hombres últimamente y estoy añorando un encuentro con una mujer. La última vez que tuve sexo con una chica fue en enero, con La Cosmetóloga, justo antes de que ella se fuera a vivir con su novio y luego se casara. Nos dimos la cogidita del adiós. Y no estuvo muy buena en realidad, así que me quedé con más ganas. No de ella, sino de tener sexo con una mujer.

Cuento todo esto aquí no tanto para reseñar el anecdotario de mi vida erótica, sino para reflexionar sobre esta sensación que me da el volver a ser libre una vez más, aunque sea por breve tiempo. Esa circunstacia me estimula muchísimo eróticamente. Me hace sentir que puedo hacer otras cosas, estar con otras personas, tener otras experiencias. Es como un lienzo en blanco que se le entrega a un pintor para desarrollar una idea. Es también como una hoja en blanco para escribir, es decir, es como cuando doy click en "crear una nueva entrada" en este blog. Es un tiempo-espacio cuya simple conciencia me despierta los sentidos. ¿Será que estaré destinado a la soledad por este hecho?

Me gusta tener pareja. He disfrutado también cuando he vivido con alguien y sé que cada vez que llegue a casa, alguien estará esperándome. Pero también encuentro muy grato que eso se interrumpa de vez en cuando y que haya nuevos aires donde respirar. En este sentido pienso que la infidelidad puede llegar a ser algo positivo, liberador. Como si pudiéramos decir "ahora vengo, no me tardo" y luego volver y hacer como si nada hubiera pasado. Sobretodo si nada importante ha pasado.

Allí está. En unos días no habrá con quien reportarse. Qué maravilla.

viernes, 15 de junio de 2007

La mois

Imagen tomada de http://www.danielcasado.com/web/contenido/Derivas/2006.septiembre/septiembre2006.htm
La única droga que he consumido en mi vida, fuera del alcohol, es la marihuana. En México, cuando alguien está bajo los efectos de alguna droga, en especial la marihuana, se dice que "está pacheco"; cuando alguien consume frecuentemente marihuana se dice "es bien pacheco". Bueno pues, aplicando ese breviario cultural, diré que yo soy un pacheco tardío.

La primera vez que fumé mota (así se le dice a la marihuana además del nombre que titula este post) fue ya mayorcito, en la universidad, cuando La Poco Pelo me invitó a una fiesta y ahí rolaron un churro de mota. Yo probé, pero no me hizo ningún efecto y tuvo que pasar algún tiempo y conociera más gente que fumara y que me compartiera. Después de eso y hasta la fecha, el uso de la mois es bastante regular en mi vida y, por supuesto, la he utilizado para tener sexo.

Cuando escribí el post del perfil de las 100 cosas que más o menos me definen dije una frase sobre la mota que tomé prestada de Audrey: si la mota no fuera ilegal, deberían venderla en las sex shops. Definitivamente coincido con esa opinión, porque mi experiencia en ello siempre ha sido de lo más estimulante, agradable y sin consecuencias a la mañana siguiente.

Con muchas de mis parejas sexuales he compartido alguna vez (o muchas veces en algunos casos) un toque. Tita, La Internauta Italiana, Audrey, El Señor de las Imágenes, La Cosmetóloga y otras han disfrutado conmigo de los efectos de la combinación de la cannabis con el sexo y de eso tengo muchas anécdotas.

La liberación que se consigue con la mois es muy particular y bastante diferente a la que se produce con el consumo de alcohol. La cannabis combina la supresión de una parte del sistema nervioso, particularmente el que controla las inhibiciones con la hipersensibilidad, de modo que, por una parte, uno se siente mucho más libre durante una sesión de sexo y, por otro, también tiene la sensación de que la percepción es mayor, de que la estimulación se recibe con más fuerza. Las caricias, los besos, los olores, los sabores, los movimientos, todo se siente más fuerte. Dado que uno de los efectos es la relajación, eso beneficia en muchos aspectos un encuentro sexual.

En fin, no se trata aquí de dar una clase del uso de la marihuana en el sexo, sino, como en todos los demás posts que integran este blog, hacer un recuento, una reflexión y sobretodo una confesión sobre mi personal experiencia.

Una vez me pasó con Audrey que, habiendo compartido un churro entre ambos, estuvimos conversando y muriéndonos de la risa. De pronto se me ocurrió decirle que una de las cosas locas que le pasa a uno cuando está haciendo el amor con mota es que a veces uno no se puede concentrar y tener claro con quién está haciéndolo, de manera que, por momentos, uno siente que simplemente está teniendo sexo pero que no se acuerda bien con quien. Eso le pareció ligeramente ofensivo porque acabábamos de tener sexo bajo esos efectos.

Con La Internauta Italiana era bastante frecuente que fumáramos antes de hacer el amor. Lo disfrutábamos muchísimo y coindicíamos en que era una delicia el sexo en esas condiciones. Con ella, como con muchas otras parejas, pudimos hacer cosas que en otras ocasiones no nos hubiéramos atrevido a hacer o bien que hubiéramos sido incapaces de hacer, en ambos casos por estar demasiado concientes. En ese sentido creo que parte de una buena experiencia sexual está basada en liberarse de la conciencia que nos hace tener pudores e inhibiciones y lograr un estado mental semiborroso en el que de alguna forma sentimos que perdemos el control.

Ha habido, claro está, experiencias desagradables en el uso de la mota. Una vez La Flaca se sintió pésimo porque combinó marihuana con alcohol y eso la puso mal. Tanto que, a pesar de que habíamos fumado en otras ocasiones, juró que nunca más lo volvería a hacer y parece que lo ha cumplido. De eso hace ya bastante tiempo.

Antes, mucho antes, con Tita nos pasó que yo fumé más de la cuenta y estaba completamente pacheco y tirado en la cama. Ella se asustó de pronto porque yo no le contestaba. Yo apenas podía emitir una voz lejana, gutural. Ella se murió de miedo porque pensó que me estaba pasando algo malo. Afortunadamente no fue nada de eso y luego de un buen rato pude contestarle. Ella, al borde de la histeria, quería llevarme a un médico o algo así. La pasó mal pero fue por mi culpa. Yo, en cambio, la estaba pasando genial.

También con Tita hay una anécdota de las más tristes de nuestra vida de pareja. De viaje por Oaxaca y en compañía de La Internauta Italiana y su ex pareja habíamos llegado a Puerto Escondido. Luego de una cena para los cuatro en uno de los restaurantes de la zona, cada pareja se introdujo en su habitación. Nosotros nos encontrábamos en plena crisis, pero así y todo quisimos ir de vacaciones para aligerar las cosas y ver si la pasábamos bien. Dentro de la habitación empezamos a tener sexo (eso ya no se llamó nunca más hacer el amor), cuando de pronto la pareja de La Internauta Italiana llamó por la ventana del cuarto que daba a un balcón. A pesar de que él no podía entrar porque había una división entre una habitación y la otra, sentimos que estaba llamándonos para invitarnos a fumar un churro. Yo, que estaba en ese preciso momento penetrando a Tita, me levanté y salí al balcón desnudo, con el pene erecto y recibí el churro que me estaba ofreciendo mi amigo. De pronto se asomó La Internauta Italiana y me vio desnudo. Yo apenas me tapé el pene con lo que pude y ella entró de nuevo a su habitación. Cuando regresé, Tita estaba furiosa por lo que yo había hecho y de ahí en adelante seguimos la vacación completamente peleados. Bien dicen que las drogas destruyen.

En fechas más recientes he consumido mota con El Señor de las Imágenes y también el sexo ha sido bastante bueno en esas condiciones. A él lo libera de una forma muy particular y podemos llegar a tener sexo salvaje durante un buen rato sin ningún problema, porque él se siente completamente relajado. Tenemos sesiones memorables al respecto. Desgraciadamente la última vez que nos vimos, hace algunos días, nos fumamos un churro y luego empezamos a tener sexo pero no fue tan afortunada como en otras ocasiones. Estábamos haciendo un bonito 69 y todo iba bien. Sin embargo yo de repente sentí ganas de cambiar de posición. Le hice señas para que cambiármos pero él no hizo caso. Dejé de hacerle sexo oral para que se diera cuenta de que quería cambiar y nada, él seguía pegado a mi pene. Lo empecé a empujar y a decirle que parara, que se detuviera un momento pero él creyó que yo ya estaba alcanzando el orgasmo y estaba a punto de venirme. Nada más lejos de eso, por cierto. La cosa es que no me soltaba y quería forzarme a venirme a pesar de que yo le decía que parara. Sin más que hacer, me incorporé y lo empujé varias veces para que me soltara hasta que por fin lo hizo. Le reclamé que no me hacía caso, me metí al baño y, cuando salí de ahí ya ninguno de los dos tenía ganas de continuar. No nos peleamos ni nada, pero la cosa se arruinó en ese momento. Al día siguiente él pidió disculpas por lo que hizo. Yo le reclamé: si crees que yo me voy a venir -cosa que no estábamos ni cerca, en fin- pero en ese momento quiero evitarlo y te pido que pares ¿por qué crees que es buena idea no soltarme y, al contrario, acelerar la estimulación para "forzarme" a eyacular?

Definitivamente no hay nada más pendejo que eso. También eso fue un efecto de las drogas.

En resumen, hay unas y hay otras. No todo es del mismo color siempre, sin embargo, la cannabis es una linda cosa que algunos tenemos a la disposición y que le da un "toque" a mis encuentros cercanos de vez en cuando.

martes, 12 de junio de 2007

Échale la culpa a tus papás…

La familia, de Fernando Botero. Imagen tomada de http://www.enunblog.com/sansunmot/88/

…sobre todo si sientes que no tienes resueltas algunas cosas en la vida. Digamos que esa es la consigna sobre la responsabilidad de los padres en el desarrollo de un niño y en el proceso de convertirlo en una persona adulta.

Haber sido criado por mis padres tuvo sus lados buenos y sus lados malos, como todo en la vida y como todos seguramente podemos decir. En el aspecto sexual no se destacaron por su habilidad durante mis primeros años, sin embargo se reivindicaron tiempo después, cuando yo ya era casi un adulto y había iniciado mi vida sexual.

Siguiendo un orden cronológico tendrían que ir primero las críticas. Como típicos padres a sus 24 años en 1964, su información sobre sexualidad era muy escasa y estaba basada prácticamente en su totalidad en su propia experiencia y en la poca información que podían intercambiar con sus amigos más íntimos. Recuerdo incluso que mi madre me contó que, en la víspera de su matrinomio con mi padre, comentó con una de sus amigas más cercanas sobre su interés de usar anticonceptivos durante el primer año para después pensar en tener hijos. No quería embarazarse tan pronto así que se le ocurrió acercarse a esta amiga que estaba casada para que le recomendara alguna pastilla anticonceptiva. Su amiga le dijo que sí, que con mucho gusto le decía el nombre de las pastillas que ella recomendaría, pero eso sí, una vez que estuviera casada, antes no. Así eran los tiempos. En ese contexto vivían mis padres.

Afortunadamente ellos no eran, y no son, practicantes de ninguna religión, de modo que el aspecto culpígeno del temor a Dios no lo viví nunca o casi nunca, porque durante un tiempo mi abuela paterna vivió con nosotros y ella sí era muy religiosa y nos llevaba a misa y nos hacía rezar todas las noches. Sin embargo, no recuerdo que a mi hermano y a mí nos hubiera amenazado alguna vez con un castigo divino por haber hecho tal o cual cosa.

Sin embargo no todo era abierto y de amplio criterio en aquella época en mi familia. Una vez mi abuela decidió regalarme un muñeco para que jugara con él. Era un muñeco de plástico igualito que una muñeca, de esas que abren y cierran los ojos según su posición vertical u horizontal. La diferencia es que este muñeco no tenía pelo de acrílico, sino que estaba prácticamente rapado y con un ligero dibujo en la cabeza que simulaba su cabellera. Yo amaba a ese muñeco y era mi acompañante para todas partes. Mi abuela le había hecho un traje que consistía en un pantalón corto y una chaqueta, ambos en combinación en color verde. Se llamaba Pepito. Bueno, pues a mi padre le molestaba mucho que yo tuviera ese regalo de mi abuela. Consideraba que no estaba bien que anduviera jugando con muñecos, porque eso lo hacían las niñas. Yo no jugaba con Pepito como si fuera mi hijo ni nada por el estilo. Lo que hacía era imaginármelo en aventuras, en expediciones, en misiones espaciales, en que era futbolista, doctor, profesor, etc. Pero mi padre prefería verme jugar con autitos, pistolas, pelotas, triciclos o espadas. Fue tanta la inquietud de mi padre, que mi abuela tuvo que comprarme tiempo después un perro de peluche, que sustituyera a Pepito para que mi papá se quedara tranquilo. Tengo 42 años, y en mi casa todavía tengo guardado ese perro con pintas café que ha viajado por la línea del tiempo junto a mí durante casi cuatro décadas. De Pepito, no supe qué fue de él.

Así las cosas, mi papá tenía mucho interés en que mi hermano y yo nos hiciéramos hombrecitos y supiéramos a qué género pertenece cada cosa.

Cuando llegó mi adolescencia mis padres estaban enfrascados en una batalla campal que duró muchos años hasta que mi padre se fue de la casa. Estaban tan ocupados en hacerse el mayor daño posible que se les olvidó que sus hijos estaban creciendo y que necesitaban información de las cosas nuevas que veían el mundo. No hubo información sobre sexualidad como no la hubo tampoco sobre muchas otras cosas. No hubo pláticas para saber qué pensábamos sobre cosas del sexo. En mi casa siempre se pudo decir malas palabras y nadie se asustaba, pero nunca se mencionaron cosas como coito, aborto, eyaculación, semen, homosexualidad, abuso sexual y otras. Sí en cambio, se dijeron palabras como senos, relaciones, menstruación, pene, vagina, maricón, loca, sexo. Es decir, creo que sí hubo términos para referirse al aspecto biológico/anatómico de la sexualidad y otras para menospreciar las orientaciones sexuales distintas a la heterosexualidad. No hubo, en cambio, términos para conceptos que tienen más que ver con lo social de la sexualidad, con ideas respecto a la sexualidad en juego, es decir, con los laberintos de la vida sexual adulta ni tampoco para el respeto a las diferencias.
No hubo mucha comunicación respecto al sexo pero en cambio sí había sexo en la casa. Una vez, teniendo visitas sentados en la sala en la planta baja, mis padres subieron al piso de arriba a buscar algo para ponerse encima para salir a la calle y yo, por una razón que no tengo muy clara, subí minutos más tarde pero lo hice en estirando las piernas y alcanzando de a dos los escalones, lo que hacía que mis pisadas no produjeran ningún ruido. Alcancé el piso de arriba y me asomé a la habitación de mis padres que me quedaba de camino hacia la mía. Allí estaban los dos, mi madre recostada en la cama, con la blusa levantada y mi padre de pie pero inclinado encima de ella besándole los senos. Mi madre se dio cuenta de que yo los había observado y cerró los ojos. Mi padre levantó la vista y, con las manos todavía en los senos de mi madre me dijo que los esperara abajo.

Yo bajé mudo y al minuto bajó mi mamá. Se sentó junto a mí y me trató de hacer una caricia en la cabeza y la espalda. Yo no le respondí, ni siquiera quería verla. Nunca se mencionó el asunto.
En otra ocasión, años más tarde, escuché una noche a mis padres haciendo el amor. Era tarde, de madrugada y todos estábamos acostados. Yo tenía en esa época mi propia habitación así que debió haber sido cuando yo tenía como 15 o 16 años, más o menos. Escuché los gemidos de mi mamá que poco a poco iban subiendo de volumen. Me preocupé por mi hermano, que estaba en la recámara contigua a la mía y que pudiera despertarse. Él es menor que yo, así que mi actitud –y la actitud de mi padre y mi madre- fue siempre la de protegerlo de cualquier cosa que pudiera perturbarlo. Parecía que mis papás se la estaban pasando fenomenal porque lo último que oí fue a mi mamá gemir diciendo “qué rico, qué rico”. Esa voz me perturbó en ese momento y me siguió retumbando en la cabeza por muchos años. A veces, cuando me masturbaba, distraídamente esa voz se aparecía en mi pensamiento, en mi recuerdo y era como si me echaran un balde de agua fría, se me quitaba toda la excitación y hasta desistía de la idea de alcanzar el orgasmo.

En otra ocasión mis padres se encerraron a dormir la siesta luego de una comida un sábado o un domingo por la tarde. Luego de un par de horas abrieron la puerta y ambos estaban con pijama encima de la cama. Mi hermano y yo entramos a contarles algo, no sé bien qué y yo me puse en la orilla de la cama del lado de mi papá. Allí pude ver el pantalón de su pijama mojado justo en la entrepierna. Yo ya era un chico grande por aquella época, así que sabía qué había incluído la siesta de mis padres.

Lo perturbador de todo ello fue que estas escenas que menciono fueron muy escasas en mi hogar, porque mis padres tuvieron una muy mala relación durante casi todos los años que estuvieron juntos y nunca, nunca, nunca, tuvieron demostraciones de afecto delante de sus hijos, jamás se dijeron algo bonito delante de nosotros, nunca mi padre se refirió a mi madre de manera positiva, nunca comentó que mi madre le gustara. Tampoco mi madre lo hizo. Se odiaban y por eso, para mí, a esa edad, era incomprensible darme cuenta de que, a pesar de que no se querían, podían tener sexo de vez en cuando.

El tiempo pasó, mis padres se separaron y mi hermano y yo crecimos. Aquí viene la parte positiva de la historia.

Un día cuando yo estaba de novio con Ivonne le conté a mi madre, muy acongojado, que habíamos tratado de tener relaciones sexuales pero que yo no había podido penetrarla porque, después de algunos intentos, perdí la erección. Yo era virgen en ese momento. Estaba lleno de preocupación porque no sabía qué me pasaba, por qué me había fallado. Tenía mucha angustia. Le conté eso a mi madre porque ella y yo nos teníamos mucha confianza y, después que mi padre se fue de la casa, yo me convertí en su confidente y en su mayor apoyo. Ella, muy serena me contestó lo que podía en ese momento y quizá más de alguna madre no hubiese tenido tanta apertura con su hijo:

-Mira, eso le pasa a veces a los hombres. No a todos, pero no es raro. A tu tío fulanito le pasa frecuentemente, según me cuenta mi hermana. A tu padre le ha llegado a pasar alguna vez pero casi nunca. De seguro estabas incómodo, intranquilo. De seguro estabas en la casa de ella y los papás podían llegar en cualquier momento. Mira, vamos a hacer una cosa, llegando la quincena te voy a dar un dinero para que te vayas con ella a un hotel y estén tranquilos los dos y así puedan tener relaciones con calma. Verás que no te vuelve a pasar.

Y así fue. Llegó el día de pago y puntualmente mi madre me dio dinero para ir a un hotel con mi novia.

Años más tarde, yo estaba iniciando mi relación con Tita y necesitábamos tener un lugar dónde hacer el amor. Mis padres ya estaban separados y se me ocurrió pedirle a mi papá que me dejara ir con mi novia a su casa para estar en la tarde juntos. Me dijo que sí, que con mucho gusto y me pasó una copia de las llaves de su departamento y se preocupó de tener cosas en el refrigerador para cuando yo llegara. Sé, aunque nunca me lo dijo, que le daba un gusto enorme que yo le contara que estaba teniendo relaciones con mi novia.

Seis meses después de haber iniciado esa relación, Tita tuvo un retraso menstrual. Estábamos ambos muy preocupados porque ninguno de los dos había terminado sus estudios profesionales y ambos éramos mantenidos por nuestros padres, de modo que no teníamos dinero propio para solucionar el asunto. Estábamos de acuerdo en que, de confirmarse el embarazo, recurriríamos a algún médico para que le practicaran un aborto. Yo no tenía dinero para pagar algo así, de modo que no se me ocurrió a nadie a quien pedirle ayuda más que a mi papá. Le conté que Tita tenía un retraso y que yo estaba preocupado. Le conté que salía con ella desde hacía como seis meses y que era mi novia.

-¿Cuanto tiempo tiene de retraso? –me preguntó mi papá mientras se afeitaba un día por la mañana. No sé por qué yo estaba ese día en su casa a esa hora, pero esa es la imagen que tengo de ese momento.

-No lo sé bien pero creo que son como quince días –contesté yo con mi preocupación a cuestas.
-Es poco tiempo, hay que esperar. Avísame en otros quince días si la cosa sigue igual. Si se confirma el asunto, lo solucionamos, no tienes que preocuparte.

Ese fue el fin de la conversación. Afortunadamente el retraso se debió a que ella estaba en exámenes finales y la presión de ello la tenía con los nervios de punta. Presentando el último de ellos le vino la menstruación normalmente.

Así las cosas. En la relación con mis padres respecto al sexo hubo claroscuros. No tuve padres muy modernos en la infancia pero cuando yo me convertí en un hombre adulto pude hablar con ellos de cosas que otros no se imaginarían ni en sueños. Ni siquiera mi hermano pudo tener ese nivel de confianza y de comunicación con mis papás. Él sí tuvo que responder ante un embarazo de una novia de la preparatoria y recurrió a los amigos para que le prestaran para el aborto. No se lo contó a mis padres sino mucho tiempo después, cuando la novia ni siquiera existía ya en la vida de mi hermano.

Otra cosa que para algunos será difícil de creer fue que tanto mi hermano como yo pudimos dormir en casa con las novias sin ningún problema. Solamente lo hicimos con una en cada caso, es decir, no metíamos a muchas mujeres porque tanto mi hermano como yo éramos bastante monógamos. Justamente fue con las chicas con las que quisimos hacer una vida. Mi hermano tuvo una hija con esa novia y yo me fui a vivir con la mía, pero eso fue años más tarde. La importante aquí fue que mi mamá nos permitió hacerlo y así no teníamos que recurrir a buscar otros lugares para ejercer nuestras respectivas vidas sexuales. Ni en hoteles, ni en el auto, ni en ninguno de esos lugares habituales donde los jóvenes tienen vida sexual. Eso, en nuestro tiempo, en nuestro ambiente, era difícil de encontrar en una familia.

Quizá mis padres no fueron los mejores, pero tampoco los peores, eso lo tengo claro. Por lo menos referente al sexo. Tal vez lo que sí nos marcó a mi hermano y a mí con el largo proceso de separación de mis papás fue otra cosa, más difícil, más intangible. El miedo al compromiso. Pero eso será motivo de otros posts.

viernes, 8 de junio de 2007

El Neurólogo Catalán...



...o la vez que perdí mi virginidad homoerótica.

Cuando tenía 35 años tuve una crisis personal muy profunda que se reflejó en muchos aspectos de mi vida e incluso mi vida actual es producto, en parte, de esa crisis. Eso fue hace siete años.
La cosa empezó cuando me quedé sin trabajo, después de una discusión con la persona para la que trabajaba y luego de aguantar una mala relación profesional durante por lo menos un año. La cosa explotó y, de un día para otro, yo me quedé sin trabajo. El nuevo empleo apareció nueve meses después y es el que actualmente tengo.
En esos días de desempleo, yo estaba de novio con La Internauta Italiana. Teníamos ya como cinco años de pareja y las cosas estaban más o menos bien, con sus altas y bajas, claro, pero en general bien.
El desempleo me afectó emocionalmente de manera muy profunda. Yo me considero propenso a la depresión, así que a las pocas semanas y al darme cuenta de que conseguir un nuevo trabajo me iba a costar mucho más de lo que yo imaginaba, comencé con un proceso de ansiedad que hizo que mi psiquiatra -para esas fechas tomaba terapia con un psiquiatra al que quiero con todo el corazón, pero que ahora ya no veo- me recetara medicamentos para dormir. Todo en mi vida se afectó. Empecé a recibir apoyo financiero de mi padre y mi novia me apoyaba en el proceso emocional, sin embargo, las largas horas encerrado en casa hacían que me sintiera siempre mal.
Para combatir las horas de aburrimiento, empecé a sentarme frente a la computadora y, en vez de hacer algo productivo con ese tiempo, me dediqué a navegar por internet buscando prácticamente nada en especial.
En ese tiempo me hice gran consumidor de pornografía tanto heterosexual como gay. Me pasaba horas frente a la computadora viendo imágenes, chateando con desconocidos y leyendo historias eróticas que eran básicamente escritos burdos de la imaginería masculina más pobre. En eso me la llevaba a veces días enteros.
Fue ahí cuando apareció en mi vida El Neurólogo Catalán, un hombre que también chateaba buscando gente con quien tener algún encuentro sexual. Nuestra primera conversación fue más o menos breve. Luego de los intercambios informativos de rigor acordamos un lugar y una fecha para vernos. Me gustó porque escribía bien, con ortografía y eso, para alguien como yo, es sumamente seductor. Me dijo que me quería hablar por teléfono y yo le di mi número. Me llamó y me gustó su acento. Me retó a que no me atrevía a que nos encontráramos y yo acepté el reto. Ambos vivimos más o menos en la misma zona de la ciudad de México, así que no fue difícil dar con un sitio conocido por ambos para nuestro encuentro.
Nos encontramos un día por la tarde. No recuerdo bien, pero creo que yo debo haber llegado después que él. Yo siempre he sido bastante impuntual, la verdad. La cosa es que recuerdo haberlo visto sentado, esperando. No era un hombre muy apuesto. Delgado, más bajo que yo, bastante calvo y de lentes. Sin embargo, tenía pinta de gente decente y creo que eso fue lo que me atrajo inicialmente de él. Hablaba bien, tenía buenos modales.
En el restaurante nos tomamos unas tazas de té de manzanilla. Creo que él no tomaba café y en ese tiempo yo tampoco estaba tomando para no afectar el funcionamiento de mis medicamentos para dormir. Platicamos un rato, las cosas obvias. Momentos después él fue al grano:
-Bueno y ¿qué te parece? ¿te animas?
-Ehh... bueno, sí.
-¿Te parezco agradable?
-Sí, claro me pareces una buena persona... y está bien.
Salimos del restaurante unos minutos más tarde. Él insistió en que fuéramos a mi casa. En ese momento yo no vivía solo, un amigo se había dejado caer por unos meses -al final fueron dos años, pero igual se le quiere- así que yo no estaba muy convencido de llevarlo a la casa, por lo que pudiera pasar, además que no tenía la menor idea quién era este tipo. No sé por qué pero la cosa es que accedí, cada uno tomó su auto y él me siguió.
Llegamos a casa. Nos sentamos en la sala, pero antes abrimos una botella de vino. No bebimos nada. En cuanto estuvimos solos, él tomó una actitud más segura y más abierta, más agresiva digamos. Me tomó de las manos. Yo las tenía frías y poco después me besó.
Para mí fue una sensación muy rara, que me causó un gran impacto. No había besado a un hombre -con excepción de Héctor, mi amigo de la universidad, pero nada de eso cuenta-. Lo que más me llamó la atención de ese momento fue que le sentí el mismo olor que tiene mi papá y eso me causó cierta repulsión. Yo estaba muy nervioso, no sabía bien qué era lo que quería en ese momento.
Él se levanto y, llevándome de la mano, fuimos hacia mi habitación. Allí nos desnudamos y empezamos a hacer el amor. Él quería penetrarme y yo lo dejé, pero yo no tenía nada de experiencia al respecto así que me costó mucho relajarme y de todos modos me dolió bastante, pero igual quería hacerlo.
Estuvimos en mi cama durante un par de horas. Al final él pudo penetrarme bien y llegó al orgasmo. Yo no pude, por más que lo intentamos.
Nos bañamos y nos vestimos. Me dijo que tenía que hacer una ronda de pacientes en el hospital donde trabajaba y me pidió que lo acompañara. Eso me gustó. Fuimos y yo me quedé en la cafetería, leyendo. Llegó más tarde y me llevó de regreso a mi casa. En el camino me dijo que quería tener una relación estable conmigo, que él no andaba buscando miles de aventuras sino que quería encontrar a alguien. Ya antes me había dicho que era casado y eso también me gustaba del asunto. Yo no quería tener nada con un gay que quisiera instalarse en mi casa o algo así. Por el contrario, me atraía la idea de un bisexual como yo y que tuviera que cuidar las apariencias, como las quería cuidar yo.
Insistió en que podíamos tener una relación. Me gustó como lo dijo pero yo no sabía bien qué responder. Le dije que no estaba seguro, que lo pensaría. Que no era exactamente lo que yo estaba buscando, que lo que yo había querido era vivir una experiencia y nada más. El insistió.
Dos días más tarde le llamé para decirle que quería hablar con él. Fui al hospital y le dije que no, que no podía, que tenía una novia y que no me atrevía a tener una relación con un hombre, que no estaba preparado para eso. Le dije que lo lamentaba. Él escuchó y aceptó mi decisión.
Pasó otro par de días y él me mandó un mensaje al teléfono. "Te extraño", decía. "Yo también, mucho", le contesté y le dije que lo quería ver. Me respondió diciéndome que llegara al consultorio después de que sus pacientes se hubieran ido, como a las ocho de la noche. Así lo hice. Llegué al hospital nuevamente nervioso.
Cuando entré a su consultorio ahí estaba él, esperándome. Nos abrazamos y nos besamos con una intensidad única, como si fuéramos una pareja que no se hubiera visto en meses, quizá años. Nos dijimos que queríamos estar juntos. Le dije que él me encantaba y él respondió que se sentía loco por mí.
Hicimos el amor en una de sus salas de exploración. Recuerdo esa imagen muy claramente. No sabíamos ¿o ya lo sabíamos en ese momento? que la escena se repetiría en su consultorio, en mi casa, en lugares fuera de la ciudad de México y hasta en el coche, en la calle.
Yo se lo comenté a mi terapeuta. Lo trabajé un buen tiempo. Él me ayudó a entender qué era lo que me estaba pasando y a aceptar las cosas que me gustaban. Fue mi psiquiatra quien me dijo aquella frase de "está usted viviendo su adolescencia en ese sentido, se está enamorando como si fuera la primera vez porque en muchos aspectos es efectivamente su primera vez, está perdiendo su virginidad homoerótica".
La historia duró cerca de cuatro meses, pero su intensidad fue equivalente a muchos años. Lloré cuando él tomó la decisión de no vernos más, porque, según él, si seguía viéndome, iba a terminar por decidir vivir conmigo y tenía hijos chicos a los que no quería abandonar.
Han pasado siete años de eso y todavía pienso en él. Sabía que en este blog iba a escribir esa historia un día y ya empecé. Hay más que decir, pero eso será en entregas posteriores. Hoy, buscando la imagen que ilustraría este post, introduje su nombre y el buscador me devolvió, entre muchas imágenes, una foto de él. Me impresionó ver su cara después de tanto tiempo. Recordé las muchas cosas que me gustaban de él. Sobretodo, que nos tomáramos de las manos cuando estábamos haciendo el amor. Sentía una energía intensa que recorría mi cuerpo y que entraba por la palma de mis manos desde su cuerpo.
Alguna vez nos encontramos después de haber terminado la relación. Volvimos a hacer el amor y en aquella ocasión, mientras me penetraba, se le salió algo como "solo contigo hago el amor así". Me gustó que lo dijera, pero su tono tenía algo de doloroso, de amor imposible.
Muchas veces, en mis masturbaciones, lo recuerdo y hago memoria de lo que hicimos y de la intensidad que nos agarró a los dos. Lo quise mucho, aunque sé que ese cariño no era más que pasión en ese momento. Aún así, pienso en él.

jueves, 7 de junio de 2007

Preferencias



Tengo algunas preferencias en la cama bastante bien identificadas. Eso es lo que constituye, por decirlo de algún modo, mi "estilo" de hacer el amor.

Me gusta, por ejemplo, hacer el amor por la tarde. Es mi hora favorita. Como a las 6 y ver cómo se va oscureciendo al tiempo que estoy haciendo el amor con alguien. Tal vez ese gusto venga desde mi relación con Tita, ya que con ella hacíamos el amor en las tardes cuando nos hicimos novios. No lo sé. De cualquier manera ese momento del día es uno de mis preferidos, siempre lo ha sido. Tiene algo que me hace sentirme sensible, íntimo, sensual.

Me gusta hacer el amor con música. Tengo mucha que sirve para esos propósitos. Creo que incrementa la sensualidad del encuentro. A veces, uno puede hacer el amor al ritmo de la melodía. En otros momentos simplemente es un acompañamiento más de la atmósfera. Por ahí había mencionado uno de mis discos favoritos para hacer el amor. Aquí van otros más: Blue light 'til dawn, de Cassandra Wilson, Drag, de K. D. Lang, el soundtrack de la película The Moderns, con música de Mark Isham e interpretación de Charlelie Couture, Simple Things, de Zero 7, Iluminated Audio, de Gigi, One quiet night, de Pat Metheny y Streams of ageless rhythm and song merge, de Sunyata Vas. Eso por mencionar apenas algunos.

Me gusta mucho acariciar, incluso más que ser acariciado. Por querer ser particularmente dominante en el sexo, me gusta llevar a mí el ritmo de las caricias. A veces siento que algunas caricias, en vez de ser placenteras, son molestas o llegan a causarme cierto dolor. No sé por qué, pero a veces siento la piel muy sensible. En cambio me encanta sentir la piel de otra persona.

Para mí el olor es primordial. Me tiene que gustar el olor de la persona con la que hago el amor. Durante muchos años estuve atado al olor de una persona y me di cuenta que el olfato era algo más importante para mí de lo que realmente pensaba. He hecho el amor con personas cuyo olor me desagrada y eso hizo que nunca disfrutara del sexo con ella. La Flaca se encuentra en esa lista.

Adoro hacer sexo oral. Me encanta. Soy adicto. Tanto a mujeres como a hombres, pero disfruto mucho más el sexo oral con las mujeres. Es fundamental para mí. Puedo estar horas, no me importa cuanto tiempo. Alguna vez, trabajando en el asunto de la prevención del sida le dije a un compañero "no me importa si me infecto un día, nunca voy a usar protección para hacer sexo oral". Creo que eso sigue siendo cierto todavía. Una de las mujeres con las que he estado tenía el sabor muy fuerte, pero igual y así me gustaba. Otra más no tenía sabor a nada y yo no sabía si eso era bueno o malo. Me gusta que me hagan sexo oral, pero soy impaciente cuando alguien no lo sabe hacer y, en todos los años que llevo siendo sexualmente activo, me he encontrado con pocas personas que realmente sepan qué es hacer sexo oral. Por último, creo que no soy muy bueno haciendo sexo oral a los hombres. Me canso, me aburre un poco, no sé. Me gusta, pero no tanto como con una mujer.

Empiezo lentamente. No penetro a la primera. Si hay tiempo, me gusta hacer las cosas con la mayor calma posible. En general las sesiones de sexo me gustan prolongadas y no me gustan tantas en una misma noche. Dos o tres es más que suficiente en un día en lo único que hay por hacer es el amor. También me gusta la cosa muy calmada, muy suave. No a todo el mundo le gusta así. La Uruguaya Atormentada tenía otro estilo, muy agresivo, fuerte. No es el mío, definitivamente.

Me gusta lamerlo todo. Senos, abdomen, espalda, nalgas, vagina, pene, ano, pies. Lo que sea. No tengo problemas con ninguna parte del cuerpo siempre y cuando esté limpia. La estimulación bucal es básica para mí.

Me gusta hablar cuando hago el amor. Me gusta conversar. Me gusta preguntar si esto está bien o más fuerte o más despacio. Me gusta inventar fantasías en común, imaginando mundos posibles, escenas que no haríamos en la vida real pero que estimulan la energía sexual.

Mi posición preferida, ya lo dije por ahí, es el doggie style. Hay algo acerca de las nalgas que me enloquece. En términos porno soy todo un assman.

Me gusta avisar cuando me voy a venir y me gusta también que me digan cuándo se están viniendo, es muy importante. Me molesta cuando alguien no lo hace evidente. Su placer es el placer que yo busco para mí placer.

Aunque tengo un dildo que he usado con algunas parejas, mi preferencia es hacer el amor sin ningún aparato. No soy muy fan de los gadgets a la hora del sexo, aunque estoy dispuesto a probar. Sobre todo se me antojan las perlas que se introducen en el ano. Un día me compraré una de esas.

Me gusta hacer el amor frente a los espejos. Eso de mirarse es como ver una película porno, pero saber que quien la protagoniza es uno mismo. Es muy poderosa esa estimulación para mí.

Me gusta también hacer el amor en la ducha, con el agua caliente corriendo por los cuerpos, con el cuerpo enjabonado, con vapor por todo el baño. Eso es una maravilla.

A pesar de que no soy tan fanático de la prenetación, sí me gusta que me introduzcan un dedo en el ano cuando estoy penetrando. Eso es delicioso. El orgasmo se vuelve una experiencia completamente diferente.

Ahí está. Si alguien quiere tips para regalarme una noche espectacular, ahí están las sugerencias.

miércoles, 6 de junio de 2007

Placeres culposos


Tengo algunos respecto al sexo. Uno de ellos es que tengo en casa dos DVD porno y los uso cada tanto para masturbarme. A veces con un toque (unas fumadas de mota) o bien así nomás. Funcionan bastante bien, es decir, siempre llego al orgasmo si pongo una de esas películas y empiezo a masturbarme. Sin embargo, a pesar de que sé que me dan placer, hay cosas que no me terminan de convencer. Primero porque, en el caso de esas películas, ya las he visto muchas veces, de manera que no me atraen en lo más mínimo como para verlas completas nuevamente y solo necesito un fragmento, una escena erótica para excitarme y llegar al orgasmo. En consecuencia, ese orgasmo es rápido, pero no profundo. Algún día tendré que hablar de los tipos de orgasmo que he sentido.


El orgasmo provocado por una película porno es como ir a un establecimiento de comida rápida y pedir algo con el único objetivo de calmar el hambre. Sabemos que esa comida no nos servirá de nada y únicamente nos dará un placer instantáneo, una sensación de satisfacción momentánea y tiempo más tarde sentiremos que, o bien nos cayó mal, o fueron calorías vacías que nos dan hambre de nuevo. Lo mismo con las cintas XXX.


No es lo mismo en el caso de que nunca haya visto una de esas películas. Ahí puedo estar más tiempo frente al televisor viendo una escena tras otra y eso acumula energía sexual, para finalmente estallar en un orgasmo fuerte, muy excitado y quedar muy satisfecho.


La cosa es que, cuando me masturbo viendo un video porno, al poco rato no resisto ni siquiera que la caja del DVD esté a la vista. Lo guardo en cuanto la termino de usar. No tiene mucho sentido que haga eso porque vivo solo, así que daría igual que la guardara cuando fuera, pero lo cierto es que no resisto su presencia. Me da cierta culpa de haber recurrido a una excitación fácil y, en consecuencia, haber obtenido un orgasmo pobre.


Lo que me gusta, lo que considero correcto y constructivo, es recurrir a mis propias fantasías a la excitación lenta, al uso de la respiración, al disfrute del proceso. Cualquier otra cosa me llena de suspicacias.


Otro placer culposo es ver gente masturbándose en internet. A veces entro a ciertos sitios en los que, hombres mayormente, utilizando una webcam muestran sus genitales y se masturban. Es tontísimo ver eso, pero a veces los veo y termino excitándome. Muchos, la mayoría, piden webcam a cambio, pero yo no tengo, así que a veces me bloquean para que no los siga mirando. Hay algo que me gusta de todo ello. Es ver que hay gente en el mundo con un enorme deseo sexual y que por una u otra razón decide exhibirlo con desconocidos a los que tampoco nunca conocerá. Es como sentir una energía sexual compartida globalmente, sin embargo, es también un placer culposo porque ese voyeurismo no participativo me parece tramposo de mi parte. ¿Será que me tengo que comprar una webcam y así acabar con mis culpas?


Un último placer culposo que quiero mencionar ahora y que seguramente desarrollaré con mayor profundidad más adelante es uno mucho más complicado que los anteriores. Me gusta mucho seducir a las mujeres, pero no siempre llevármelas a la cama. Ejemplos de eso podría enumerar muchos, pero lo importante es que frecuentemente actúo de una manera, digamos, tramposa en ese aspecto, planteando ambiguamente mis intenciones. Eso lleva a las mujeres a confundirse mucho conmigo y a veces a llegar a la desesperación. Lo he hecho muchas veces, no con todas las mujeres, claro, pero sí con muchas. El plan es siempre el mismo, ser el mejor amigo, el confidente, el amigo open mind, pero al mismo tiempo dejar abierta la posibilidad de que todo puede suceder. Es un juego de poder, un partido de ajedrez para ver si la otra persona muerde el anzuelo. Pocas veces fallo, pero eso ha traído dolor y enojo a otros y para mí momentos incómodos en los que hay que aclarar, ¿vas o no vas?


Definitivamente tendré que desarrollar esto en post siguientes, especialmente en casos como mi relación con la Flaca y con otras mujeres. En algunas ocasiones me he sentido como en la película Relaciones peligrosas, haciendo el papel de John Malckovich.


Bendita sea la blog que me permite escribir estas cosas sin caretas.

martes, 5 de junio de 2007

Curriculum vitae



En el primer post dije que algún día haría una lista de todas las parejas sexuales que he tenido en mi vida. Hoy quiero hacerlo pero de entrada me encuentro con un problema. ¿Cómo defino quién es una pareja sexual? La pregunta es necesaria porque he tenido coito con algunas personas, esas definitivamente contarían como parejas sexuales. Sin embargo, con otras nunca tuve coitos pero sí orgasmos. ¿Deberían ser consideradas parejas sexuales? Por último, con otras personas tuve muchos juegos eróticos, intensos, que involucraban muchísimo contacto físico pero en los que nunca llegué al orgasmo. En algunas ocasiones las personas de esta tercera categoría sí llegaron al orgasmo, otras no. ¿Son éstas últimas candidatas a ser consideradas parejas sexuales? Esta lista es simplemente una categorización general. Si le pienso otro poco, seguramente se me ocurrirían otras que no están contempladas.


Para efectos de esta lista, mencionaré a cada una de las personas con un número que indique el grado en el que tuve algún tipo de contacto sexual, siendo el 1 para aquellas con las que nunca llegué al orgasmo pero sí hubo muchos juegos y toqueteos, el 2 para aquellas con las que tuve orgasmos pero no coito y 3 para aquellas con las que tuve coito. Espero haber sido claro. Trataré de enunciarlas en orden cronológico, apelando a mi mala, pero bien intencionada memoria.

Mercedes. (1). Aquella mujer que atendía en mi casa cuando yo tenía como cinco años. Será motivo de algún post más adelante.

Claudia. (1). Una pequeñita que vivió en mi casa durante una breve temporada. Me avergüenzo de ello porque yo era mayor. Yo tenía como 12 años y ella como 6.

Alejandro y Leandro (1). Compañeros de la primaria, mayores que yo. Con ellos aprendí mucho y también su información me llenó de mitos. Creo que tal vez ellos fueron los primeros niños con los que tuve algún intercambio erótico. Tenía en ese entonces 11 o 12 años, por cierto.

Leticia y Norma. (1). Amigas de la cuadra, mayores que yo, que en plena adolescencia les hervía la sangre. Ellas de 15 años y yo de 13, más o menos.

Norma nuevamente. (2). No recuerdo bien si debía calificarla como grado 1 o 2. Es la misma que aparece en el apartado anterior. Nos volvimos a juntar cuando éramos mucho más grandes, ella tenía 21 años más o menos y yo como 18. Ella trabajaba y estaba en la universidad y yo estudiaba la preparatoria. A ella le gustaba salir a bailar con sus amigos y me invitaba a mí para que fuéramos porque a mí siempre me ha gustado bailar. Al regresar, ya medio borrachos, siempre terminábamos besándonos y toqueteándonos en el auto. Nunca hicimos el amor.

Arturo el Programador. (1). Creo que ya lo mencioné por ahí. Mucho toqueteo pero nada más.

Ivonne. (2). La primera novia formal de veras. Muchos juegos y nunca tuvimos sexo completamente. Mi primer amor.
La poco pelo. (2). No recuerdo su nombre, qué mal. La conocí en la universidad. Fuimos novios muy poquito tiempo. Con ella probé por primera vez la mota (marihuana para los que no conocen el término que se usa en México). Le pongo ese apodo porque cuando la conocí se había rapado la cabeza a lo Sinead O'Connors.

Ivonne nuevamente. (3). La vida nos volvió a juntar dos años después de habernos separado y esta vez tuvimos una relación de seis meses que incluyó de todo. Con ella, como puede verse, perdí mi virginidad en términos estrictos. Ella ya la había perdido antes.

La uruguaya atormentada. (2-3). Era la mujer de mis sueños en la universidad, pero el destino nos jugó malas pasadas y siempre vivimos a destiempo. Ahora, ella en Italia y yo en México, mantenemos una amistad rara, pero amistad al fin que es posible a través del chat y del correo electrónico. Anoto 2-3 porque las pocas veces que pudimos tener relaciones, sí tuvimos coito pero yo no pude tener orgasmo.

Tita. (3). Aquí empezó la historia. Con ella me fui a vivir.

Curly (3). La mujer con la que le fui infiel a Tita justo antes de que ella y yo nos fuéramos a vivir juntos.

Paty, la diseñadora. (3). Con el error se aprende. Compañera de trabajo. Seis meses de relación sexual intensa para mí y algo de amor por parte de ella. Todavía me busca para salir a tomar café y platicar. Si yo quisiera... seguramente, pero no quiero.

Héctor, el amigo gay. (2). Fue el momento en que él decidió salir del clóset y yo decidí conocer el mundo gay a través de él. Fuimos a algunos bares muchas, muchas veces. Nos emborrachamos también muchas veces y, al calor de las copas, jugueteamos más de una vez. Fuera de la ciudad de México una vez nos encontramos durmiendo en la misma cama y yo le propuse que hiciéramos el amor. A los 10 minutos de haber empezado le dije, no, no puedo, lo siento. Hasta ahí quedó la cosa en ese aspecto. La amistad continuó.

La Internauta Italiana. (3). Después de Tita. Quizá es la mujer con la que debería haber planeado los siguientes cuarenta años de mi vida. Mucho y buen sexo y mucho cariño. Desgraciadamente no amor de mi parte en aquel entonces, pero me sigo preguntando si fue buena idea separarnos para siempre.

Ana. (3). Acabo de contarlo en uno de los posts anteriores. A one night stand.

La uruguaya atormentada nuevamente. (3). Después de mi ruptura con Tita se convirtió en uno de mis paños de lágrimas y en ese entonces nos pusimos a hacer el amor como conejitos. Su estilo sexual no me gusta.

La Cosmetóloga. (3). Una relación con 15 años de diferencia. Ella quería conmigo desde los 17 -yo de 32- y tuvimos esporádicamente un muy mal sexo durante muchos años. Nunca fuimos pareja, siempre amigos. Acaba de casarse a los 27 y antes de hacerlo, volvimos a tener sexo. Igual de malo. La quiero mucho, casi como si fuera mi hija.

La Flaca. (3). Una amiga con la que aún tenemos amistad pero hemos procurado no tener más sexo desde hace algún tiempo. El mejor blowjob de mi vida.

La Mujer del Bosque. (3). Una sola vez. Es mi mejor amiga y la única persona que me conoce tal cual soy y a la única que dejaría leer esto sin ninguna edición. De hecho sabe que yo estoy escribiendo este blog. Es bi más gay.

El Neurólogo Catalán. (3). El primer hombre con el que considero tuve una relación sexual total, completa. Lo conocí a través de internet. Yo tenía 35 años y ése es el momento que considero cambió mi vida tal como la llevaba.

El señor de las imágenes. (3). Mi relación presente. Ya he hablado de ella en otros posts. Lo seguiré haciendo seguramente.

Leo el sexotelefonista. (2). Acabo de mencionarlo en otro post. Solamente sexo telefónico, nunca en vivo y en directo. Pero bien dicen por ahí, nunca digas nunca.

Audrey. (3). Una mujer que lo daba todo por mí, pero que yo nunca consideré verdaderamente que cambiaría mi vida. El sexo, espectacular. La relación, no tan espectacular. Sin embargo, una de las mujeres de las que puedo hablar mucho, porque pasaron con ella las cosas más raras.

Conforme hago esta lista me doy cuenta que tendré que volver sobre ella alguna que otra vez para actualizarla, sobre todo de aquellas personas que se me han perdido en la memoria y particularmente de aquellas con las que no tuve sexo pero sí muchos juegos, allá en la tierna infancia.

Quedan fuera de este recuento el acosador que mencioné en el post anterior y alguna que otra persona con quien nomás nos hicimos ojitos alguna vez pero nada sucedió y la larga cantidad de personas -hombres, sobre todo- con los que he tenido sexo virtual, de los cuales sería imposible mencionar aquí sus nombres. Antes de cerrar este post trato de recordar. Estoy seguro que se me escapa alguien. En fin, lo actualizaré en cuanto me venga a la memoria.

lunes, 4 de junio de 2007

El perseguidor

Cuando tenía 16 años me ocurrió lo que yo llamaría el más concreto acoso sexual del que fui víctima en mi vida. Adelanto de una vez que la cosa no llegó a mayores pero causó en mí una gran impresión. Aquí va la historia.

A esa edad yo era fanático del cine de arte. Estaba cursando mis estudios medios y no me perdía lo que en la ciudad de México era -y aún es- todo un evento cultural y platillo exquisito para cinéfilos como yo. Estaba en pleno la Muestra Internacional de Cine en la Cineteca Nacional y yo había ido a una de las salas de cine universitario a ver una de esas películas que no había forma de ver sino en "la Muestra". Recuerdo perfectamente que era aquella que se llamó La panza del arquitecto, de Peter Greenaway.

Allí estaba yo sentado afuera del cine esperando que abrieran para comprar un boleto y entrar a ver la película. Era una función como a las 12:00 hrs., algo así. Era sábado me parece. Mientras yo esperaba, apareció un señor que vivía en los mismos edificios de donde yo vivía y que era en ese momento el administrador del condominio. Yo lo conocía muy bien porque se portaba muy amable conmigo cuando mi mamá me encargaba que pagara el mantenimiento que nos correspondía.

Ese día lo saludé con mucha sorpresa. No sabía que le gustara el cine de arte y a él también le llamó la atención que, a mi edad, me gustaran las películas no comerciales y sobre todo una tan difícil de entender como suelen ser las películas de Greenaway. Estuvimos conversando un rato y, claro, nos sentamos juntos a ver la película. Él iba también solo.

Allí estábamos, viendo las escenas de aquella cinta. Yo me había sentado a su derecha. De pronto sentí que su mano se deslizó por mi pierna y se quedó ahí, sobre mi rodilla. Casi se me sale el corazón en ese momento. Me paralicé, no supe qué hacer, cómo reaccionar y solamente recuerdo que empecé a temblar sin poder controlar nada. Las imágenes de la película iban y venían y yo no podía captarlas más. Solamente pensaba en qué iba a pasar si mi vecino empezaba a subir la mano. No me sentía atraído por ningún motivo en ese momento por los hombres y menos por un hombre mayor como él. Solamente sentía pánico, el cuerpo frío y un temblor involuntario que me acompañó desde ese momento y a todo lo largo de lo que quedaba de la película.

Antes de terminar la cinta él retiró su mano. Así nomás, sin decir nada. No siguió tocándome ni nada. Continuó viendo la película hasta que prendieron las luces.

En cuanto la sala se iluminó, yo me levanté y me despedí de él. Quería salir de allí corriendo lo antes posible. No sabía a quién decírselo. No me había hecho prácticamente nada y en ese tiempo no se hablaba en los medios de cosas como acoso sexual a menores, ni nada de eso, así que seguramente no entendía qué era lo que había pasado. Me preguntaba ¿había sido un gesto de amistad, de paternalismo, de simpatía o de plano me había querido meter mano? ¿Qué iba a pasar cuando me lo encontrara de nuevo por mi casa, cuando tuviera que ir a pagar de nuevo el mantenimiento?

No sé qué más pensé en ese momento. Lo cierto es que el tipo me dio miedo, pero no le conté a nadie lo que me había pasado, no sé si por vergüenza, por miedo, no lo sé, lo cierto es que me guardé lo sucedido como si fuera un secreto. Él siguió fungiendo como administrador del condominio donde ambos vivíamos por algún tiempo, no sé cuánto. Luego me enteré por mi mamá que había tenido problemas con una de las vecinas porque uno de sus hijos le había dicho que el tipo se había propasado con él. No sé qué chico era ni nada. Solamente sé que él dejó el cargo y luego se le vio enfermo y extremadamente delgado. Parece que murió años más tarde.

A la vuelta de los años me tocó trabajar en un proyecto donde se atendía a personas que habían sufrido abuso sexual. Cuando empecé a trabajar allí no podía comprender cómo sucedían esas cosas, cómo podía ser que la gente fuera abusada sin siquiera darse cuenta de ello, sin avisar a otras personas, sin hacer nada al respecto. A veces los abusos se prolongan por años y la víctima no termina de ser conciente de lo que le pasó. Un día, haciendo memoria, me acordé de lo que a mí me había pasado y mi percepción del asunto cambió radicalmente. Solo viviendo una experiencia similar puede uno comprender la parálisis física y mental que sucede a un abordaje así, cuando uno no está preparado para recibirlo, bien sea por la edad o por cualquier otra circunstancia.

domingo, 3 de junio de 2007

Una voz llamada Leo



Tengo una relación de sexo telefónico con una voz. Esa voz se llama Leo. Lo conocí chateando, pero no me acuerdo exactamente dónde. Supongo que en algún lugar de conversaciones de hombres o de sitios gay, no lo sé. Tampoco tengo muy claro desde cuándo tenemos esta relación. Lo único que sé es que se llama Leo y que me llama de vez en cuando para tener sexo telefónico. Siempre por las mañanas, a eso de las 8 y 40 minutos.

Siempre hacemos más o menos lo mismo. Él me llama, a veces me despierta, a veces no. Dice que acaba de regresar de correr y de hacer un poco de ejercicio. Dice que tiene un cuerpo atlético y musculoso, que tiene muy buena nalga y muy desarrollados los pectorales. Sé también que vive lejos, bastante lejos de donde yo vivo y que a veces viaja fuera del país, que le va bien económicamente y que no tiene una pareja estable.

Él sabe de mí que me llamo Bruno, que vivo solo, que tengo una pareja desde hace algunos años, que no siempre mi pareja se queda a dormir en mi casa, que a veces puedo contestarle y a veces no, que a mi pareja le gusta recibir penetración pero muy poco invertir los papeles, que eso a mí a veces me aburre, que tengo un dildo y que soy bisexual.

Nuestra relación está cimentada más o menos sobre esa base. No más. A veces las llamadas son más o menos seguidas y a veces se vuelven muy esporádicas, digamos, una vez al mes o incluso menos. En todo el tiempo que tenemos de conocernos nunca ha habido ningún problema, ningún disgusto o sacón de onda, nada. Es una relación verdaderamente estable.

El problema es que también esta relación es bastante monótona. A pesar de que por medio del teléfono tendríamos toda la posibilidad de inventar mundos fantásticos, de recrear escenas sexuales de todo tipo y de probar cosas nuevas, la llamada sucede siempre más o menos en estos términos. Él me llama, yo le contesto (si estoy ocupado le digo que está equivocado y él entiende). Me pregunta cómo estoy, dónde me cuentro, qué traigo puesto. Él siempre trae solamente un short en el caso de que haya llegado de correr o bien una toalla amarrada en la cintura, si acaba de salir de darse una ducha. Él dice que está caliente y que se estaba acordando de mí. Yo le digo que me da mucho gusto y le pregunto qué se le antoja. Él me pide que le diga qué ropa tengo en ese moento y que me saque lo que traiga puesto. A veces lo hago, a veces solamente le miento que sí. Entonces él dice que quiere ponerse encima de mí, quiere besar mi cuello, mi boca ¡y hace ruidos como si me estuviera dando un beso apasionado!, luego dice que recorre con su boca hacia mi pecho, me muerde una tetilla y me pide que grite. Yo grito o a veces hago ruidos. Luego dice que sigue recorriendo mi cuerpo con su boca, que besa mi ombligo y llega hasta mi vello púbico. Me pide que le diga que me mame la verga y él hace caso, empieza a mamarme la verga. Me pregunta cuánto mide mi pene. Siempre me pregunta cuánto mide mi pene. Yo le digo que 15 centímetros y él sigue mamando. Luego dice que me va a lamer los testículos y luego se sigue por el perineo hasta llegar al ano. Siempre me da besos en el ano y trata de meterme la lengua. Me dice que le pida que me penetre y yo le digo que me meta su pene pero lentamente. A él no le gusta hacerlo lentamente, siempre lo mete de una sola vez, violentamente. Mientras dice eso, me pide que yo me meta los dedos en el ano o que busque mi dildo, le ponga lubricante y me lo introduzca de la misma forma violenta que él está penetrándome. Yo le digo que estoy siguiendo al pie de la letra sus instrucciones, pero nunca hago eso que me pide. Me dice que su pene mide 19 centímetros, siempre me dice eso. Yo nunca le pregunto cuanto mide su pene, pero para él las dimensiones del mío y del suyo es algo muy importante en ese momento. Luego me dice que me está follando fuerte y que me va a doler pero que me tengo que aguantar. Me pregunta ¿te gusta putito? y eso a mí me caga y me baja la mitad de la calentura que pueda haber alcanzado hasta ese momento. Le digo que sí, que sí me gusta. Me pregunta cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que me penetraron y yo le contesto que desde la última vez que él me llamó, que nadie me penetra más que él. Me pide que haga ruidos y yo los hago, me pide que me meta tres dedos en el ano y yo le digo que estoy haciendo exactamente lo que me dice. Me ordena que me alcance la próstata y que le dé masaje. Yo le digo que sigo sus instrucciones y que estoy muriéndome de placer. Me dice que está muy caliente que disfruta de mi culo y que me ama. Me dice "te amo cabrón". Eso me excita verdaderamente. Yo le digo que yo también lo amo y que lo extrañaba. Él me pregunta si ya estoy para venirme y yo le digo que sí, que estoy para venirme y que quiero que él se venga. Entonces el empieza a hacer más ruidos y me avisa que ya, que ya viene, que ahí está que ahhhh...

Luego me asegura que eyaculó por chorros, que está todo empapado. Yo le digo que a mí me pasó lo mismo, que estuvo muy fuerte, que me gustó mucho. A veces es cierto lo que digo, a veces es totalmente falso. No sabemos qué agregar y nos quedamos un momento extáticos. Luego decimos que tenemos que conocernos algún día, que ha pasado mucho tiempo y que hemos tenido muchísimo sexo telefónico y que deberíamos dar el siguiente paso. Ambos estamos de acuerdo que pronto lo haremos.

Y yo me pregunto ¿lo haremos?