lunes, 28 de mayo de 2007

El umbral


Me masturbo desde que cumplí los doce años, un poco más. De eso hace 30 y todavía me acuerdo perfectamente de la primera vez como si fuera ayer. Estaba jugando en la calle con unos amigos, era de tarde, tal vez serían como las 5 o 6 pm. De pronto, me dieron ganas de dejar de jugar, entrar a mi casa y meterme en la cama. Había hecho lo mismo durante varios días para tocarme, masajearme y masturbarme, pero no alcanzaba a llegar al orgasmo. Sabía de qué se trataba la masturbación porque había estado en una escuela primaria donde mis compañeros eran mucho mayores que yo, así que ellos me habían explicado de qué se trataba.


Esa tarde, hice lo mismo que había hecho en días anteriores. Me encerré en mi habitación y, aprovechando que no había nadie, empecé de nuevo a excitarme. Me quité toda la ropa y empecé a frotar mi cuerpo contra las sábanas. No recuerdo qué fue lo que pensé, qué fantasía tuve en mente mientras me masturbaba, pero ese día logré llegar al orgasmo y eyacular.


Me quedé atónico, mirando fíjamente aquello que me había salido del pene y que era un líquido blanco, espeso y pegajoso. Sabía perfectamente lo que era pero no me había imaginado lo que se sentía al tener un orgasmo. Mi cuerpo resplandecía, mi corazón todavía latía fuerte y mi pene no perdía erección. Sabía que me había convertido oficialmente en un hombre. En ese momento empezaron a aclararse en mi mente un montón de cosas para las que no tenía explicación. Entendí por qué a la gente le gusta hacer el amor, por qué los adultos hacen parejas y los papás duermen con la puerta cerrada. Comprendí que el orgasmo es una sensación que dura apenas unos segundos, pero que sus efectos se perciben mucho después de que haya sucedido.


Me di cuenta en ese momento que, a partir de ahí, sería una persona nueva. Me había gustado lo que había sentido y pensaba hacerlo de nuevo. No recuerdo si esa primera vez me masturbé nuevamente pero recuerdo muchas cosas de esa tarde. Tengo clara la memoria de mi habitación, de la posición de mi cama, de estar extrañamente desnudo y metido en ella a las 6 de la tarde. Lo que había cambiado era que ahora yo tenía un secreto mío, de mi cuerpo, de mi intimidad.


No se lo dije a nadie esa tarde ni esa noche. Ni siquiera a mi hermano, con quien compartía la recámara. A pesar de mi silencio pensaba que se me podía notar, en los ojos, en la cara, en alguna expresión. Me sentía feliz esa tarde porque sabía que había llegado mi momento pero no entendía cómo había podido suceder, es decir, qué más había pasado esa tarde que justo en ésa yo había podido eyacular y venirme y en las anteriores no. Entendí que se trataba de tener un poco de concentración y también de perder las inhibiciones.


Recuerdo ese momento con mucha felicidad y también con mucha excitación. Con muchas dudas. ¿Pasaba algo malo si uno se masturbaba? Ni siquiera conocía la palabra masturbarse en aquel entonces. ¿Podía tener algún efecto en la salud? Mis compañeros de escuela me había dicho muchas cosas sobre la masturbación, incluso alguno de ellos se había masturbado delante de mí. ¿Les debía contar a ellos que ya me salía semen? Ni siquiera sabía que eyacular y tener un orgasmo eran dos cosas completamente distintas. Nada de eso sabía, pero lo que sí tenía claro era que las cosas habían cambiado rotundamente y que de ese cambio no había vuelta atrás.


No hay comentarios.: