lunes, 7 de mayo de 2007

Spencer Tunick en México


No lo puedo evitar. Tengo que mencionar acá lo que ha significado la visita de Spencer Tunick a México. Hoy, que es el día siguiente de la toma de la muy anunciada fotografía del artista neoyorkino en el Zócalo de la ciudad de México, todos los periódicos lo reportan. Algunos en sus primeras planas (véase La Jornada, Reforma, El Universal, Milenio, por mencionar apenas algunos).

El acto performativo puede mirarse desde muchos puntos de vista y pareciera que la propuesta plástica de Tunick se quedó atrás ante el fenómeno social que desató en la ciudad de México. Las notas en los periódicos no hablan del artista, sino de la gente que asistió, de los que se asomaron a ver, de los que no pudieron entrar y también de los que pensaron que nunca lo harían. Me refiero a posar desnudos rodeados por otros miles de cuerpos en las mismas circunstancias. Para el caso de México se me ocurren varias aristas desde donde observar este suceso.

Primero que nada es impresionante la cantidad de gente inscrita: más de 40 mil interesados. De ellos, aproximadamente la mitad se decidió a participar, sumando, claro está, los que se inscribieron de último momento. En total se calcula que cerca de 20 mil cuerpos cubrieron la principal plaza de la ciudad el domingo pasado de madrugada. En una ciudad que se considera habitualmente conservadora, muy religiosa y llena de los prejuicios que caracterizan a los latinoamericanos, es todo un fenómeno.

Contrario a lo que pudiera pensarse, el evento transcurrió en "casi" total calma. Salvo algunos enfrentamientos entre los que no pudieron participar porque llegaron a último momento y que enfurecidos quisieron forzar los accesos, no pasaron mayores incidentes. En este sentido el performace de Tunick en México se convirtió en un acto que muchas otras ciudades del mundo tendrían que mirar con atención, por lo menos para darse por enterados.

También es de llamar la atención la felicidad, la satisfacción y hasta el júbilo con que la gente salió de la plancha de Zócalo después de su participación en ese proyecto artístico. La mayoría de los que fueron entrevistados en los medios dijeron que representaba una experiencia liberadora, que hacía dejar atrás los pudores del cuerpo, que igualaba a los hombres con las mujeres, a las mujeres con las mujeres y a los hombres con los hombres en el sentido de que todos estaban uniformados únicamente con su propia piel. Muchos -la mayoría, me atrevería a decir- no conocía mayor cosa de Tunick hasta estas últimas semanas en que se mencionó en los medios de comunicación su llegada a México y esto podría hacer pensar que no era tan importante "posar para la foto", sino tener la experiencia de la desnudez en un espacio público.

Muchos de los que supimos del lugar en el que finalmente se llevó a cabo el acto, levantamos la ceja al pensar que es también el lugar de la Catedral Metropolitana, edificio emblemático del catolicismo en el país y sede donde el cardenal Norberto Rivera oficia dominicalmente sus misas y en donde ha lanzado sus más conservadoras opiniones. Pese a que Tunick dijo que la Catedral no saldría en la foto, es de señalarse como muy significativo el hecho de que miles de personas se desnudaran frente a ella.

La participación de 20 mil personas en este evento nos da información sobre la sociedad de la capital mexicana que seguramente no sabíamos. La simpatía por el proyecto, el reto personal, el deseo de vivir una experiencia que por muchos motivos es única, la necesidad de trasgredir con el cuerpo al natural, entre otras, fueron algunas de las razones por las que la gente asistió; sin embargo, no son todas, quedaría mucho por averiguar sobre los resortes que motivaron la masiva participación de gente de todas las edades y de todas las condiciones sociales.

Personalmente me llamó la atención de mi madre, quien estaba encantada con la idea de que se haya hecho la foto de Tunick y, si bien cree que nunca se animaría a mostrarse así como los 20 mil que sí lo hicieron, consideraba que era sensacional que la gente no tuviera temores sobre aceptar su cuerpo tal como es. Eso es en parte lo que propone el neoyorkino con sus fotos. Más que una reflexión estética del cuerpo, es usar la piel de los sujetos como pintura para sus composiciones y así desintegrar el cuerpo de las fuerzas sociales a las que está sometido.

En fin, hay mucho para pensar sobre esto que acaba de suceder acá. Termino esta reflexión rascándome la cabeza al pensar que, una vez más, fue un extranjero quien logró en México lo que nadie más ha podido hacer. ¿Qué más hay que desprender de esta experiencia? Ante esta increíble convocatoria ¿estaremos en México listos para campos nudistas o para otro tipo de reorganizaciones sociales en torno del cuerpo? ¿Somos una sociedad mucho menos pudorosa de lo que pensábamos? ¿O fue acaso un día de carnaval en medio de una cuaresma permanente?

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