martes, 29 de mayo de 2007

Una sola noche


Si miro en retrospectiva a mi vida sexual puedo darme cuenta de que, a lo largo de todos estos años, la mayor parte de mis experiencias han sido relaciones con personas con las que de una forma u otra establecí una amistad o bien hice de pareja a mediano o largo plazo. Prácticamente no tengo en la bitácora de mi vida aventuras de una sola noche. Que yo recuerde, solamente con dos personas ha pasado eso. En este post voy a hablar de una de esas ocasiones.


Yo tenía más o menos 31 años y me encontraba en plena crisis de pareja con la mujer con quien estaba viviendo. Llevábamos un buen tiempo de mal en peor y ese fin de semana, como muchos otros, ella estaba de viaje por cuestiones de trabajo.


Era sábado y yo no tenía plan para hacer nada en particular. De pronto me llamó El Diplomático, mi amigo más cercano, el que era mi confidente personal y, al mismo tiempo, el hombre sexualmente más inquieto que yo podía conocer.


-Hola, ¿qué onda, qué plan tienes para hoy en la noche?

-Nada, voy a estar acá en casa -le contesté yo, sin ánimos de hacer ninguna otra cosa.

-Pues yo creo que vas a tener plan para hoy porque le di tu teléfono a Ana y seguramente te va a llamar.

-Ana ¿qué Ana? ¿a quién le diste mi teléfono?

-A Ana, la argentina, acuérdate de ella.


Ana -cuyo nombre real es Ana- era una amiga de El Diplomático a la cual yo había conocido hacía unas semanas en una reunión que mi amigo había organizado con motivo de su cumpleaños. Me encontraba en aquella fiesta con Tita y otros amigos y sonó el timbre. El Diplomático me pidió que bajara a abrir la puerta del edificio y era ella. Muy rubia, muy delgada, pero con un muy buen par de nalgas enfundadas en unos jeans que se le veían espectacular. No nos conocíamos y ella se confundió un momento porque esperaba que fuera El Diplomático quien bajara a abrir.


-Vengo al cumpleaños de El Diplomático ¿es aquí?

-Sí, claro, pasa -dije yo cortésmente- él me pidió que te abriera.


Eso fue lo único que intercambiamos durante aquella fiesta. Ella se ligó a un tipo super desagradable que era amigo de El Diplomático y que tenía como característica expresar cualquier idea citando autores famosos, literatos, filósofos y todo tipo de pensadores, en lo que yo llamaba la actitud más pedante que alguien pudiera tener.


Mientras ella pasó la fiesta entera entretenida con el de las citas famosas, yo permanecí junto a Tita y a otros amigos con quienenes conversamos toda la noche. Incluso también bailamos un poco.


A los pocos días después de la fiesta, Ana le llamó a El Diplomático para comentar sobre esa fiesta y -según me contó mi amigo- había preguntado quién era yo, cuál era mi status marital y mi número de teléfono. El Diplomático había considerado buena idea darle mi número a Ana para ver qué pasaba.


-Así que te van a llamar -agregó muerto de la risa porque le parecía de lo más divertido que ella tuviera los pantalones para marcarme en vez de que le pidiera a mi amigo que me dijera que yo le marcara. Estaba enterada de que yo vivía con Tita pero no le importaba en lo más mínimo. Dijo que yo le había gustado y que quería conocerme. Pienso que solamente una argentina puede hacer algo como eso, porque una mexicana jamás se atrevería.


Después de que tapicé a El Diplomático con mentadas de madre por haberle dado el número -ya que si se enteraba Tita podría tener todavía más problemas de los que ya teníamos-, quedamos de acuerdo en que le informaría puntualmente si ella me llamaba. Él me hizo prometerle que aceptaría la invitación de Ana, cualquiera que ésta fuera.


Un par de horas más tarde el teléfono de mi casa volvía a sonar. Era Ana.


-Hola, habla Ana ¿sabes quién soy?

-Sí sé -respondí amablemente serio- El Diplomático me dijo que ibas a hablar.

-Oye pues te llamo porque me pareció que eres muy simpático y no tuvimos tiempo de conocernos durante la noche que El Diplomático festejó su cumpleaños así que pensé que podía invitarte para que nos tomáramos algo ¿qué te parece?

-Guau, muchas gracias por la invitación. Realmente es una sorpresa -le contesté yo entre risitas nerviosas y tratando de no parecer el tarado en el que realmente estaba convertido en ese momento- pues te agradezco la invitación y sí, acepto, pero ¿a dónde vamos?

-Mira, si no tienes problema me gustaría que vinieras a mi casa. Tengo una hija de seis años que está a punto de dormirse y por lo tanto no puedo salir. ¿Te doy la dirección?


Una hora más tarde yo iba en camino a la casa de Ana, con una botella de vino en la mano, unos condones, algo de excitación y mucho nerviosismo por meterme nuevamente en camisa de once varas y tener un rollo por fuera. Sin embargo mi crisis de pareja era bastante grande y me sentí con ganas de hacerlo. No hay mayor justificación, lo hice porque podía y quería hacerlo. Mientras manejaba en dirección a su casa me preguntaba qué tan loca podía estar esa mujer que llamaba a un desconocido a su casa por la noche mientras su hija dormía ahí mismo.


Ella me recibió en una pequeña casa en San Ángel, con las luces a medio brillo y con música de Dead can dance, que sonó durante toda la velada. No es una música que me parezca particularmente erótica, por cierto, pero quedó impresa en mis recuerdos como el soundtrack de esa noche.


Ella preparó algo sencillo de cenar y rápidamente abrimos la botella de vino que yo llevaba. Era muy raro tratar de hacer conversa con alguien de quien no conocía absolutamente nada. Solamente que era argentina y que estaba medio loca, sobre todo por haberse atrevido a llamar e invitar a su casa a un tipo que no conocía. La cosa fue que allí estábamos, con la música a medio volumen y hablando bajito para no despertar a la niña que dormía en el piso de arriba.


No debe haber pasado ni una hora cuando ella se avalanzó sobre mí y empezó a darme besos en el cuello. Yo la recibí pero francamente no me encontraba todavía nada animado para empezar la onda hot. Sin embargo, comencé a abrazarla y también a besarla en reciprocidad. Poco a poco los besos y las caricias empezaron a subir de tono y yo desnude su pecho y empecé a besar sus senos. Luego besé su abdomen y así, subía y bajaba continuamente.


Después de un rato me animé a bajarle los pantalones de mezclilla que llevaba puestos. Ella se dejó hacer y yo pude darle sexo oral un rato, mientras ella se retorcía y aguantaba las ganas de gemir para no despertar a su hija. Luego de un rato ella quiso hacerme sexo oral a mí y yo me recosté de espaldas para bajarme los pantalones y que ella pudiera empezar a besarme el pene.


Debo confesar que yo estaba bastante conciente de lo que sucedía y de tanto en tanto me preguntaba si estaba correcto lo que estaba haciendo. La imagen de mi mujer se me aparecía de pronto pero yo trataba de sacarla de mi pensamiento para no estropear la escena que estaba en progreso.


Penetré a Ana en el sillón de su sala, en varias posiciones, sin embargo, por más que intenté, no pude llegar al orgasmo. Ese pequeño problemita que me sucedía en aquel entonces hizo efecto una vez más y simplemente no hubo modo de venirme. Ella tenía un cuerpo delicioso, una piel muy suave y muy blanca. Lo disfruté mucho, pero no hubo clímax.


Salí de ahí como a las tres de la mañana. Rumbo a mi casa manejaba completamente absorto en mis pensamientos. Recordaba los momentos que acababa de pasar y pensaba en mi relación de pareja, que naufragaba como nunca antes lo había hecho.


Ana y yo volvimos a vernos una vez más. En esa ocasión me sirvió una cena y conversamos más que la vez anterior. Luego de un rato yo tenía que regresar a casa, así que no hicimos el amor. En la calle, justo antes de despedirnos, le dije que no podía seguir con ese rollo. Que ella me encantaba pero que yo estaba comprometido con otra relación y que, si bien andaba muy mal, yo quería hacer lo posible para rescatarla y que seguir viéndonos no era lo más recomendable para mí en ese momento.


Ella lo entendió perfectamente. Me beso y me deseó suerte en mi empresa. No nos volvimos a ver más.


Después de unos días El Diplomático me llamó a la casa para decirme que ella le había contado de nuestra noche juntos.


-Fue poético -le dijo ella en referencia a nuestra experiencia sexual-. Fue muy suave, muy pausado, como si estuviéramos bailando, sin prisas y con una enorme ternura. No me lo esperaba así.


Yo tampoco me esperaba que mi amigo me informara el parecer de Ana respecto a nuestro encuentro sexual. Tampoco me esperaba que esa fuera la forma en que una mujer describiera mi manera de hacer el amor. Mucho menos en un encuentro como ése, que tenía todo menos intimidad y que era puro total y absoluto sexo casual. ¿No se supone que los encuentros fortuitos se caracterizan por la pasión, el nerviosismo y el arrebatamiento? Más tarde, mucho más tarde, me daría cuenta de que ésa es mi manera de hacer el amor. Nunca acrobática, violenta, furiosa o agitadamente. Si algo caracteriza mi estilo de hacer el amor es la forma en que Ana lo describió. Para bien o para mal.


No sé dónde está Ana ahora. Tal vez regresó a su país o tal vez sigue en México. El Diplomático está haciendo diplomacia lejos de aquí, en otro continente. Tita se fue de la casa pocos meses después para no volver jamás, afortunadamente y yo, aquí, recordando esta historia y escribiendo este blog.

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