lunes, 14 de mayo de 2007

El uno, el dos y el tres


La infidelidad ha sido un palabra que ha estado presente durante largos años de mi vida adulta. La he practicado y la he padecido. Muchos de los que me conocen dirían que la infidelidad marcó mi vida para siempre y que el hombre que soy hoy está determinado por la infidelidad de la que fui víctima. Esa historia seguramente será material para muchos otros posts, pero en éste lo que quiero es hablar de algunas experiencias de infidelidad que he tenido a lo largo de la vida, siendo yo el infiel.


La primera vez que fui infiel ocurrió como a los 28 años, justo antes de empezar a vivir con la que había sido mi novia por casi un lustro y que en este blog se llamará Tita (es un sobrenombre que le puso mi hermano porque se creía la protagonista de la novela de Laura Esquivel Como agua para chocolate). No recuerdo bien, pero creo que dos o tres meses antes de dar el gran salto de vivir con Tita, tuve relaciones con una amiga que estaba medio enamorada de mí y de la cual yo nunca me enamoré. Era una chica que no conocía a mi novia pero sabía que yo tenía una relación con otra chava. No sé muy bien por qué lo hice. En ese entonces adoraba a mi novia y me encantaba nuestra vida sexual, sin embargo sé que yo trabajé esa situación para convencer a mi amiga de tener un encuentro sexual. Recuerdo que le pedí las llaves de su departamento a un amigo que estaba encantado con la idea de que yo me acostara con otra chava. Estuvimos toda la tarde ella y yo solos en aquel departamento y finalmente tuvimos relaciones. No recuerdo haberlas disfrutado mucho. Ella era bastante torpe en ese aspecto, pero aún así, seguí teniendo esporádicamente encuentros sexuales con esta chica (que se llamará Curly para estos efectos) aún mucho después de que Tita y yo nos fuéramos a vivir juntos.


Durante el primer año de mi vida en pareja con Tita nuestra relación sufrió muchos cambios que nos afectaron negativamente a ambos. Ella entró en una depresión que después supimos es bastante común en las recién "casadas". Yo en cambio, empecé una actividad laboral muy intensa y me hacía ausentarme de casa durante muchas horas y durante toda la semana, a veces, incluyendo el fin de semana. Esa combinación de cosas hizo que aquel primer año fuera un desastre y que eso se viera reflejado en nuestra vida de pareja y, claro, en nuestra vida sexual. Durante reiterados periodos ella perdió el apetito sexual o bien se la pasó sufriendo infecciones vaginales que nos obligaban abstenernos continuamente. En contraste, el éxito profesional que yo estaba viviendo me hacía sentir que yo era capaz de comerme al mundo entero y una de las formas en las que eso impactó en mi vida personal fue que me sentí abierto a tener otras relaciones sexuales. Paralelamente a Curly, con quien, como anoté más arriba, seguí saliendo, también empecé una relación con una compañera de trabajo que era uno o dos años mayor que yo y que era soltera.


De ese modo, me encontré a los 29 años viviendo una relación de pareja que estaba bastante mal y dos relaciones más o menos estables de forma paralela, la primera con Curly, a quien veía de vez en cuando en encuentros que siempre tenían como marco una salida a algún bar o a la casa de algunos de sus amigos, y la segunda con La Diseñadora, aquella compañera de trabajo con la que acordamos vernos en su casa todos los lunes por la tarde, después de la oficina y con quien mantuve contactos sexuales durante más o menos seis meses. Durante esta segunda relación fue que aprendí que uno no debe que tener relaciones sexuales con compañeras de trabajo y mucho menos con quienes trabajan bajo las órdenes de uno. Craso error que posteriormente pagué más o menos caro.


Entonces allí estaba yo, conviviendo en el año 1993 (más o menos) con tres mujeres al mismo tiempo, sin remordimientos de ninguna especie y tampoco sin ningún tipo de confusión sentimental, pues tenía claro que yo estaba enamorado de mi novia, con quien vivía y que las otras dos chicas eran relaciones que en algún momento se iban a terminar y que estaban determinadas por los encuentros sexuales y la búsqueda de la satisfacción mutua.


Esa situación duró más o menos el primer año de mi vida en pareja. Al segundo, gracias a un enrome esfuerzo de comunicación y a nuestros deseos de sacar adelante la relación de pareja, Tita y yo nos arreglamos y yo terminé esas otras dos relaciones. No me costó trabajo tomar la decisión de volverme nuevamente monógamo porque nunca las otras mujeres me gustaron más que la mía, la que era mi pareja, así que, iniciando el segundo año de nuestra relación, yo me encontraba totalmente volcado a mi vida de pareja, disfrutando de nuestra sexualidad y habiendo dejado atrás nuestros problemas de "recién casados". (Entrecomillo todos aquellos términos relacionados con el matrimonio porque nosotros nunca nos casamos, sin embargo, nuestra vida se convirtió más o menos en una relación matrimonial, con la venia de las dos familias, con amistades alrededor nuestro que nos consideraban un matrimonio común y corriente y con una sensación interna en cada uno de nosotros que nos hacía vivir la vida como si realmente estuviésemos comprometidos ante la ley, es decir, nos habíamos ido a vivir juntos para siempre).


Durante el tercer año de nuestra vida en pareja las cosas cambiaron sin que yo me diera cuenta y entonces el que sufrió la infidelidad fui yo. No voy a contar esa historia ahora porque hoy quiero hablar sobre mi propia infidelidad, pero seguramente ese tema volverá a aparecer en algún momento. Lo cierto es que, luego de que mi relación de pareja se terminó y yo volví a la soltería, no he vuelto a tener una relación de pareja en la que no haya sido infiel. No me arrepiento, pero tampoco me enorgullezco de ello.


Luego de mi ruptura, tuve una relación de cinco años con una chica a la que quise muchísimo, mucho de verdad, que me encantaba físicamente y con la que viví muchos de los mejores momentos de mi vida. Ella se va a llamar aquí la Internauta Italiana. Desgraciadamente yo no estaba emocionalmente preparado para valorar en su justa dimensión todo aquello que me daba y nunca pude enamorarme de ella. También fui infiel en ese caso. Tuve sexo con otra chica varias veces y la Internauta se enteró y la hice sufrir sin proponérmelo. Asumo esa culpa, le causé daño inintencionalmente pero también insensiblemente. A pesar de ello, la Internauta y yo continuamos nuestra relación amorosa porque ella sí estaba enamorada de mí y, aunque terminamos varias veces, siempre era yo el que acababa buscándola y volviendo con ella. Como dije, eso duró cinco años, hasta que un día decidí probar a tener sexo con un hombre.


De esta relación-experimentación también se enteró la Internauta. Ella lo comprendió y me ayudó a procesarlo, sin embargo, yo no estaba con la mente tan clara en ese momento. En realidad esa relación me causó una crisis de identidad muy fuerte, en la que ya no sabía si me gustaban las mujeres, si ahora solamente me gustaban los hombres, si en realidad yo había ocultado mi deseo por los hombres durante toda mi vida, etc., de modo que tenía mucho para reflexionar al respecto. Obviamente, gran parte de esto lo traté con mi terapeuta, quien fue una pieza clave para aprender a aceptarme y a no tener miedo de mis deseos sexuales. La relación con el hombre que conocí por internet duró unos cuantos meses y también fue en el marco de ser infiel a la Internauta. Después continue la relación con ella porque entendió de una forma mucho más profunda y abierta que yo qué era lo que me estaba pasando. Ella me confesó que también había sentido en algunos momentos de su vida una atracción muy fuerte por mujeres, pero que nunca se había atrevido a cruzar la línea y que le parecía muy bien que yo sí hubiese tenido el valor de hacerlo. Era una mujer mucho más maravillosa de lo que en ese momento yo podía ver y ahora la recuerdo con enorme cariño y todavía con muchos deseos sexuales.


Nuestra relación continuó, pero al poco tiempo yo conocí al Señor de las Imágenes y la relación con la Internauta empezó a vivir los últimos días de vida. Cuatro meses después de que yo iniciara la relación con ese cuate me separé de ella definitivamente.


Ahora he continuado esta última relación homoerótica. Este año se cumplen siete de que inició y todavía la disfruto mucho aunque a veces me queje, como en los post anteriores. Sin embargo, a pesar de que es una buena relación, he tenido sexo con varias chavas a lo largo de estos años y no tengo la menor idea de que él haya tenido encuentros sexuales con otras personas en este tiempo. Tal vez al principio de nuestra relación, pero ahora no. De cualquier manera nunca he tenido un indicio de alguna infidelidad de su parte. La cosa es que yo he estado durante este tiempo con Audrey, la Delgada y la Florecita, y no sé si estoy olvidando a alguien más. Siempre con mujeres.


¿Qué hay en mí en torno a la infidelidad? Difícil pregunta. La necesidad de sentir otra piel, de vivir una experiencia sexual distinta, el atractivo de transgredir una regla social básica en las relaciones de pareja. También a veces ha sido un paliativo para la soledad, una forma de oxigenar la vida de pareja, la búsqueda de una respuesta a una pregunta que está ahí siempre: ¿soy feliz aquí? Seguramente alguien podrá decir que también es una necesidad de cagarse en todo lo construído o de no aceptar que algo anda mal en la relación más importante. No necesariamente. A veces creo que lo he hecho simplemente porque "podía hacerlo", es decir, porque estaba ahí, porque era simple, porque era tentador y porque la otra persona estaba igualmente dispuesta a tener sexo conmigo y eso era muy provocador. También creo que lo he hecho porque es un verificador de que todavía puedo gustarle a otra persona distinta a mi pareja, que todavía puedo conquistar a alguien si me lo propongo (no siempre puedo, aclaro, y creo honestamente que cada vez menos).


Lo cierto es que ahí está. He sido una persona infiel muchas veces. Pero, tal como lo anotaba en uno de los posts donde escribía mi perfil, creo que la infidelidad no es un estado permanente del ser humano y ciertamente no es un estado permanente en mi caso. He sido fiel durante largas temporadas en las relaciones de pareja, sin embargo, todas ellas se han visto teñidas con conquistas sexuales a terceras personas.


Creo que tener relaciones sexuales extra pareja no debe ser considerado siempre algo negativo. A veces es una forma de probar si todavía estás contento con la relación que tienes o ya estás totalmente aburrido, y creo que cuestionarse ese tipo de cosas nunca está mal. Lo que creo que está mal es que la pareja se entere, ya sea que involutariamente dejemos huellas o bien que concientemente le descarguemos la confesión de nuestras aventuras para aliviar un poco el peso que eso representa. Eso me parece un enorme error. Si la aventura sexual no tuvo mayores repercusiones creo que uno tiene que mantenerlo en secreto y como parte de esa vida íntima que todos seguimos teniendo a pesar de que tengamos pareja. Sin embargo, si esa segunda relación cobra fuerza, si empieza a llenarse de sentimientos y parece que quisiera sustituir a la primera, ahí sí pienso que es el momento de hablar con la otra pareja y plantear el término de esa relación, porque la pareja oficial no debería sufrir esos largos periodos de soledad que necesariamente suceden cuando uno tiene un segundo frente.


Cualquier mujer que lea esto podrá decir que soy un desgraciado, pero prefiero decirlo abiertamente, sobre todo en este blog en donde lo que se trata es ser honesto, más que honorable.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Estoy de acuerdo con tu comentario de la infidelidad, si no causa repercusiones, no hay porque decir o descargarlo en la oficial, con eso le partes la madre a la relación, ojos que no veo (u oidos que no escuchan) corazón que no siente

Bruno el meditabundo dijo...

Esa ha sido más o menos mi postura respecto a la infidelidad. Sin embargo, me ha tocado discutir mucho este tema, sobre todo con mujeres, que consideran que no debe haber secretos entre dos y que, si estás en pareja, la confianza debe ser total. Yo he replicado que estar en pareja no cancela tu vida íntima, personal, individual, tu ser único y tu condición solitaria, por más acompañado que estés, de modo que siempre hay partes de uno mismo que no necesariamente deben ser compartidas. Si alguien quiere descargar su culpa por haber cometido un acto de infidelidad y considera que la forma de hacerlo es contándoselo a la pareja, yo le diría que ésa sí es una forma egoísta de solucionar un problema personal, cargándole el dolor a la otra persona que no tiene la culpa de lo que uno quiso hacer.
Muchas gracias por tu comentario, que representa el primero que recibo en este blog que inicié con la intención de compartir ideas sobre la vida sexual de los adultos utilizando para ello mi experiencia personal, en un ejercicio de confesión que no siempre me ha resultado fácil.
Gracias.